Tortura autóctona

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Personalmente provengo del medio rural forestal de Andalucía, el pueblo en el que nací está rodeado de montañas de baja altura, pero con un relieve agreste y unas densísimas arboledas muy apropiadas para permanecer desapercibido. Ello, si lo unimos a la cercanía de la frontera gibraltareña y a la cercanía africana propició de siempre episodios de contrabando, de extraperlo, de bandolerismo o más recientemente de guerrilla contra el franquismo. De ahí que los cuerpos y fuerzas de seguridad hayan campado a sus anchas por la geografía campogibraltareña y que muchos sentimientos de aversión hacia ellas continúen latentes entre la población menos urbana a modo casi de atavismos subconscientes.

De pequeño jugábamos por las calles del pueblo a carabineros y mochileros, una especie de remake infantil de lo que vivían muchos mayores en la comarca, entonces a la casa cuartel de la Guardia Civil la llamábamos la «fábrica de galletas», tal era la desmedida afición que muchos números profesaban, aún en democracia, para hacer uso de sus prerrogativas de ejercitar su parte alícuota del monopolio estatal de la violencia. Aún recuerdo el estupor que me produjo escuchar las palabras salidas de la boca de un niño del campo de nueve años refiriéndose a la benemérita con un pavor irracional que ponía los pelos de punta. Siempre que hago referencia a ello se me viene a la mente una letra flamenca de Moreno Galván interpretada por el cantaor José Menese que decía algo así como:

Que dios te valga,
si en la verea
sale la guardia

Punta charol, capa y bota
a poquito a poco asoman,
igual que dos grajos verdes
recortaos en la loma

¡Ay! más te valiera
que las lunas y soles
se confundieran

Ni que decir tiene que las cosas han cambiado mucho desde el tardofranquismo. Hace casi tres lustros fui detenido en una acción noviolenta por un conflicto ambiental muy largo de explicitar ahora y, salvo alguna menudencia desagradable, fuimos tratados correctamente. Las nuevas promociones de guardias civiles ya no son como aquellas que se nutrían en buena parte de los mismos oprimidos de los ámbitos rurales que, para escapar a la espiral de miseria del campo andaluz, o bien se hacían toreros, o bien ingresaban en la benemérita, que para eso se necesitaban muy pocos requisitos y bastante menos valor. Pero lo que es innegable es que la Guardia Civil está aún pendiente de una profunda remodelación que la prive del tufillo a rancio y a dictadura que desprenden sus uniformes. Como libertario, por pura convicción y coherencia, uno preferiría que directamente se disolviera pero, de momento, al menos sería deseable que la democracia llegara a los cuarteles y adoptasen de una vez por todas el carácter civil que acompaña su nombre desde su fundación, ya que lo castrense es el mejor caldo de cultivo para amparar sucesos como los acontecidos en Roquetas de Mar, donde un detenido ha sido maniatado, brutalmente apaleado con materiales antirreglamentarios y frito a descargas eléctricas hasta encontrar la muerte dentro del recinto de estas «fuerzas del orden».

Pero lo peor es que este luctuoso suceso no es un hecho aislado, año tras año, aunque apenas alcance un espacio visible en las rotativas, los informes de Amnistía colocan a nuestro país dentro del selecto club de los practicantes de violaciones tan graves de los derechos humanos como lo es la tortura.

Copyleft Juanlu González
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