15M: «Quieres identificarnos, tienes un problema»

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No Pasarán

Si hay algo que tenemos que agradecer a las movilizaciones de Democracia Participativa y lo que se ha organizado después es que haya desplazado el interés y el debate público de una campaña electoral plana, vacía e incluso zafia a temas que de verdad interesan a la gente de a pie. A la mayoría de los partidos políticos le ha cogido por sorpresa y hasta con el pie cambiado. De hecho, su torpeza es la que ha engrandecido la participación a los espectaculares niveles que ha alcanzado. Ni siquiera los sindicatos mayoritarios han sabido confluir con la calle. La frescura, espontaneidad y fortaleza del movimiento ciudadano ha dejado en ridículo a la romería anual del primero de mayo, ya tan descafeinado, corporativizado y esclerotizado.

A pesar de las resistencias iniciales de los medios de comunicación, la manifestación del 15M y las acampadas subsiguientes han desplazado mediáticamente a las cuitas politiqueras a pesar del despilfarro de tantos y tantos millones de euros en publicidad, propaganda y merchandising. Sin duda un jarro de agua fría para la partitocracia en la que vivimos que contempla nerviosa cómo el pueblo se cuestiona abiertamente los privilegios de delegación del poder cada 4 años cercenando la participación real de la ciudadanía en la toma de decisiones relevantes.

Para tratar de explicar lo sucedido, se han creado todo tipo de teorías conspiratorias. Desde las filas del PSOE y el PP se han culpado mutuamente de estar detrás de las protestas aduciendo intentos de desmovilización del voto socialista o de capitalización del descontento generado por la crisis económica. La derecha resaltó en un principio el carácter violento de las manifestaciones intentando deslegitimar su discurso de profundización democrática centrándose en unos leves altercados protagonizados por una parte ínfima de participantes. Luego tuvieron que dar marcha atrás aunque, como suelen hacer, sólo para coger impulso y tildar al movimiento y sus gentes de ocupas, antisistema, antiglobalización, anarquistas, de extrema izquierda y cualquier epíteto que crean que pueda ser peyorativo para su público cautivo (a pesar de que algunos los podamos llevar incluso a gala).

Pero en general el Partido Popular se encuentra cómodo con la situación, ya que apenas si erosionará a su electorado natural. El PSOE, por contra, sí que muestra su nerviosismo con lo que acontece en Sol y en tantos otros lugares. Muchas de las consignas que se corean en concentraciones y manifestaciones van directamente contra los dos partidos mayoritarios, «no les votes» es uno de los hashtags más populares de Twitter relacionados con las protestas. La supeditación de los socialistas españoles a los designios del mercado y a la política cicatera con la que la UE que está enfriando aún más la economía, creando más paro y retardando la salida a la crisis, no les deja en buen lugar. Todo lo contrario, los ubica junto a las políticas de la derecha internacional que han generado la crisis y que nos han sumido en un pozo profundo del que aún no se ve la luz. El apoyo sin fisuras ni exigencias a la banca y los recortes sociales paralelos son críticas esenciales del movimiento que llevan el sello inequívoco del PSOE por mucho que digan ahora que comparten objetivos y estrategias con las plataformas y asambleas convocantes de las movilizaciones o envíen submarinos a pescar en río revuelto.

Pero es que además, se está atacando muy duramente a la legislación electoral y al bipartidismo reinante. Cualquier aumento del número de escaños o de reforma de la Ley D’hont supondría un duro varapalo para los partidos mayoritarios e incluso para los nacionalistas, por lo que a pesar de lo injusto del sistema electoral, van a resistirse con uñas y dientes a cualquier modificación que les haga encarecer en votos la conquista de diputados o a compartir el poder legislativo con grupos más minoritarios. Sin embargo, algunos en el PSOE, como muchos tertulianos de los que pululan por los medios radiotelevisivos convencionales, parecen estar de acuerdo en que Democracia Real YA pueda «encauzarse» con algunos retoques en la ley electoral que mejoren la equiparación de la ratio número de votos y representantes electos. A falta de las propuestas «oficiales» que en estos momentos están en proceso de redacción y consenso, no podemos olvidar que no hay democracia de verdad sin que exista también democracia económica. Por eso es impensable encontrar espacios comunes con aquellos que han delegado nuestro mandato ya delegado en unos mercados que no elige nadie o en una Unión Europea llena de déficit democráticos donde su parlamento es poco más que una pantomima.

Esa crudeza en el discurso es lo que teme más el PSOE. Saben que si una parte a la izquierda de su electorado se desmoviliza perderán toda posibilidad de reválida en el poder o de perder con cierta dignidad. Si se desenmascara aún más su connivencia con la derecha y los mercados, no levantarán cabeza. Izquierda Unida, en cambio, sabe que la toma de conciencia de la población redundará en una mejora de sus expectativas electorales. Si se reformara de alguna manera la legislación que regula las elecciones, también serían los más beneficiados, no es de extrañar que traten de capitalizar en la medida de lo posible las protestas a pesar de que sí que existe un componente antisistema que no suele participar en los circos electorales.

Resulta cuando menos curioso como desde muchos medios de comunicación y desde los partidos mayoritarios se les esté exigiendo una especie de ideario común al movimiento. Tienen necesidad de encasillarlo, de abarcarlo, de medirlo… para tratar después de desacreditarlo, de controlarlo o de desactivarlo. No es la primera vez que sucede. Sin embargo, cuando hace mucho que las ideologías han quedado relegadas dentro de los partidos mayoritarios al archivo de temas prehistóricos, es raro que se pretenda que en unas semanas un movimiento espontáneo se dote de un corpus ideológico completo o un programa de gobierno redactado en asamblea debajo de una tienda de campaña. Ya les vale. La argamasa que une a gentes tan diversas en una movilización común no es otra que el hastío de la política, el secuestro de la democracia, el gobierno de los banqueros, los recortes sociales, la falta de expectativas de futuro, la necesidad de participar o de influir en las decisiones políticas o el paro que golpea a los individuos de tal manera que va a dilapidar la generación más preparada de la historia de nuestro país. Pretender englobar todo ese descontento en algo homogéneo de discurso monolítico, similar a las declaraciones y comunicados sometidos a la disciplina de partidos es algo poco menos que imposible. Probablemente ayude mucho que se acaben las elecciones y se pueda debatir sin las presiones, la contaminación y el mal rollo que generan las contiendas electorales.