Fosa Común

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Sobre la muerte de inmigrantes en el Estrecho de Gibraltar.

Hace algunos años, tuve la ocasión de pronunciar una conferencia ante el movimiento verde de un país del este de Europa. Cuando me propusieron esa posibilidad, no tuve duda alguna, en un país recién salido de una dictadura comunista, que pretendía asumir al capitalismo de la manera más salvaje, y teniendo enfrente a un auditorio con convicciones de las que hoy llamamos alternativas o antiglobalizadoras, enfoque la charla con muchas de las contradicciones del capitalismo o el liberalismo sin freno por parte de un estado fuerte, preocupado por garantizar la calidad de vida de su ciudadanía. Viniendo como venía del Campo de Gibraltar, la referencia al nuevo muro que separaba el norte opulento del sur mísero fue inevitable. Mi querido Estrecho de Gibraltar, puente más que frontera entre culturas y civilizaciones a lo largo de la historia, se había convertido en una fosa común en la que, por aquel entonces, moría aproximadamente una persona al día tratando de alcanzar su El Dorado prometido, ese que se refleja en la televisión por satélite que muestra lo más granado, superficial y frívolo de las sociedades del norte. Hoy, diez años después, nada ha cambiado. Asociaciones de trabajadores marroquíes cifran en 5.000 personas las que han perdido la vida en el Estrecho en el flujo migratorio clandestino. Otras fuentes hablan de la tragedia anónima y nunca publicada de los subsaharianos que perecen mucho antes de llegar a la costa en el peligroso intento de cruzar el desierto. En estos últimos quince días se contabilizan ya un centenar de muertos o desaparecidos en las costas de Cádiz, el mar arroja sus cadáveres a esas playas hace muy poco abarrotadas de turistas que simbolizan la cara más amable del desequilibrado occidente. Vienen del Tercer Mundo a formar parte del Cuarto Mundo, ese que casi nunca sale en los medios de comunicación o que la industria de Hollywood relega a lo anecdótico, tan triste y excluyente como el lugar de dónde viene pero con el agravante del desarraigo, de la diferencia de lengua, de religión, de cultura.

Mientras, nuestros políticos se aprestan a satanizar a las mafias que trafican con personas sin poner medios en origen para que las gentes deseen abandonar sus hogares en aventuras que pueden acabar frecuentemente en un fatal desenlace. Cambian las leyes todos los años para endurecer la inmigración o se benefician de su mano de obra barata o ilegal para mejorar la sacrosanta competitividad de la economía. Las ayudas en cooperación se trasladan a Irak en reconstruir lo que acabamos de derruir, los créditos de ayudas al desarrollo caen en picado, dándose la triste situación de que en este mismo año Etiopía, Uganda y Camerún han reembolsado a España seis veces más de lo recibido en ayudas, unos 23 millones de euros, a pesar de sufrir graves carencias alimentarias que llevan a los individuos a la muerte o a la emigración que tanto denigramos por estos lares. Que se pare este mundo que me quiero bajar.