La guerra del Nobel de la Paz

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La idea que se quedó grabada en mi mente de la guerra de los afganos contra el invasor soviético podría resumirse en la siguiente escena: Un pastor solitario permanece sentado plácidamente con su rebaño de cabras en la alta y yerma montaña contemplando el paso de las horas; de repente, divisa un helicóptero enemigo que se dirige a la zona en la que se encuentra. Sin pensarlo dos veces, se encamina al lugar donde tiene sus pobres enseres y sus ropajes, destapa un lanzador de misiles tierra aire portátil, apunta minuciosamente, dispara y ¡diana!, helicóptero abatido. Con cuidado, vuelve a tapar con andrajos el SAM y se pone con sus quehaceres cotidianos como si tal cosa.

Realmente no se si leí algo parecido en su día, si lo oí en algún documental o alguien me lo contó. Lo cierto es que parece indicativo del fracaso soviético de una invasión que, a los ojos de muchos —sobre todo de la historiografía oficial—, supuso el principio del fin del bloque comunista y el encumbramiento de al Qaeda como fuerza omnipotentes. Aunque se le olvide a muchos, al Qaeda y los talibanes eran aliados de EEUU en todos los frentes que tenían abiertos en el mundo árabe aunque realmente es más correcto decir que prácticamente eran su invención, su criatura.

130.000 soldados del ejército rojo, perfectamente pertrechados, no fueron capaces de vencer a los afganos determinados a expulsar a los rusos del país, más toda la ayuda que los norteamericanos podían suministrar de manera más o menos encubierta. La Red, al Qaeda, la creó EEUU para llevar hasta Afganistán a multitud de musulmanes que querían ayudar a sus hermanos a liberar al país de los infieles comunistas. El apoyo de los servicios secretos pakistaníes, la temida ISI, en la captación y preparación de combatientes en campos de entrenamiento en ambos países fue absolutamente crucial. De hecho, aún se los suele vincular en no pocas ocasiones. EEUU se responsabilizaba de la planificación y de la logística con el apoyo de Arabia Saudí y otros países de su órbita, los proveía de dinero, material bélico, formación y los talibán hacían el resto con la promesa de quedarse con el botín sin lograban el objetivo de expulsar a los rusos, el control del país o de lo que quedaría de él tras el fin de la cruenta invasión.

Como Afganistán es prácticamente imposible de controlar por tierra con la oposición de todo o buena parte de su pueblo, los soviéticos usaron las mismas técnicas de que hacen gala los actuales invasores: favorecer los desplazamientos por aire frente a los movimientos terrestres y controlar las ciudades más importantes en vez de centrarse en las abruptas regiones montañosas. Sin embargo, ni esos soldados ni la cercanía geográfica de ambos países fueron suficientes para ganar la guerra. EEUU y la OTAN van a contar tras el incremento de tropas anunciado por Obama y la réplica atlantista con alrededor de 140.000 efectivos. La superioridad técnica de los invasores actuales es abrumadora, pero sus dificultades logísticas son mucho mayores. ¿Serán suficientes? La guerra aérea ha provocado la animadversión de buena parte de la población local, los talibanes de Pakistán han hecho muy difícil el apoyo logístico desde Peshawar y ahora dependen de Rusia para el aprovisionamiento quien, amistosamente, está colaborando de muy diversas maneras.

EEUU no tiene más remedio que pactar con Rusia, Uzbekistán e incluso con Irán si quiere intentar salir airoso de la guerra de Afganistán, sobre todo ahora que Obama ha puesto un plazo para el inicio de la retirada antes de la finalización de su mandato. Claro que no le está saliendo gratis, el paso de camiones de la OTAN por Irán puede tener como contrapartida el abandono de los planes de ataque a las instalaciones nucleares o la contención forzada de Israel. La ruta rusa y el beneplácito de Uzbekistán para la ruta que viene desde  el Caspio puede tener que ver con el devenir de los conflictos de Osetia y Abjazia, con la no ampliación de la OTAN por Georgia y Ucrania quizá ya dio sus frutos con el definitivo abandono del escudo antimisiles de Polonia y Chequia.

Todos estos costes no tienen sentido en un contexto de una más que vaga guerra contra el terrorismo, ni en venganza por el 11S o la captura de Bin Laden por mucho que lo hayan resucitado en estos días. Está meridianamente claro que se trata de la pugna contra Rusia y China por el control de los hidrocarburos de Asia y sus redes de evacuación. Por eso Obama no ha tenido otro remedio que continuar la guerra de Bush, hacerla suya e intensificarla en el modo en que le pedía el complejo militar industrial. Ni premio Nobel de la Paz preventivo ni sus discursitos enlatados o promesas electorales han logrado mover un ápice la política exterior de EEUU diseñada por los think tanks neocons. La voracidad del imperio es independiente de quien sea el comandante en jefe y del color de su piel. Por eso Obama se está arriesgando a la vietnamización definitiva de la guerra de Afganistán y a repetir la nefasta experiencia soviética aunque en ello le vaya el cargo. Mientras, los rusos se frotan las manos, se están portando bien y ven cómo pueden estar contribuyendo al definitivo declive del imperio devolviéndole la jugada de los ochenta. Solo resta que los talibanes y señores de la guerra de la resistencia se hagan con cierto material antiaéreo portable para que la próxima primavera se convierta en un infierno para las tropas invasoras. Determinadas informaciones apuntan a que misiles Gremlin rusos y HN-5 chinos están llegando a manos rebeldes. De ser ciertas, sería un movimiento maestro en el tablero de Gran Juego v 2.0 por las materias primas de Asia.

La cuestión, ya hablando del ámbito doméstico, es que ello supondría un grave peligro añadido para las tropas españolas desplegadas en Afganistán. Por eso la opinión pública debería saber qué hacen nuestros soldados allá, a qué se enfrentan y por qué no se le cuenta toda la verdad. Esa es la responsabilidad de nuestra clase política que, como siempre, no está a la altura de las circunstancias ni de la realidad sobre el terreno.