El cuero contra el acero

0
348

Nunca me han gustado las playas nudistas, son como guetos donde la sociedad guiada por una moral victoriana, pretende ocultar a la vista a aquellas personas que no se ofenden por mostrar el cuerpo y ponerlo a disposición de los benefactores rayos de sol y al contacto con los reparadores baños de agua salada. En una sociedad sana habría que esconder precisamente a los individuos reprimidos, que niegan su propia naturaleza y la de los demás, gente castrada por deseducaciones basadas en la moralidad judeocristiana.

Pero si hay algo que no me gusta en absoluto es tener el cuerpo lleno de marcas que me recuerden la influencia nefasta de la religión en el comportamiento humano en pleno siglo XXI. Así que, de cuando en cuando, no tengo otro remedio que acudir a una reserva naturista que multitud de “textiles” curiosamente usan para sus tonificantes paseos prescritos por el facultativo de turno. Tras atravesar más de un kilómetro de playa, un acotado para surferos copado por los radikales (flipo) del kite, por fin pudimos acceder al lugar reservado a los nudistas. Por supuesto que los servicios de playa brillaban por su ausencia. Ni una sola papelera en todo el gueto; un hecho que podía interpretarse como una desconsideración a los usuarios despelotados o, si miramos la botella medio llena, como un reconocimiento al mayor civismo de este tipo de gentes. Ni que decir tiene por cuál de las dos hipótesis me decanto.

La verdad sea dicha, es todo un lujo asiático —esos sí que debían entender de ostentaciones, pompas y boatos— poder salir del trabajo y antes de llegar a casa, darse un chapuzón iniciático para renacer en el culto a la vida privada y olvidar por unas horas las ataduras laborales. Y para ello, no hay nada mejor que permanecer en cueros frente a la naturaleza para convertirnos por una rato en una especie de buen salvaje sin las ataduras que nos impone la vida en las sociedades industriales avanzadas, creadoras a la par que los mayores niveles de vida imaginables, de los mayores niveles de neurosis de la historia de la humanidad.

Sin embargo, hete aquí que las disquisiciones mentales acerca del privilegio de vivir donde lo hacía, en mi querida provincia de Cádiz, se vieron interrumpidas por el paso sobre mi cabeza de media docena de aviones militares que se dirigían a la vecina base aeronaval de Rota, por pura asociación, me vinieron a la mente una noticia del periódico de hoy referida al atraque en Gibraltar de un portaaviones de propulsión nuclear norteamericano y una próxima convocatoria, anunciada por un amigo y compañero, de una reunión de organizaciones políticas y sociales para protestar por el atraque pasado mañana del submarino Tireless —el jartible en la jerga gadita—, aquella nave que pudo en pie a buena parte de la sociedad andaluza y que puede volver a hacerlo. La Junta de Andalucía ya ha manifestado una queja oficial y ha hablado del desprecio de las autoridades británicas al pueblo andaluz y a sus instituciones. Pero mientras sigamos contando con suelo andaluz invadido por las fuerzas del imperio, usada como cabeza de puente para el mortífero control de Oriente Medio, poca fuerza moral tendremos para exigir nada a Gibraltar, cuya soberanía no nos compete. Creo que no es necesario recordar que Rota está llena de buques con propulsión y armamento nuclear, a pesar de los términos del único referéndum realizado en nuestro país en condiciones de cierta y relativa libertad.

Y es que, aunque Cádiz sea una de las provincias más ricas, biodiversas e interesantes de la Península Ibérica, también es la que cuenta con mayores servidumbres militares de todo el estado con implicaciones que van más allá de su propio suelo. Una triste realidad que me hizo despertar del sueño roussoniano en el que ilusamente estaba inmerso.

Copyleft Juanlu González
7/07/04