El rey despide al rey por corrupto

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Aprovechando el apagón informativo impuesto de facto, primero por la epidemia y luego por la pandemia del coronavirus, la corona española se ha visto públicamente afectada por su endemia particular: el virus crónico de la corrupción. Y hay que reconocer que no han encontrado un momento mejor —el rey conocía el asunto desde marzo de 2019— para reconocer abiertamente lo que era un secreto a voces desde hace decenios: que Juan Carlos de Borbón, buena parte de su séquito y la propia Casa Real española son un nido de irregularidades económicas. Posiblemente, considerado en conjunto, nos encontremos ante el mayor caso de corrupción de toda la historia reciente de España, que lo de Arabia Saudí solo es la punta del iceberg. 

Muy mal deben ir las cosas para el rey emérito cuando ha tomado una decisión de tanto calado, aunque medio escondida entre tapabocas —que es como llaman en América Latina a las mascarillas— y guantes de látex. Lo normal, dentro de un orden, es que un padre pudiente desherede a un hijo díscolo por mal comportamiento. Pero que un hijo renuncie a la herencia de un padre (antemortem) porque su dinero es sucio y no quiera mancharse con él, es más de lo que podríamos esperar, es una puñalada trapera de las que solo se han visto en la historia de emperadores o monarcas, aunque no así en el pueblo llano, que si se renuncia a una herencia es porque contiene más deudas que bienes. Pero aún hay más, lo llamemos como lo llamemos, Felipe ha despedido al rey, lo ha mandado al paro, le ha quitado la asignación que recibía de la Casa Real. Total, unos 200.000 euros al año de nada. La reina emérita debe estar dando saltos de alegría…

Ya mismo lo veremos en la cola yendo a firmar para cobrar el subsidio de desempleo —sugirió un tertuliano. Pero no caerá esa breva, nuestro campeón de la democracia posee, según la revista Fortune, uno de los capitales más grandes del mundo. Teniendo en cuenta que llegó al trono viviendo casi de la mendicidad de empresarios y banqueros corruptos, tiene todo el mérito del mundo, sí señor, pero como delincuente, no como administrador de su sueldo. Alguien ha calculado que, para amasar la fortuna que se le presupone, debería haber reinado varios siglos cobrando su salario del estado y eso no hay cuerpo, ni país, que lo aguante. Luego dirán algunos que se extrañan de lo que les gusta defraudar a los españoles. Si el mismísimo rey trinca dinero negro y oleoso de donde puede y lo mantiene en paraísos fiscales, si presidentes del gobierno han recibido pasta en sobres procedentes de sobornos, o si se cuentan por miles los políticos procesados en casos abiertos de corrupción ¿es tan raro que alguien renuncie a una factura con IVA para ahorrarse unos cuartos? Obviamente, puede ser ilegal e insolidario, aunque no ajeno; pero hablando de coronas corruptas, siempre se me viene a la cabeza una pintada que estuvo mucho tiempo adornando las calles de la Graná nazarí de los 80 que decía: Ahorrad, ahorrad para que el rey pueda esquiar. Como cantaba el genial Evaristo en aquellos tiempos: un rey no es rey por voluntad divina, sino porque sus antepasados se lo montaron divinamente. Pues eso.

El régimen del 78 se cimentó con la complicidad de los partidos políticos que jamás se atrevieron a cuestionar abiertamente la figura del rey, el paladín de la democracia —nos vendieron—, junto a la censura y la autocensura de los medios de comunicación, que siempre optaron por tapar los pecadillos económicos del rey y sus constantes líos de faldas de machote español. Lo peor es que los grandes partidos, los principales conglomerados informativos del país y buena parte de la sociedad española, en 2020, aún parece dispuesta a seguir con la boca tapada, pero no por miedo al virus, sino porque siguen haciéndose cómplices del mayor latrocinio de la historia de la partitocracia del 78, ligando su destino al de una institución decadente que, ahora sí, tiene los días contados. Que resuene hasta en la Zarzuela…