Barcelona y el fin de la inocencia

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Después de clamar en vano en el desierto largos lustros. Después de luchar contra las tórridas tormentas mediáticas que trataban de borrar las huellas de un complot urdido hace más de doscientos años al amparo de las dunas, finalmente, un temporal de simún ha acabado por quitar los ropajes a los reyes y mostrar las verdades que las arenas, con tanto celo, pretendían esconder. Para unos pocos no será nada nuevo, era un secreto a sotto voce, para los más, una auténtica revelación.

Después del paso de la onda expansiva provocada por los atentados de Barcelona, ya nada será igual. Quien ve a un rey desnudo ya nunca más se dejará obnubilar, ni por el boato, ni por el brillo de piedras y metales preciosos. De la inspiración divina, se camina sin retorno a la imperfecta humanidad e incluso a la más abyecta existencia. Obviamente, no van a besar la tierra sin luchar. Las agencias de lavado de cerebros estarán preparando sus ofertas pecuniarias en petrodólares, para comenzar cuanto antes las operaciones de marketing social, en aras a rehabilitar los daños causados por las acciones terroristas de sus patrocinados. Pero es improbable que tengan éxito. El hedor que escapa bajo las túnicas reales no se disipará fácilmente, ya no.

El fundador de la dinastía de los Saud se convirtió al wahabismo, la corriente más extremista del Islam, a mediados del siglo XVIII. Una de sus características fundamentales es el takfirismo, el no reconocimiento del otro, ni de los musulmanes de cualquier otra rama del Islam, ni de los practicantes de otras religiones, todos son impuros, apóstatas, infieles, takfires. En sus versiones más radicales, ni si quiera les reconocen el derecho a la vida, deben ser necesariamente esclavizados o eliminados. Primero es necesario acabar con lo que consideran malos musulmanes para después terminar con los cristianos y judíos. Esa es la visión deformada, por llamarla de alguna manera, de un Islam de odio al otro, que los regímenes de Arabia Saudí y Qatar están extendiendo por el mundo a golpe de talonario, ante la pasividad y la connivencia de sátrapas musulmanes y dirigentes occidentales. Y esa es la confesión que adoptan los yihadistas, tanto los del Daesh (ISIS o Estado Islámico), como los de al Qaeda, las dos internacionales mundiales del terror más poderosas y conocidas.

Arabia Saudí es como un gran grupo terrorista que ha logrado establecer su califato en unas tierras concretas en el Medio Oriente. Daesh casi lo consigue en la región que amablemente dejaron que conquistara entre Irak y Siria, pero, afortunadamente, ya está siendo expulsada de ella por estos gobiernos y sus aliados.

Con una ideología religiosa de esa índole, es normal que Arabia Saudí sea un estado que esté implicado en múltiples guerras, de tipo convencional y no convencional, a través de ejércitos regulares o, subsidiariamente, a través de mercenarios y milicias yihadistas. Yemen, Bahrein, Libia, Irak o Siria son ejemplos de ello. El listado de crímenes de lesa humanidad, crímenes de guerra y violaciones de los derechos humanos (en su propio territorio) en el haber de Riad es incalculable. Sin embargo, no está considerado un estado paria, ni sus dirigentes van a ser juzgados jamás en los tribunales internacionales.

Los motivos son diversos. Desde el punto de vista geoestratégico, Estados Unidos (junto con la UE e Israel) es aliado de las monarquías del Golfo, la región productora de petróleo y gas por antonomasia del planeta. Tiene desplegadas varias bases militares en el área para asegurarse el suministro ininterrumpido de crudo barato en el futuro y para controlar el tránsito hasta la metrópoli. Por otro lado, cuantas más guerras estallen, más cantidad de armas se demandarán. Así que, buena parte del dinero pagado por la venta de hidrocarburos vuelve a EEUU en forma de compras de armamento. Por último, teniendo en cuenta que los mayores enemigos de los wahabíes son los musulmanes shiíes y, habiéndose escapado Irán de la órbita occidental desde la proclamación de la República Islámica en 1979, lo más fácil es apoyar a sus enemigos para debilitar al país persa y mantener viva la amenaza de una guerra regional, junto a la promulgación de sanciones, sabotajes, asesinatos selectivos o atentados terroristas teledirigidos.

En cuanto a España los motivos que explican estas amistades peligrosas no son tan obvios. Tenemos que retrotraernos a los tiempos de la transición y a la herencia monárquica planificada por el dictador Franco para nuestro país. La casa real española estaba por aquel entonces sin blanca, al pairo de empresarios y financieros de dudosa moralidad que, invariablemente dieron, más tarde que temprano, con los huesos en la cárcel. Fueron las monarquías medievales del Golfo Pérsico quienes financiaron a su homóloga española con préstamos generosos pero, sobre todo, a través de la posibilidad de comerciar con las importaciones de hidrocarburos. Los Saud sólo hacen negocios con familiares o amigos íntimos y los borbones están incluidos en esta última categoría. Petróleo y gas, mezquitas, grandes obras e infraestructuras y armas, muchas armas, están en la lista de intercambios entre ambos países y ambas casas. Como ejemplo de cercanía, fue Salman bin Abdulaziz al Saud, el «hermano» de Juan Carlos de Borbón, quien pagó el famoso viaje a Botsuana con Corinna y el que logró adjudicar las obras del AVE Medina-La Meca.

Esa capacidad de influencia sobre gobiernos en Occidente, unido a inversiones en medios de comunicación, le permitió a los países del Golfo mantener una impunidad total frente a la opinión pública internacional. Países como EEUU o Reino Unido escondieron informes oficiales sobre la implicación de Arabia Saudí y sus vecinos en los atentados del 11S o en la financiación del yihadismo. Sin embargo, la desastrosa operación de las primaveras árabes puso de manifiesto a gran escala la brutalidad de las prácticas de los terroristas y visualizó quiénes eran realmente los patrocinadores de al Qaeda y Daesh, donde las monarquías del Golfo desempeñan un papel crucial, especialmente Arabia Saudí y Qatar.

En este estado de cosas, cuando los atentados de los considerados nuestros “rebeldes moderados” en Oriente Medio afectan a Europa, donde adquieren ya la dimensión clara de terroristas, la opinión pública es incapaz separar ambas estrategias y pocos están dispuestos a pagar un precio de sangre por alcanzar difusos réditos geopolíticos inexplicables en tierras lejanas. Es entonces cuando se generaliza el rechazo a los terroristas, a sus amigos, a los que los financian, a los que los dotan de soporte ideológico y a los que los utilizan como carne de cañón mercenaria para enfrentar a los gobiernos laicos e independientes de la región, en los que musulmanes suníes y shiíes, cristianos y judíos pueden vivir en paz.

Así, Arabia Saudí es ya para muchos un estado paria, indeseable, el líder del eje del mal en el mundo. Todo el que tenga relaciones con él será considerado de la misma manera. Ya sean sus íntimos de la casa real española, los que callan sus atrocidades a cambio de contratos, los que les venden armas y los que callan o los jalean cuando les venden barcos de guerra porque hay que dar empleo a los trabajadores de los astilleros públicos. Ninguno va a seguir siendo inocente a ojos del pueblo. Que tomen nota.