Comienzan las negociaciones para la liberación de prisioneros en Oriente Medio

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La retórica israelí no ha tenido más remedio que sucumbir de nuevo frente a la tozuda realidad. Aunque los contactos para el canje de los soldados hebreos a través de negociaciones indirectas apenas si han cesado en los últimos dos meses, en estos últimos días toman fuerza informaciones no desmentidas de contactos de más alto nivel y con propuestas definidas con visos de llegar a buen puerto. Las manidas palabras de Olmert «no negociaremos con terroristas» son sólo eso, pura retórica belicista.

Miles de muertos y heridos después, con Líbano medio destruido, con Gaza masacrada… un bien intencionado podría preguntarse si no podían haber comenzado a negociar antes de cometer tantas y tantos crímenes y atrocidades si no han servido para el principal propósito con que se iniciaron la guerra contra Líbano y la reocupación sangrienta de Gaza.

Los más avezados o mejor informados sabrán que ambas operaciones estaban muy decididas por el gobierno de Israel antes de la toma de prisioneros por parte de Hamas y Hezbollah. Y no sólo porque hayan aparecido y se hayan publicado evidencias incontestables de planes de invasión, sino porque los prisioneros desaparecieron de la agenda una vez comenzadas las agresiones. Si acaso sirvieron en Líbano los primeros días para tratar de justificar la destrucción de infraestructuras civiles con argumentos peregrinos tales como que tal puente o carretera puede ser usada para trasladar a los presos a este u otro sitio o país. ¿Se imaginan como unirían la destrucción de, por ejemplo, la fábrica de yogur con la invasión?: ¿podrían ser usados los bifidus activos como arma química con leves modificaciones de los laboratorios de Al Qaeda? ¿es bueno que los terroristas tengan jodida su flora intestinal para así cazarlos antes?, cualquiera sabe, la imaginación del terrorismo de estado no tiene límites conocidos.

El inicio de las conversaciones con los «terroristas» supone la constatación de que lo de menos era otorgar carta de naturaleza a las milicias mediante la práctica de la negociación bilateral, lo de menos eran los soldados. Antes había que castigar a Hezbollah por haberlos expulsado del sur de Líbano y por suponer la avanzadilla de vanguardia del chiismo en un posible ataque conjunto israelonorteamericano a la infraestructura nuclear civil de Irán o en un ataque usamericano en solitario instigado por el lobby siocon de este país. De igual manera, ante el fracaso de muros y desconexiones unilaterales para mantener la paz, había que reocupar Gaza, castigar a su población por haber depositado su confianza democrática en Hamas y dar un golpe de estado en toda regla con la detención de ministros y diputados pertenecientes o simpatizantes con esa formación.

Las noticias que se conocen del canje no son muchas pero hablan de la liberación de algo menos de un millar de palestinos en tres fases, un tercio serían presos de larga duración, otro tercio de media duración y el resto presos recientemente capturados, entre los que no se encontrarían los políticos secuestrados durante la operación de reocupación de la franja por exigencias expresas hebreas. Aunque pueda parecer un ventajoso canje, tampoco lo es del todo. Israel tiene la dudosa cualidad de empeorar siempre un poco más las cosas y ha secuestrado en los últimos meses a más de 600 palestinos en la supuesta represalia por el apresamiento de Gilad Shalit.

En cuanto a Hezbollah la cosa está menos clara, pero imaginad como presentará la guerrilla la liberación de los milicianos presos en cárceles de Israel, una victoria más que añadir a las conseguidas en el campo de batalla y en el de la imagen pública. Pero a un débil Olmert, con menos apoyos que nunca, con miles de personas protestando en la calle —no ya por las masacres de la guerra— sino por la derrota sufrida a manos de un puñado de guerrilleros, por la liberación de los soldados capturados o por el mal estado de sus mal llamadas «fuerzas de defensa» —convertidas más en un cuerpo policial represor de gente prácticamente desarmada que en un verdadero ejército de combate— no le queda otro remedio que acceder a ello o dimitir habiendo dilapidado por siempre el proyecto «centrista» de Kadima. De todas maneras, apenas si se notaría el cambio, durante la guerra se ha visto que hoy, más que nunca, todos son el Likud.