Un gobierno de cooperación con vistas o los taburetes del Consejo de Ministros

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Llevamos una temporada donde tras cada fiesta de la democracia, vivimos invariablemente ceremonias de la confusión cada vez mas duraderas. Y no solamente por las torticeras interpretaciones de los resultados electorales que hace cada formación política, sino porque el paradigma que sirvió para interpretar el régimen surgido tras la modélica transición pilotada desde la embajada norteamericana, ya no es perfectamente funcional. Ha costado muchos años superar el omnipresente bipartidismo, pero es un hecho incontestable que se encuentra en las horas más bajas de su historia. No obstante, el viejo sistema se resiste a desaparecer y sus principales protagonistas aún no han asumido que hemos entrado en un nuevo y mas complejo escenario. Se dice que nuestra sociedad carece de cultura de pactos, que Spain is different, pero no dejan de ser simplezas para encubrir las dificultades de encaje en la nueva situación surgida de los últimos procesos electorales. 

Obviamente, me estoy refiriendo a la mascarada orquestada por el PSOE para aparecer como sincero propiciador de una coalición de izquierdas y, al mismo tiempo, culpar a Unidas Podemos de frustrar tal posibilidad. Pero la realidad desnuda y sin edulcorar por los medios de comunicación del régimen es muy tozuda. Veamos los hechos.

No es normal que durante las dos horas de tediosa y desganada intervención de Pedro Sánchez en el Parlamento, el candidato no haga ni un sólo guiño al partido con el que inevitablemente va a tener que confluir si aspira de verdad a gobernar. Quien se presenta a una investidura sin disponer de la mayoría absoluta con intención de ganarla a través de las ideas y compromisos contenidos en un discurso, no debe mostrar únicamente el programa propio, máxime cuando hay una negociación en marcha y existe un pacto programático, firmado pocos meses atrás, con el socio prioritario.

Pero no es el único despropósito cometido por Sánchez y su equipo en los últimos días ¿a quién se le ocurriría mendigar insistentemente la abstención de las derechas, mientras se le demuestra un claro desprecio al partido con el que supuestamente negocia un gobierno de coalición? ¿no indica ese proceder que el plan B del PSOE es la coalición con Unidas Podemos y que la preferencia real es que las derechas les regalen la presidencia por la cara? ¿A quién obedece Sánchez, a su electorado o a los poderes fácticos que no se presentan a las elecciones y que son los que vetan realmente a UP y pilotan a todo el establishment del régimen?

Tampoco tiene ninguna lógica demandar un pacto de estado para cambiar las reglas del juego en medio de un partido que no se acaba de dirimir para evitar tener que pactar para gobernar en un futuro. ¿No es otro feo más hacia su socio “preferente”?

Hay otros indicios que hacen pensar que el PSOE jamás ha pretendido gobernar en coalición con Unidas Podemos. Tras meses de desencuentros, tanteos y renuncias, se había llegado al punto de establecer un gobierno de coalición entre PSOE y UP. ¿A qué viene pues la insistencia en volver a plantear escenarios ya superados como el apoyo desde fuera sin entrar en el gobierno, los acuerdos sobre programa con una comisión de seguimiento y el gratis total, la opción favorita de Sánchez? Son ganas de dinamitar las conversaciones, por mucho que se quiera aparentar lo contrario con las miras puestas en unas nuevas elecciones. 

Pero lo que ya raya el escándalo es el juego de trileros que se traen con los ministerios. Como Sánchez no quiere soltar ni un sólo sillón de su Consejo de Ministros, la jugada es elevar direcciones generales o secretarías de estado a rango de ministerio pero sin otorgarles ni competencias ni presupuesto, subordinadas a los ministerios de verdad y presentarlas como “muy importantes”.  Es una ofensa, una humillación, un burdo insulto a la inteligencia. Son ganas de reventar las negociaciones, máxime cuando ya renunciaron a esos puestos de segunda hace varios días y el PSOE había transigido en mejorar su oferta. Si tan importantes son las áreas que le han ofrecido a UP (juventud, vivienda sin vivienda, infancia…) ¿porqué no se las queda el PSOE para sus pesos pesados? ¿a quién quieren engañar, si en el mejor de los casos sólo se ha ofrecido a compartir un máximo del 5% de los presupuestos?

Seamos serios. Sánchez metió la pata hasta el fondo cuando señaló a Iglesias como el principal escollo para la consecución de un gobierno de coalición. En el momento en que Unidas Podemos retiró a su candidato en una jugada tan magistral como dolorosa para algunos, se descubrió el juego de un PSOE que iba a seguir vetando nombres hasta agotar al último militante o simpatizante de la formación morada con tal de romper la no-negociación. El problema real es que Pedro Sánchez quiere gobernar en solitario como si tuviera una mayoría absoluta que dista mucho de poseer. Los actores del bipartidismo llevan mal el que otros partidos entren en su, hasta ahora, exclusivo club. Han sido dueños de un sistema partitocrático en el que se han repartido sillones, jueces, tribunales, televisiones, empresas públicas, dádivas de los poderosos, cajas de ahorro, subvenciones… y la renuncia les resulta sumamente dolorosa. Tampoco descartemos el poder que el poder financiero, mediático y empresarial ejerce sobre el Partido Socialista, tal y como reconoció el propio Sánchez en una archifamosa entrevista que vuela hoy por las redes sociales para disgusto del candidato presidenciable.

Sea como fuere, objetivamente nadie puede pensar que el PSOE ha pretendido negociar de buena fe con Unidas Podemos, facilitando un gobierno de coalición medianamente proporcional al número de votantes o al número de diputados obtenidos en las pasadas elecciones generales. Eso, un acuerdo justo, jamás ha estado sobre la mesa, al menos hasta el momento. La alternativa que barajan en Ferraz es convocar unas nuevas elecciones, piensan que pueden mejorar sus resultados e intentar volver a épocas más puramente bipartidistas. Sin embargo, todos los estudios demoscópicos y proyecciones de voto apuntan a que los socialistas seguirían necesitando del apoyo de Podemos para llegar al gobierno y que la situación actual se repetiría una vez más. Sin embargo, el riesgo de desmovilización de los votantes de la izquierda parlamentaria es muy alto y es posible que los números no salieran.

Sánchez se jugaría así su futuro con tal de negarle el paso a la izquierda. Conociendo su trayectoria, sus aspiraciones, su ego y su ombligo… resulta extraño que admita sin más renunciar a una posibilidad real de gobernar. ¿Quién mueve realmente los hilos del PSOE como para obligar a su líder a dispararse sobre su propio pie? ¿cuánto le debe el PSOE a los poderes fácticos?¿Acabará el vértigo de la incertidumbre por propiciar in extremis una verdadera negociación?