Juegos con tronos

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El rey ha abdicado, ¡Viva la República!. Realmente nos ha pillado a todos, a casi todos, por sorpresa. Era algo esperable, dados los escándalos de corrupción que hunden a la corona en sus mínimos históricos de popularidad, los problemas crónicos de salud, los despilfarros sanguinarios del rey, los oscuros negocios del rey, la participación de polémicas cortesanas en los mismos, sus amistades peligrosas con lo peor de los dirigentes mundiales,… y una crisis económica que pone en solfa las desigualdades entre las personas, el distinto trato ante la ley o el derecho de cuna.

¿Qué ha sucedido? Como en cualquier proceso complejo, no hay un sólo motivo de todos los anteriores que pueda señalarse como determinante. Sin embargo, muchos coincidimos en que ha habido un factor desencadenante que ha marcado el tempo de los acontecimientos: el resultado de las elecciones europeas. El fin del bipartidismo monárquico salido de la transacción con la dictadura —como gusta decir a Anguita— puede estar al alcance de la mano y los consensos del 78, logrados a punta de fusil, ya no comprometen a las nuevas generaciones que, ni participaron del mismo, ni se sienten atenazados por cuentos involucionistas, ni tienen miedo al cambio, sobre todo si es para lograr más democracia, más igualdad, más transparencia o más libertad.

Más de 2/3 de los españoles y españolas con derecho al voto, no tuvimos la oportunidad de decidir nuestro modelo de estado y convivencia. A buena parte de ellos tampoco les conmueven o convencen las milongas que se inventaron tras el 23F para re-entronizar a la corona, con la connivencia y participación necesaria de las cúpulas de los grandes partidos. Por eso consideran que si nuestro actual régimen nos impide decidir sobre amplias cuestiones nucleares que nos afectan a todos y a todas, puede considerarse de cualquier manera menos democrático. Y es que la constitución postfranquista está absolutamente blindada frente a los cambios, pocas constituciones occidentales son tan inmovillistas como la española y se han modificado tan poco en tantísimos años como lleva vigente.

La cuestión es que, los que tratan de cercenar aún más la democracia «de mínimos» —como gusta llamarla a Alberto Garzón— que tenemos, pretenden hurtar de nuevo el debate público y pasar de puntillas sobre la posibilidad de elección entre monarquía o república, entre la vieja política, corrupta, agotada e injusta, o la nueva, participativa, transparente y permanente. Pero, aunque lo logren usando para ello toda la maquinaria de la censura y propaganda que tienen a su disposición, el poder de sus medios, de la caterva de hagiógrafos cortesanos que se hacen pasar por periodistas que inundan estos días las tertulias, la calle está hablando inequívocamente y lo seguirá haciendo mientras dure la coronación express… y después de ella.

La abdicación y todo lo que sigue es un reflejo del miedo, más bien de que el miedo está cambiando de bando. Si la progresión de Izquierda Unida, Podemos y Equo se mantiene en próximas consultas electorales, sería imposible aprobar una ley sucesoria en el parlamento de Madrid por más que el PSOE se empeñe en traicionar sus convicciones republicanas una y otra vez. Es el momento de recordarles que se declaraban juancarlistas para disfrazar su connivencia con la corona. Pues bien, Juan Carlos ya no está. ¿Qué dirán ahora, que son felipistas y así ad infinitum? Que tengan cuidado porque la ola de la historia pasará sobre sus cabezas y puede ahogarlos para siempre, no están para muchos juegos de malabares que cada vez menos gente entiende o perdona.

Para desactivar protestas prometen futuras reformas constitucionales e incluso de la casa real que ni concretan ni temporalizan. Cuando toque —afirman sin ruborizarse. Para modernizar las instituciones —puntualizan— tratándonos como a inmaduros e ilusos. Pero no, ya es suficiente la palabrería huera. Tampoco lo son las promesas de paraísos terrenales futuros. Ha sucedido en muchas ocasiones a lo largo de la historia, ahora que el pueblo está comenzando a perder el miedo a la libertad en el sentido que le daba Erich Fromm, la casta política y el resto de poderes despliegan un atroz miedo a la democracia como el que magistralmente ilustró Noam Chomsky en sus ensayos.

Pero el miedo no puede seguir atenazándonos como hizo con los padres de la constitución del 78, ya no. Vivimos en otra coyuntura, en otro momento histórico. Los espantajos de los poderes fácticos de la transición no nos asustan, entre otras cosas porque muchos ni la vivimos de manera consciente. Es ese fantasma el que pretende resucitar Javier Cercas hoy diciendo que «la ignorancia de nuestro presente puede devolvernos lo peor de nuestro pasado». Es justamente lo contrario, el miedo al futuro es lo que nos mantiene atados al pasado. Explorémoslo juntos, construyámoslo entre todos y todas. Es el momento.