De mulas, bueyes y papas

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caganer-Papa-Benet-XVIQuizá por el hartazgo de noticias económicas con las que amargarnos la jornada, ayer y hoy la prensa casi sin excepción se ha ocupado de alguna manera del último libro de Ratzinger La infancia de Jesús. Bueno, más que del libro en sí, de un detalle que ha escandalizado a los españolitos, tan dados a símbolos religiosos y a representaciones de lo divino encajadas en el acervo popular. No es para menos, estando ya a las puertas de la navidad, al papa se le ha ocurrido eliminar del portal de Belén, a dos animalillos que llevan acompañando y dando calor al niño Jesús desde hace cientos o quizá miles de años: la mula y el buey. Dice el papa que se trata de una invención sin fundamento y que ninguno de los evangelios se refiere a esos dos animales, por lo que deberían ser eliminados de los dioramas de la natividad que decoran centenares de miles de hogares patrios.

En general no ha sentado nada bien esa opinión papal.  ¿A que viene tal recorte? —se preguntan muchos. Artículos de opinión, algunos en tono jocoso, lo relacionan con una especie de Expediente de Regulación de Empleo vaticano. Sin embargo, es una postura absolutamente coherente viniendo de quien viene, un fundamentalista católico del ala más reaccionaria de la curia. En una cosa tiene razón, en los evangelios canónicos no se menciona el portal de Belén como lo conocemos desde nuestra infancia. ¿De dónde viene pues ese profundo arraigo patrio de la cuevita de los clics con todos los muñequitos de rigor? Ese es el grave problema para nuestro integrista papa, la imaginería de la natividad popular procede de los evangelios apócrifos, es decir escrituras sagradas surgidas en el entorno de la vida de Jesús, en un determinado momento, fueron repudiados por la jefatura de la Iglesia a pesar de que, durante algún periodo habían sido perfectamente asumidos por las comunidades cristianas originarias.

Sin embargo, en aras de la normalización y unificación de creencias y ritos, al final, de un lote de alrededor de sesenta evangelios, sólo se quedan finalmente como oficiales cuatro, los tres sinópticos y uno un pelín extraño y diferente, el de San Juan. El resto fueron tirados a la papelera porque no servían a los intereses comunicacionales o doctrinarios de la Santa Madre. El proceso de selección también tuvo su miga. Para investirlo de cierto halo de divinidad, cuenta la leyenda —por llamarla de alguna manera— que en el Concilio de Nicea celebrado en el año 325 d.C los religiosos colocaron todos los evangelios en una mesa y abrieron las ventanas. Cuando entró una ráfaga de viento los tiró a todos al suelo excepto los canónicos, los que se consideran hoy «verdaderos». Hay otra versión que dice que fue una paloma la que se posó en los canónicos, obviamente por intervención divina, descartando al resto. Sea como fuere, el resto de evangelios fueron tirados literalmente a la papelera a pesar de que muchos de ellos ya formaban parte de la liturgia y la religiosidad popular e incluso lo siguen siendo a pesar del tiempo transcurrido hasta nuestros días.

¿Qué teme Ratzinger? Es bastante obvio, si el papa de Roma da por buenos algunos contenidos de los evangelios apócrifos, no puede decir que otros no lo sean igualmente. Y es que, por ejemplo alguno de los textos afirma que Jesús estaba casado con María Magdalena o que ella misma era también una discípula como el resto de los doce seguidores varones. Pero también la imagen de santidad que han fabricado de Cristo se contradice con el niño Jesús vengativo y colérico que mató a otro niño que osó estropearle un juego o que hizo lo mismo cuando otro chocó involuntariamente con él. Con ocho añitos ya había aniquilado a dos personas, pero es que además dejó ciegos a todos los que protestaban en el pueblo por la ligereza con que impartía sus mortales castigos. Una prenda de chaval… A sus maestros los tenía literalmente aterrorizados demostrando inclinaciones bastante sádicas. Los apócrifos también desvelan detalles de la vida de la Virgen María que ninguno más reconoce. Podríamos seguir con la visión del bien y del mal que aportan los evangelios gnósticos, mucho más esotéricos, simbólicos, únicamente reveladores para gente iniciada o de los que apuntan a que Jesucristo sobrevivió a la crucifixión y continuó viviendo con María Magdalena. La novela del Código Da Vinci está llena de alusiones a ellos.

Por eso la aparentemente inocente mula de los belenes puede ser una auténtica bomba para los que como Ratzinger, creen en la procedencia divina de los evangelios, se les podría desmontar todo el chiringuito que tan cuidadosamente han levantado piedra sobre piedra durante dos mil años de lenta, humana e interesada construcción.