Netanyahu no pierde ninguna oportunidad para evitar la paz

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«Les haremos negociar 20 años sólo para dar el primer paso». Esta frase de un mandatario hebreo, resume la estrategia de Israel desde sus aciagos orígenes: ganar tiempo para consolidar la ocupación de Palestina, la limpieza étnica de Jerusalén y para impedir la creación de un estado árabe mediante la fragmentación del territorio ocupado. Desde la llegada de la extrema derecha racista al gobierno de Israel, todos los anteriores acuerdos firmados entre ambos pueblos han sido obviados de facto por Netanyahu quien —afirma— desea emprender nuevas negociaciones partiendo de cero o, como le gusta decir, sin condiciones previas.

Es necesario leer entre líneas, trascender el lenguaje diplomático, siempre buenista, para entender qué se esconde tras estas inocentes palabras. Sin condiciones previas equivale a decir renunciar a las resoluciones internacionales, negar los acuerdos anteriores, olvidarse de anteriores ofrecimientos (Camp David, Annapolis…) y negociar sobre la base de la realidad de la ocupación actual que no deja de crecer día a día. Aun más, ni siquiera es capaz de ofrecer la detención de las construcción en las colonias ilegales mientras negocia con los palestinos. Es el colmo de un ladrón, me siento para discutir sobre la forma de devolver todo o parte de lo robado pero mientras hablamos no dejo de robar y robar todo lo que puedo. Eso significan las palabras «sin condiciones previas» en boca de Netanyahu. No parto de frontera alguna más que  aquella que los militares han trazado junto a los colonos dentro de Cisjordania y no aseguro que los hechos que han desembocado en esta situación tan extremadamente difícil de solucionar dejen de producirse. Obviamente, mantener que se quiere negociar y obligar a partir de cero como si nunca se hubiera negociado, como si nunca existieran las resoluciones de la ONU, como si la ocupación militar de Palestina no existiese, equivale a admitir implícitamente que no se pretende discutir, que sólo se trata de refrendar la ocupación militar por un acuerdo impuesto por la fuerza, desde luego, nada parecido a lo que todo el mundo entiende por verdadera negociación.

Por contra, Israel ha anunciado cuáles son sus líneas rojas y qué es lo que estaría dispuesto a admitir como estado Palestino. De hecho, podrían ser consideradas suscondiciones previas. En el discurso ante la ONU las ha esbozado, aunque en multitud de discursos previos las ha dejado meridianamente claras:

  • El estado palestino estará desmilitarizado, pero sólo de fuerzas propias, pues el ejército israelí seguirá manteniendo presencia en suelo palestino. Bibi lo ha presentado, con una desfachatez absoluta, como si fueran bases extranjeras de un país aliado, un auténtico insulto a la razón cuando se trata de seguir manteniendo la ocupación, pero eso sí, refrendada por un acuerdo bilateral imposible.
  • Usando la excusa de la seguridad, nunca permitirá que la futura Palestina tenga acceso libre a las fronteras con Egipto y con Jordania. Esa es una de las razones aducidas para justificar la presencia militar continuada del Tsahal y otra condición inaceptable. Un estado sin fronteras, ocupado militarmente por ejércitos enemigos y sin fronteras propias es lo más parecido a una cárcel. Desde luego, nada que pueda recibir el nombre de estado.
  • Israel pretende quedarse con todo Jerusalén este como capital indivisible de su estado contraviniendo el plan de partición de la ONU y las resoluciones del Consejo de Seguridad y la Asamblea de la ONU. La segunda ciudad sagrada del Islam en manos exclusivas de Israel, otra condición previa inaceptable para cualquier árabe y una fuente de tensión permanente que impedirá cualquier acuerdo de paz entre las partes.
  • Tomando como excusa el pequeño tamaño del estado de Israel, Netanyahu ha declarado que debe ser defendido «desde fuera» o sea desde Palestina y desde Siria, lo que quiere decir que nunca va a retirarse a la Línea Verde internacionalmente reconocida como fronteras internacionales de Israel y que va a dejar bases militares para supuestamente defender a su país. Simplemente inaceptable, nada parecido a una propuesta negociadora sino un ataque a la línea de flotación de cualquier futuro acuerdo.
  • Otra de las lindezas del primer ministro —y reconocido genocida— israelí ha sido que es necesario primero firmar la paz para después poder tener un estado, que es imposible tener un estado y después firmar la paz. Lo que denota esta extrapolada versión del dilema del huevo o la gallina es que nunca va a haber negociaciones equilibradas, sino una imposición por la fuerza de hechos consumados militarmente. Es como decir «si no firmas la paz con mis condiciones nunca tendrás un estado propio», aunque difícilmente pueda llamarse como tal a un conjunto de islas desconectadas rodeadas de alambre de espino, puestos militares y colonos integristas armados hasta los dientes.

Leo hace unos minutos en Haaretz que entre la izquierda israelí se dice como chascarrillo que Netanyahu no pierde ninguna oportunidad para evitar la paz. Su cínico discurso en la ONU así lo refrenda. La máxima «paz por territorios» ya no rige el discurso israelí como antaño. Ha despreciado a la Asamblea General de Naciones Unidas y la ha ridiculizado en su sancta sanctorum neoyorquino. Se ha sentido molesto por los aplausos que su oponente Abbas ha arrancado de los representantes de la inmensa mayoría de los países del mundo que le impidieron continuar en varias ocasiones y ha acusado en repetidas ocasiones a los palestinos de ser los culpables de la inexistencia de negociaciones. Ha culpado al islamismo del 11S —en respuesta al discurso de Ahmadineyad— y de prácticamente todos los males del planeta y ha presentado a su país como acosado por decenas de miles de cohetes iraníes de Gaza que en realidad son poco más que cohetes de feria hechos con tubos de cañerías. Ha mentido descaradamente sobre la retirada de Gaza porque afirma que no ha servido para traer la paz cuando la Franja se mantiene cercada por sus cuatro costados: sin acceso a sus costas, sin control de fronteras, sin su espacio aéreo y sin poder explotar los recursos naturales del subsuelo. En esas condiciones, pretender que la población encarcelada en el gueto sea pacífica y se conforme con su mísera existencia es poco más que un sueño delirante. Pues ese es precisamente el ejemplo que ha utilizado para negar una posible retirada de Cisjordania. El «discurso para la posteridad» de Netanyahu no ha aportado nada nuevo, ningún plan serio, ninguna «concesión» a la paz, sólo ha puesto de manifiesto que su visión del futuro es inasumible por ningún palestino.

Y es que Bibi Netanyahu nunca ha creído en la solución de dos estados, sólo se avino a asumirlo públicamente por presiones externas. Él es el adalid del Eretz Israel, el Gran Israel, y no está dispuesto a renunciar a un dunum de suelo palestino para lograr la paz. Por el contrario, pretende mantener el cómodo status quo actual que le permite seguir adelante con sus planes de consolidación de las conquistas militares mediante el fortalecimiento de la política de asentamientos ilegales, la culminación del muro de la vergüenza o del apartheid para una posible desconexión unilateral futura de las tierras que no le resultan interesantes, la judeización de Jerusalén mediante políticas de limpieza étnica y la apropiación de las aguas del río Jordán.
Ante el vergonzoso abandono norteamericano de las premisas internacionalmente establecidas para las eventuales negociaciones de paz, Abbas no ha tenido más remedio que acudir a la ONU. Si consigue su primer objetivo como miembro de pleno derecho o su plan de contingencia como miembro observador de la ONU, habrá logrado situar sus derechos legítimos en la línea de salida de cualquier discusión bilateral futura. Esa es la afrenta del líder palestino al final de su carrera política, caducado ya su mandato y dejando como legado la división de su pueblo al atender por enésima vez los requerimientos de Israel y EEUU, ha tenido un arrebato de dignidad que le ha enfrentado a su mentor norteamericano. Harto de promesas, harto de engaños, harto de retractaciones de Obama ante las presiones del lobby judío norteamericano, se ha decidido a jugar su última carta, su particular canto del cisne. Cualquier cosa puede pasar en los días siguientes. Alea iacta est.