En shock, noqueados y estupefactos

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La candidata en la sede del lobby pro IsraelHoy es uno de esos días en los que resulta hasta divertido consultar los medios de comunicación y oír a tanto sesudo analista cortesano tratando de tragarse las palabras con las que, con aparente seguridad y aplomo, pontificaban hasta hace unas pocas horas, tratando de influir en la opinión pública o en los posibles votantes. Los poderes mundiales habían decidido que sólo había un candidato con posibilidades de gobernar y hoy se encuentran absolutamente en shock, noqueados, estupefactos. Las bolsas habían bajado inicialmente más que el mismísimo 11S. El Banco Central Europeo, en coordinación con otros bancos mundiales, se aprestaba a intervenir o, al menos, a apaciguar a los mercados por si cundía la histeria o el dólar se hundía más de lo aceptable para los intercambios comerciales. El terremoto apocalíptico se llama Donald Trump, un outsider antisistema que ha osado asaltar la Casa Blanca sin el permiso de la casta política, del poder financiero, de los medios de comunicación o de las principales instituciones del país.

No puede aducirse que, al tratarse de un multimillonario, ha contado con recursos ilimitados para llegar a la presidencia. Al contrario, Trump ha gastado cuatro veces menos que Hillary y la mitad que el anterior candidato republicano a pesar de contar con menos del 5% de la prensa a su favor. Incluso fue abandonado por buena parte de su partido. Ni George Bush jr. lo apoyaba. Ni que decir tiene que cantantes, actores de Hollywood, deportistas de élite o fenómenos televisivos estaban pública y abiertamente en contra del arribista. ¿Qué ha podido pasar?

Clinton representaba el continuismo de las políticas de Obama. Sin embargo, la herencia recibida tampoco es para tirar cohetes. El aluvión de ilusión que generó la elección del primer presidente negro se desvaneció pronto durante el primer mandato. Es cierto que los demócratas pueden presentar algunos logros en materia laboral, como la reducción del desempleo, pero en cualquier caso son empleos de carácter temporal, a tiempo parcial y muy mal pagados. La desigualdad ha crecido como nunca durante los últimos años y las promesas incumplidas por el Nobel de la Paz lastran enormemente su credibilidad entre el electorado, sobre todo en cuanto a la reforma migratoria, la retirada de los militares de algunas guerras eternas, el cierre de Guantánamo o el control de armas.

El descontento de la mayoría social requería de propuestas innovadoras y Trump, hábilmente, se centró en motivar a los más desfavorecidos por la crisis económica. A pesar de ser un multimillonario, supo conectar con la población trabajadora blanca de clase media-baja sin mucha formación. Clinton, por el contrario, cargó con el san Benito de ser la candidata de Wall Street, responsable última del estallido de la burbuja y de pertenecer a la casta política dominante que ha arruinado el país internamente y lo está conduciendo a la pérdida inexorable del liderazgo internacional.

Los temas internacionales no son algo que apasione a los norteamericanos, a pesar de que sean un eje central del rol de EEUU como país. Las casi 1.000 bases militares en el 70% de los países del mundo así lo atestiguan. Ahí las diferencias entre los candidatos eran, al menos sobre el papel, insalvables. Hillary era la candidata de la guerra, de la injerencia, de la confrontación con Rusia y China. Trump insistió en mejorar las relaciones con Putin y en aceptar el principio de no injerencia, de ayudar a Rusia en su lucha contra el terrorismo en Siria. De alguna manera ofrecía calma en el frente externo para centrarse en lo local. Aunque Clinton pretendiera lo mismo, su bagaje como Secretaria de Estado y su lamentable papel en la crisis Libia o en golpes de estado en Latinoamérica desmentían sus palabras y la salpicaban como mal gestora. Su responsabilidad negligente en el asesinato del embajador norteamericano en Bengasi, ya llevado incluso al cine, era otra mácula en su ya deteriorado expediente que formaba parte del acervo público.

Pero otro aspecto fundamental que puede explicar la debacle demócrata es que Hillary caía mal, muy mal, no empatizaba con las grandes masas de electores, ni si quiera entre los de su mismo partido. Entre otras cosas porque, en determinadas cuestiones, parecía más un halcón republicano que una demócrata. Había que votarla con la nariz tapada, sin mucho convencimiento. Pero apoyarse sólo en el rechazo suscitado por Trump entre la población más progresista y en ser mujer, no ha sido suficiente como para ganar las elecciones.

Imagino que tampoco habrá ayudado el modo tan poco edificante con el que el aparato partido se deshizo de Sanders, al que todas las encuestas presentaban como mejor rival frente a Trump y que desataba cerradas adhesiones como encarnación del cambio que tanto demanda la población norteamericana. Las malas artes utilizadas contra uno de los suyos, seguramente, desmovilizaron a su electorado más progresista y la retrataron frente a toda la opinión pública.

Finalmente, la bomba detonada por Wikileaks, tenía la pólvora mojada o no se atrevieron si quiera a lanzarla. De todas maneras, por este grupo supimos que las conexiones de su jefa de gabinete, Huma Abedin, o su jefe de campaña, Podesta, con los Hermanos Musulmanes y los regímenes más despóticos de la tierra, aliados y padrinos del terrorismo islámico, deberían haberla inhabilitado como candidata, incluso a la presidencia de su comunidad de vecinos.

Pero claro, si los medios de comunicación sólo hablan de que su única mancha en el currículum es que ha usado un servidor no protegido para sus correos oficiales, frente a la sarta de barbaridades y excesos verbales que acumula Donald Trump en su trayectoria pública, nadie en su sano juicio podría pensar que Hillary no ganara las elecciones de calle. Como está sucediendo en Europa, hay mucho voto oculto a fuerzas ultracentristas que  pocos quieren reconocer y que no reflejan adecuadamente las encuestas. Los furibundos ataques —recíprocos— de los medios de comunicación de masas respondían más a burdos posicionamientos políticos que a informar sobre lo que de verdad acontecía en el país. La opinión publicada no coincidía con la opinión pública. Mientras Trump hacía demagogia con los pobres, Clinton y el poder mediático sólo destacaban las miserias personales de su adversario. Los demócratas se olvidaron de hacer política, subestimaron la capacidad de aguante del republicano y su capacidad de empatía con los más desheredados. Pensaban que aireando sus excentricidades, sus debilidades, los episodios más oscuros de su pasado, los exabruptos y sus frecuentes salidas de tono, iba a ser suficiente para ganar de calle las elecciones casi sin despeinarse. Pues no ha sido suficiente, a la vista está.