El mito del 50%

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Cada vez que los medios nacionales tocan el tema del País Vasco se refieren a una sociedad dividida al 50% en la que una parte pretende imponer su visión a la otra mitad. Si triunfasen las tesis de Ibarretxe, los españolistas que no quieran ser vascos verán conculcados sus derechos en el nuevo proyecto de estado libre asociado y no tendrán más remedio que hacer las maletas —empresarios incluidos— y emigrar a una menguada España. Esta es la idea que se repite hasta la saciedad para que la sociedad la asuma como una verdad absoluta, de esas que se tragan sin masticar y se interiorizan sin digerir.

Pero nada más lejos de la realidad, igual que la horda mediática se abalanzó sobre Julio Medem para satanizarlo sin siquiera haber visto su película, también en su día se le azuzó —y se le azuza— para demonizar el Plan Ibarretxe sin haberlo leído o habiendo visto sólo alguno de los borradores previos que andaban en circulación antes de su publicación y entrega definitiva para su discusión o negociación. El mito de esa división fifty fifty de la sociedad vasca no es tal. En estos momentos basta con ver la propia composición del parlamento vasco para ver como aún sin los votos de la antigua Batasuna hay una mayoría absoluta de diputados y diputadas en favor de tesis de lograr avances sustantivos en el nivel actual de autogobierno. Y ello a pesar del extraño reparto de representantes en la cámara que equipara a Araba con Vitoria a pesar de que esta última cuenta con el cuádruple de población. Tampoco es cierto que nadie, con el plan en la mano, si no quiere, tuviera que renunciar a su nacionalidad.

Básicamente se trata de un problema de ubicación de la capacidad real de decisión o de la radicación de la soberanía popular. Evidentemente el nacionalismo español sitúa el listón en las fronteras del solar patrio, mientras que los nacionalistas del País Vasco lo hacen en las actuales fronteras de la comunidad autónoma. Si hoy se hiciese un referéndum sobre el mencionado plan, es bien posible que su apoyo superase el de la Constitución, de ahí esas rememoraciones de aquellos resultados que hemos podido ver estos días en muchos medios de comunicación. En definitiva, son los porcentajes a batir por unos u otros para obtener o no legitimidad social y mediática. Sin embargo, no es probable que pueda llegarse a celebrarse esa consulta democrática. Los populares nunca reconocerán el llamado ámbito vasco de decisión, tampoco se permitirán modificar el Estatuto de Autonomía —de hecho lo tienen congelado desde hace años— ni buscarán otra salida al problema vasco que no sea la policial y la judicial.

La derecha ultramontana tratará por todos los medios de usar los medios a su alcance para desmontar la intentona soberanista. Cuenta con el apoyo incondicional de un poder judicial cada día que pasa menos independiente y más al servicio del poder omnímodo del PP. Las garzonadas, o los autos de demolición de nuestro juez estrella por antonomasia han llevado a la cárcel a mucha gente por el simple hecho de ser independentista abertzale. Ha cerrado periódicos sin pruebas para demostrar sus conexiones con el entramado etarra o ha detenido a gentes por el simple hecho de trabajar noviolentamente por la instauración de un carné de identidad vasco. El uso del legislativo para dictar leyes a la carta para combatir a los nacionalismos ya raya —como señalaba Arzallus— con un estado de excepción real bien peligroso, que puede acabar con la encarcelación de destacados miembros del gobierno y el parlamento vasco.

Pero si todo falla, no sabemos dónde puede derivar todo. Hace algunos años algunos populares clamaban por la intervención del ejército en el conflicto vasco. La anulación de la autonomía es otra salida que se plantea desde muchas editoriales y tertulias de la derecha. Ambas soluciones sólo agravarían el problema. Lo mismo que la ilegalización del PNV que podría conllevar fatales consecuencias. A quien únicamente favorecerían estas medidas represoras sería a ETA, que vería legitimada su existencia ante una mayor parte de la población de Euskal Herria y encontraría más apoyos humanos y materiales para perpetuar sus acciones terroristas.

Está claro que la única salida al conflicto vasco es el diálogo entre toda la sociedad para buscar una salida que satisfaga a todas las partes. Ibarretxe ha puesto encima de la mesa una solución que pretende acabar con ETA sin acabar con los derechos de nadie. El gobierno ni siquiera reconoce que en Euskadi hay un problema distinto al policial y de orden público, por tanto no mueve ficha, cosa que el PSOE —tímidamente— ya ha hecho. El autismo social sólo irá abriendo paulatinamente la brecha que separa a los nacionalismos vascos y español, lo cierto es que una buena parte de la ciudadanía de Euskadi no se siente identificada con el Estado Español, sus derechos se conculcan a diario del mismo modo que una parte de la sociedad vasca no querría pertenecer a una Euskal Herria independiente de España. El miedo a la libertad y a la democracia no puede traer nunca buenas consecuencias. Desde la empatía y el respeto a la democracia con mayúsculas sí sería posible buscar una solución satisfactoria para una buena mayoría de la sociedad vasca. Pero ahora todos los cauces están cerrados y no cabe esperar cambios en un futuro próximo. Igual sería necesaria cambiar la Carta Magna, o cambiar el estado global de las autonomías. En todo caso no sería como la incertidumbre de abrir un melón —tal y como se nos ha querido hacer ver—, o como las reformas anuales de la Ley de Extranjería. Igual de lo que se trata es de discutir sobre la Constitución pero sin las amenazas involucionistas ni la presión de las armas entre bambalinas. Aquello fue un cierre en falso y hay que acometer una segunda transición hacia mayores cotas de democracia y libertad. Aunque con la calidad humana y política de nuestros gobernantes es algo bastante improbable.

Hace pocos días leí en un libro sobre mitos de España una leyenda fundacional visigoda en la que a un humilde pastorcillo llamado Wamba le anuncia dios que llegaría algún día a ser rey del país. Tras algunas visicitudes, por fin se convenció que debía ser rey por voluntad divina y asumió la corona, llegando a ser un gran gobernante, pues «acometió grandes empresas, sometió a los vascones y llenó de gloria todos los días de su reinado». De aquellos polvos…