No, Trump, EEUU sí depende, y mucho, de Oriente Medio

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Durante la breve rueda de prensa posterior al ataque iraní a las bases militares de Ain al Assad y Erbil en Irak, Donald Trump lanzó un críptico mensaje que parecía no tener mucha relación con el motivo de la comparecencia. Decía así:

“En los últimos tres años, bajo mi liderazgo, nuestra economía se ha vuelto más fuerte que nunca; EEUU logró independencia energética. Ahora somos el productor número uno de petróleo y de gas natural en cualquier parte del mundo; somos independientes y no necesitamos el petróleo de Oriente Medio”.

Como también se refirió a que deseaba más implicación de la OTAN en la región, todo parecía indicar que Trump estaba manifestando la intención, recogida en el programa electoral republicano, de abandonar Oriente Medio, dejando en su lugar a sus aliados-vasallos para evitar que Rusia, China o Irán, ocupasen su lugar.

Tras las declaraciones, muchos medios se lanzaron a desmentir la exactitud de la afirmación. Resulta que las refinerías de Estados Unidos están adaptadas para trabajar con el petróleo foráneo y tardarán bastantes años en modificar sus procesos para funcionar con el petróleo de esquisto nativo, mucho más liviano y con menos cantidad de azufre que el de Oriente. Esa es la razón por la que aún necesitan importar al menos un 10% del consumo actual de petróleo de aquella inestable región. No obstante, Donald Trump tenía razón al afirmar que se habían convertido en exportadores netos, tal y como afirman los balances estadísticos actuales.

Pero no se trata solo de eso, como han publicado muchos medios. La dependencia de EEUU del petróleo del Golfo Pérsico no es tanto por las importaciones físicas y directas, sino por la estrecha relación existente entre el valor del dólar, la deuda norteamericana y las transacciones internacionales de petróleo. Fue en 1971 cuando el dólar dejó de estar respaldado por el oro guardado en Fort Knox, una base militar situada en el Estado de Kentucky, que almacena más de la mitad del preciado metal gubernamental norteamericano. Desde entonces se supone que es el mercado, la oferta y la demanda, la que pone y quita valor a las monedas. 

Sin embargo, tras la crisis del petróleo de 1973 que siguió a la guerra del Yom Kipur de los países árabes contra Israel, Estados Unidos firmó un acuerdo secreto —que aún lo es— con Arabia Saudí por el que el imperio se haría cargo de defensa de la monarquía feudal del Golfo, a cambio de renunciar al uso del petróleo como arma de guerra y a la compra masiva de deuda norteamericana. Desde entonces, Arabia Saudí se convirtió también en un aliado de facto de Israel y en uno de los países del mundo que más gasto militar soporta año tras año. El resto de países del Golfo pronto le siguió la estela.

A cambio de la ingente compra de deuda, para asegurar el valor de la inversión, la monarquía de los Saud exigiría cierta estabilidad para la divisa. Ni que decir tiene que, para que el sistema funcionase, todas las transacciones de hidrocarburos se deberían hacer en dólares, de manera que cualquier país que desease esas materias primas, deberían adoptar al billete verde como moneda de reserva. De esta manera, EEUU se permite  aún hoy vivir por encima de sus posibilidades, pudiendo imprimir ilimitadamente más y más dólares sin que afecte sensiblemente a su valor de mercado, y manteniendo una deuda mayor que las del resto de países del mundo sumadas.

La interrelación entre ambos países es tal, que es difícil discernir quién tiene el control. Cuando se ha obligado a EEUU a criticar a Arabia Saudí por asuntos como el 11S, el asesinato de Khashoggi o la guerra de Yemen; la reacción de Riad ha sido amagar con volver a practicar la guerra petrolera, pero además, amenazar con deshacerse de la deuda norteamericana y vender el petróleo mayoritariamente en otras divisas. Ni que decir tiene que Estados Unidos siempre ha acabado envainando la espada.

Saddam Hussein pagó con su vida la venta del petróleo de Irak en euros. A Gaddafi le sucedió algo parecido, pretendía abandonar el dólar y usar sus propias reservas para establecer una moneda africana referenciada en el oro, liberando también del inhumano yugo monetario francés a los países del Sahel. El auténtico Gran Juego de nuestros días, es ver cómo otras potencias intentan huir del dólar como moneda de reserva mundial, para así  alcanzar un mundo multipolar en lo económico y lo político. 

EEUU, con matices, habrá alcanzado la soberanía energética gracias a las desregulaciones ambientales y burocráticas propiciadas por Donald Trump, pero su moneda depende, como durante los gobiernos anteriores, de lo que acontezca en el Golfo Pérsico.