¿Sigue vivo el espíritu de Gladio en España?

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Durante la Guerra Fría, en los años 50, Estados Unidos (la CIA con la colaboración del MI6)  financió, organizó y adiestró secretamente a grupos paramilitares en numerosos países europeos, con el fin de que constituir una fuerza infiltrada de vanguardia en el caso de que la Unión Soviética invadiese alguno de esos territorios. Descartada tal descabellada posibilidad, la Operación Gladio (conocida también como stay-behind) se dedicó a impedir que partidos comunistas lograran ganar las elecciones democráticas en sus respectivos países y llegaran al poder. 

Los métodos de Gladio, como no podían ser de otra manera, eran de marcado carácter terrorista. Sus agentes estuvieron implicados en numerosos atentados, algunos de ellos de bandera falsa para incriminar a grupos revolucionarios de izquierda. En nuestro país, por ejemplo, participaron decisivamente en varias acciones violentas, como en la matanza de los sindicalistas de Atocha. Y no, no se trata de conspiranoia antiimperialista; hablamos de documentos oficiales emitidos en Italia contra el neofascista Carlo Cicuttini, terrorista participante en muchos otros atentados, al que España puso miles de trabas para no extraditarlo porque sabía demasiado sobre la guerra sucia contra ETA y la fundación de los GAL, una organización en cierto modo heredera de Gladio. Curiosamente, Cicuttini, casado con la hija de un general franquista, se acogió a la amnistía general dictada en octubre de 1977 para enmascarar los crímenes del franquismo bajo el amparo de una ley de punto final contraria al derecho internacional humanitario.

Pero Cicuttini no era el único neofascista italiano ligado a Gladio afincado en España y protegido por los servicios secretos (o parte de ellos) dedicado a la ejecución de actos terroristas contra la izquierda y el independentismo en nuestro país. Mario Ricci, presunto autor del atentado contra la revista satírica El Papus, o Vittorio Aldo, eran algunos de los más conocidos.

Aunque pudiera parecer cosa del pasado, no es en absoluto así, los coletazos de Gladio son de rabiosa actualIidad. El todopoderoso presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker ex-primer ministro de Luxemburgo, quedó muy tocado en 2013 cuando se conoció su íntima colaboración con el «Ejército Secreto de la OTAN». Ahora se entienden los cargos a los que ha sido aupado por el establishment, desde gobernador del FMI y del Banco Mundial, a la presidencia del Eurogrupo, del Consejo Europeo, la Comisión Europea, etc, etc. También su escándalo como colaborador necesario en la elusión fiscal de las multinacionales norteamericanas en Europa. Un buen agente norteamericano, sí señor. Afortunadamente, los atentados cometidos por la CIA en Luxemburgo puede que salgan a la luz gracias al trabajo de la fiscalía del país. Algo parecido está sucediendo en Suecia con el asesinato de Olof Palme, probablemente ejecutado también por la CIA, cuyo caso va a ser reabierto por la fiscalía general sueca, a tenor de los recientes descubrimientos sobre la autoría del magnicidio. 

En total, en la veintena de años de mayor actividad de Gladio, un total de casi 500 personas fueron asesinadas por el GAL de la OTAN —como algunos lo han llamado— con la connivencia de muchos gobiernos europeos dispuestos a todo, con tal de que ningún partido comunista pudiera llegar al poder y poner en entredicho la presencia de las bases militares norteamericanas o la pertenencia a la OTAN.

Resulta cuando menos curioso que dirigentes de primer nivel socialista, cuando hablan de la modélica transición española, oculten deliberadamente los asesinatos —alrededor de 600— cometidos por la ultraderecha patria en aquel periodo histórico. Claro que no debería sorprendernos cuando el propio PSOE es un producto modelado de principio a fin en los laboratorios norteamericanos. El problema para que todos estos manejos no salgan a la luz no es otro que la consideración de alto secreto de los archivos históricos de la transición y que estén fuera del alcance de investigadores y académicos. Afortunadamente, gracias a las desclasificaciones legales norteamericanas y a las desclasificaciones forzosas efectuadas por Wikileaks, podemos entrever qué sucedió realmente durante aquellos intensos y complejos años, a pesar de que los poderosos sólo quieren que nos quedemos con la edulcorada visión de la historia de un humilde rey demócrata que trajo la democracia a un país azotado por 40 años de dictadura.

El entonces príncipe Juan Carlos de Borbón se convirtió en los setenta en agente informador de EEUU, convencido de que, si contaba con el beneplácito imperial, podría llegar a ser rey de España. Le dio igual incumplir los compromisos con Naciones Unidas referidos al Sáhara, dejar al pueblo saharaui a merced de una dictadura sangrienta o renunciar, en favor de Marruecos, a la explotación de las riquezas pesqueras o las del subsuelo del Sáhara occidental. Todo por un sillón, la corona y la posibilidad en enriquecerse a costa de los españoles y españolas.

Por otro lado, EEUU ya se había ocupado de liquidar a Carrero Blanco previamente, usando a una incipiente ETA, cooptada por el PNV, muy vinculado en aquel entonces a los servicios secretos de Estados Unidos, que pretendía evitar futuras tentaciones del sucesor de Franco de prescindir de las bases norteamericanas en suelo español y facilitar el futuro ingreso en la OTAN en el momento en que, formalmente al menos, España dejara de ser una dictadura. 

Pero, para lograrlo necesitaba tomar las riendas de la transición. Para ello contó con los inestimables servicios del embajador norteamericano teledirigido por el mismísimo Henry Kissinger. Tampoco vino mal la inestimable colaboración de algunos padres de la constitución provenientes del antiguo régimen, miembros del Club Bildelberg y de la Trilateral, que se encargaron, cual fieles topos de Estados Unidos, de asegurar un régimen bipartidista, un estado politizado en todas las instituciones, con una representación electoral muy compleja para las minorías, con contrapesos a los sindicatos y contención de los nacionalismos periféricos. El ruido de sables o los sobres cerrados entregados bajo cuerda con títulos completos de la Carta Magna redactados por los poderes fácticos del régimen (al servicio de EEUU) justificaron el desaguisado final. Los trabajos publicados por Pilar Urbano, con documentación recopilada en los archivos usamericanos, dan buena cuenta de las afirmaciones que anteceden.

Solo faltaba acabar con los restos de antinorteamercanismo de la derecha española franquista, encarnada en la figura de Adolfo Suárez y terminar de domesticar al PSOE refundado para volverlo decididamente atlantista. No fue complicado, el PSOE, en las postrimerías del franquismo no era más que un conjunto de siglas históricas sin afiliados ni presencia real en las calles y sin apenas participar en la lucha antifascista. Fue el gobierno de Franco, a través de sus servicios secretos, quien facilitó la presencia de Felipe González en el congreso de Suresnes (Francia) financiado por la socialdemocracia alemana, para acabar con los históricos socialistas que jamás se hubieran arrojado a los brazos de EEUU. 

Tratados con exquisita suavidad por el régimen franquista, incluso con órdenes de no detención (lo que no ocurría, obviamente, con los miembros del PCE), sus dirigentes estaban en contacto permanente con miembros de los servicios secretos (el SECED), quienes los ayudaban incluso a transportar el material propagandístico “ilegal” para sus reuniones. Willy Brandt, junto con los servicios secreto alemanes, se sumaron así a los EEUU para acabar con los comunistas e impedir que el apoyo en las calles se tradujese en votos en las futuras elecciones. Ríos de dinero fluyeron procedentes de fundaciones alemanas del PSD y de la propia CIA para evitar la llegada al poder del PCE y provocar un cambio rupturista en España. EEUU ordenó a las embajadas afines ayudar a construir la imagen de estadista de Felipe González. El resultado final es conocido por todos.

Varios investigadores, miembros de la administración durante la transición y testigos de la época, como el coronel Martínez Inglés, defienden que, después de la muerte de Franco, los miembros de Gladio se integraron en el CESID (el antecesor del actual CNI), blanqueando así sus asesinatos y demostrando, una vez más, que la tan admirada transición en España fue en realidad, un disfraz que permitió la continuidad de estructuras franquistas anidadas en lo más hondo de la dictadura fascista que destrozó nuestro país. Pero eso no es todo, las hordas de hagiógrafos que alaban las figuras del rey o de Adolfo Suarez, ignoran o pretenden ignorar que se trata de simples marionetas manejadas desde el otro lado del Atlántico debidamente recompensadas por sus servicios… al pueblo norteamericano.

Cabría preguntarse, hasta qué punto los objetivos del viejo Gladio continúan vivos en determinadas estructuras estatales opacas a la opinión pública, como las cloacas del Ministerio del Interior. Con los antecedentes mencionados no es descabellado pensar que poderes ajenos a los sometidos al escrutinio popular, siguen manejando resortes para evitar que formaciones contrarias a la presencia norteamericana en nuestro país o a la permanencia en la estructura de la internacional terrorista apadrinada por EEUU (la OTAN), pudiesen algún día llegar al poder en nuestro país.