Coleta morada hablar con lengua de serpiente

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Mi primera irrupción seria en política fue con 19 años. En aquel tiempo me integraba —aún lo hago— en el movimiento ecopacifista y, cuando nos percatamos que nadie asumía en nuestro pueblo la responsabilidad de hacer campaña contra la permanencia de España en la OTAN, salimos a la calle únicamente armados con sprays de pintura amablemente cedidos por una gran superficie francesa. Así, durante muchas noches, a falta de la cartelería oficial que nunca acababa de llegar, dejamos nuestras consignas en muros y paredes.

Por aquellas tareas fuimos merecedores de ser las víctimas propiciatorias de una campaña de información del CSID —la primera de las muchas que sufrimos en nuestra vida— que afectó globalmente al movimiento antimilitarista y por la paz; de la que nos enteramos rápidamente al vivir en un pequeño pueblo en el que todo, tarde o temprano, se acababa sabiendo. La benemérita nos colocó incluso una escolta, una pobre pareja de picoletos que no acababa su servicio nocturno hasta que toda la cuadrilla de pintores grafiteros no tocaba retirada tras noches y noches tras jugar al ratón y al gato por todos los barrios del municipio.

El acoso no acabó ahí. La Guardia Civil nos prohibió pintar un mural con una composición del Guernica de Picasso, ¡en mi propia casa!, aduciendo que eran «pinturas rupestres». El súmmum de aquella dura campaña fue ver a dirigentes del PSOE, alguno de ellos representantes en el Parlamento de Madrid, arrancando carteles del «No a la OTAN» con una escolta de trabajadores municipales, una vez decretado el fin de la campaña del referéndum y el inicio de la jornada de reflexión.

De esta manera, la decepción con el PSOE y su viraje atlantista se quedó sólidamente anclado en la memoria y, a pesar de que, por mis trabajos en diferentes administraciones públicas, he recibido ofertas más o menos jugosas de integración en el partido socialista, jamás pude olvidar una traición tan brutal a los fundamentos de la izquierda (entre otros múltiples ejemplos similares en todos los ámbitos). Cuando, años después, he discutido sobre este tema con miembros del PSOE, reconocían que aquello era absolutamente necesario para poder llegar al gobierno, aunque tuviesen que perder un jirón de su alma en el camino. Eran los tiempos del “hombre blanco hablar con lengua de serpiente” del ínclito Javier Krahe, dedicado al gran embaucador Felipe González, que tanto gusta cantar a Pablo Iglesias en sus mítines.

Tras la irrupción de Podemos, como heredero informal del movimiento 15M, muchos aplaudimos que el tema de las bases militares y la salida de la OTAN se colocara de nuevo en la agenda política de nuestro país. Sólo Izquierda Unida y varios partidos nacionalistas de izquierda mantenían de manera firme una postura por la paz y la neutralidad activa en política exterior. Podemos se sumaba a esa corriente y, por primera vez, un partido con posibilidad de gobierno, defendía el abandono de la Alianza, la piedra angular de la política exterior de nuestro país. No obstante, atendiendo al programa electoral oficial de las elecciones europeas, Podemos no abogó por la salida inmediata de la OTAN, sino por la celebración de un nuevo referéndum, ¡como si el actual no debería quedar invalidado automáticamente al haberse incumplido todas y cada una de las condiciones por las que el pueblo español consistió en pertenecer a esta institución militar!

Sin embargo, el camino a la centralidad del tablero parece que exige múltiples renuncias y nuevas concesiones. Sergio Pascual, miembro de la cúpula de Podemos se descolgó en El Pais con el respeto «hasta la última coma» de los tratados bilaterales firmados en materia de defensa con Estados Unidos, aunque implique también el desprecio, hasta la última coma, del referéndum sobre la permanencia en la OTAN, que conllevaba automáticamente la disminución progresiva de la presencia militar, una regalo envenenado más de la herencia franquista que Podemos parece ahora asumir con naturalidad y sin taparse la nariz.

Pero todavía puede ser peor. Uno de los fichajes estrella de Podemos para las elecciones generales ha sido el Jefe de Estado Mayor de la Defensa del gobierno de José Luis Rodriguez Zapatero, José Julio Rodríguez. Como buen representante de la casta militar, el ministro de defensa de Podemos, es monárquico, atlantista y defensor de las intervenciones militares del imperio, por lo que no nos pueden extrañar las declaraciones que está efectuando en estos días o las que muchos se aprestan a rescatar de hemerotecas varias. No es creíble que este hombre haya cambiado sus valores al entrar en Podemos, más bien casa perfectamente con lo que están manifestando sus líderes en estas fechas ya de precampaña. Como dice con sorna el viejo dicho pacifista: a un civil se le puede militarizar, pero a un militar nunca se le civiliza.

Es Podemos quien se ha militarizado con el fichaje de invierno. Si el PSOE se está envolviendo en banderas gigantes de España, Podemos se escuda en el militarismo para captar votos aquellos indecisos que pueden pensar a priori que no son suficientemente patriotas como para representarlos. Es el viaje a la centralidad, a la nada. No puedo por menos que recordar a un secretario general de un partido que nos espetó que España era de centro izquierda y que, nos gustase o no, su formación iba a copar ese espacio. Obviamente nos estaba enseñando la puerta para que nos marchásemos. Hoy tengo esa misma sensación.

Habrá quien piense que los problemas domésticos son los que realmente importan y que la pertenencia al brazo ejecutor de las políticas belicistas e imperialistas de Estados Unidos es una cuestión secundaria y que, en este sentido, aceptar la OTAN (con sus 16 millones de muertos a cuestas) y las bases militares es un peaje necesario para conseguir llegar al poder. Pero entre peaje y peaje, entre jirón y jirón de alma, al final de Podemos nos va a quedar un triste remedo del PSOE. Y para este viaje no se necesitaban alforjas. Yo aún aspiro a asaltar los cielos, no a hundirme en el fango. Por Manitú.