Sólo el ejército sirio puede acabar con el Estado Islámico

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Los bombardeos de Estados Unidos contra el Estado Islámico, Daesh en árabe, suponen un salto cualitativo en la estrategia de acoso y derribo contra Siria e Irak. El plan no es otro que la remodelación de Oriente Medio iniciada en la era Bush, cuyo objetivo final sería la balcanización étnica de toda la región para impedir la existencia de un sólo estado fuerte que pueda oponerse a los designios de Estados Unidos e Israel en todo el área y que permita una cómoda explotación y saqueo de los recursos naturales.

Hasta la fecha, la intervención de Estados Unidos en Siria siempre fue interpuesta, mediante el uso de sus aliados regionales para formalizar la agresión, a través de la introducción de mercenarios de empresas «contratistas de seguridad» y terroristas islámicos y, sin olvidar, el uso de divisiones mediáticas que crearon los consensos necesarios de deslegitimación de un gobierno y la deshumanización de su actual líder, a la postre apoyado y votado por la inmensa mayoría de su población.

Por el momento, no se podía decir que había tenido mucho éxito. El Ejército Árabe Sirio está recuperando la práctica totalidad de su territorio, sólo es cuestión de tiempo que se cerrara el cerco sobre el noroeste del país, incluida Aleppo, los alrededores de Damasco y algunas aldeas colindantes con Israel, dejando para el final la extensa zona desértica controlada por el Ejército Islámico en la que quizá esperaba que otros le hicieran el trabajo dada la actual demonización internacional de Daesh.

De lo que no cabe duda es que, donde han tenido los mejores logros, es en el frente de la guerra mediática. En el ideario de la opinión pública occidental, Assad es un tirano sanguinario. Prácticamente nadie conoce que se han realizado varias tandas de reformas democráticas muchísimo más profundas de las que jamás realizarán la mayoría de los países agresores de Siria. Pocos saben que se han realizado elecciones multipartidistas vigiladas por observadores internacionales. Incluso desconocen el resultado de algunos estudios demoscópicos occidentales que cifran el apoyo a su presidente en alrededor de un 80% de la población y el de los rebeldes en no más de un 10%. ¿Qué tirano comeniños concitaría ese grado de aceptación popular? La escoria mediática vomitadas por las grandes agencias parece haber sido capaz incluso de haber nublado el entendimiento de buena parte de la opinión pública, incapaz de contextualizar mínimamente la realidad o aplicar alguna dosis de raciocinio, aferrada a la propaganda con la que bombardean nuestras mentes en una machacona e intencional estrategia goebbeliana.

Mientras les fue posible, culparon al gobierno de Assad de los atentados terroristas de al Qaeda y el resto de facciones terroristas. Eran «autoatentados», decían con toda la desfachatez del mundo. No podían permitir que sus cachorros tuvieran mácula alguna. Posteriormente, lo intentaron adjudicando las masacres perpetradas por los denominados «rebeldes», incluidas las cometidas con armas químicas. A pesar de los desmentidos, de las evidencias y de las pruebas que se conocían días después de cada masacre, los grandes medios no se hacían eco de ellas. «Aunque la calumnia viva un sólo día, habrá cumplido su cometido», esa era —y es—su burda estrategia.

Sólo la decidida interposición de Rusia impidió una nueva «intervención humanitaria» de Estados Unidos, una de esas que destruyen países y los reducen a cenizas, a estados fallidos. Sin embargo, la irrupción de Daesh en el escenario mediático, con la conquista de buena parte de Irak en cuestión de horas y con las decapitaciones públicas de occidentales, ha proporcionado el pretexto necesario para que el imperio desplegara, al fin, sus ejércitos directamente en Siria, tras lograr cambiar un gobierno no muy afín al imperio.

Todo muy oportuno. Oportuno porque nadie en su sano juicio puede pensar que varios generales iraquíes —entrenados por Estados Unidos— ordenaran la retirada (o la desbandada) a pesar de que el número de efectivos disponibles multiplicaba al de los yihadistas del Estado Islámico, regalando de facto el sunistán a los terroristas. Oportuno porque el chantaje con la ayuda exterior necesaria para parar el avance de Daesh sobre Bagdad tuvo un precio: la dimisión de Nuri al Maliki, entonces primer ministro, cuya cabeza era un trofeo largamente codiciado por el gobierno norteamericano.

Es lógico que se piense que el Estado Islámico, igual que antaño al Qaeda, haya sido usado por Estados Unidos como instrumento para alcanzar objetivos en política exterior. Sin embargo, las tesis oficiales apuntan a que el gobierno sirio se está frotando las manos, ya que la coalición internacional que está bombardeando el país, le está haciendo el trabajo sucio de acabar con la facción terrorista más feroz de las que operan en suelo sirio. Se Ignoran el conjunto de garantías que habría podido recibir Bashar el Assad de que la aviación enemiga no va a ser usada contra su propio país, pero los únicos de sus aliados que pueden servir de disuasión militar para romper el supuesto pacto secreto alcanzado entre Siria y EEUU, China y Rusia, han criticado duramente la política de bombardeos. ¿Se trataría de una simple escenificación o de la expresión de una desconfianza real?

La agencia estatal siria SANA se está caracterizando por emplear un tono bastante neutro cuando habla de los ataques norteamericanos, es algo que los «rebeldes» están usando para denunciar un acuerdo secreto entre ambos países y que —dicen— nadie se atreve a hacer notorio aún. Sea como fuere, no sé cómo nadie puede fiarse de tener a todos tus enemigos sobrevolando tus cielos con aviones de guerra para acabar con los que, hasta hace dos días, eran sus útiles, queridos y protegidos mercenarios. La experiencia de Libia debe servir de ejemplo para saber que Estados Unidos, la OTAN y el Consejo de Cooperación del Golfo no son socios confiables.

El gobierno norteamericano está intentando ahora poner distancia con el Estado Islámico. El vicepresidente, Joe Biden, se ha atrevido incluso a culpar a sus aliados regionales de dificultar el triunfo sobre el grupo terrorista al mantener el apoyo militar y humano al EIIL. Sin embargo, es de sobra conocido cómo las armas de Estados Unidos llegaban una y otra vez a manos de los yihadistas más radicales a pesar de negarlo públicamente y cómo Turquía, Arabia Saudí, Qatar… se empleaban a fondo para introducir decenas de miles de terroristas en Siria y millones de petrodólares para pagar los salarios de desertores y mercenarios. El Estado Islámico es un engendro occidental y, como tal, podría desaparecer con sólo una ronda de llamadas de Obama.

Todo es una pose. Es imposible acabar con el grupo terrorista desde el aire, eso es lo que opinan la mayor parte de expertos militares y lo que dicta el sentido común. Aunque no sea patente en estos momentos, las piezas parecen encajar: los enemigos de Siria ya sobrevuelan el espacio aéreo del país y Turquía amenaza con oficializar su presencia en el noroeste de la mano de los mismos terroristas. Dentro de poco reconocerán que es necesario usar tropas de tierra. Blanco y en botella. A pesar de las garantías que ha debido recibir Assad, conocemos de sobra de lo que son capaces los que mueven los hilos del terror. Sólo Rusia —y en menor medida China— está en condiciones de desbaratar la agenda belicista norteamericana en la región. De hecho, ya han movido algunas piezas estratégicas hacia la base militar de Tartús en previsión de una posible extralimitación de las funciones en principio autoasignadas.

Occidente debe admitir de una vez la evidencia: las únicas fuerzas que pueden acabar con el EI son las del Ejército Árabe Sirio y sus actuales apoyos. Es obvio que para muchos será duro haber malgastado tanta energía mediática, tantos montajes inculpatorios, tanta propaganda… para volver al principio. Pero no queda otra, todo lo demás serán brindis al duro sol del desierto.

daesh