Es tiempo de cambios

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El País Vasco vuelve a estar en el candelabro. ETA, como siempre, no toma vacaciones. La disolución de Batasuna tendrá que estudiarse en el Constitucional. Un borrador del plan soberanista del PNV ha sido filtrado a los medios de comunicación. Y para colmo el PSOE acaba de destapar la caja de la modificación de los estatutos de autonomía en Euskadi, Cataluña y Andalucía.

El PP, pletórico. El asunto con el que distrae a las masas y evita sacar a la palestra temas tan im-populares como el fiasco de las armas de destrucción masiva que no aparecen ni se atreven a colocar, el peligroso envío de tropas para ayudar al dúo Bush/Blair cada vez más cuestionados, el espinoso debate sucesorio… e incluso las connivencias de su partido con los tránsfugas de Madrid y con las mafias de la construcción que cada día están más claras.

Los nacionalismos son ideologías de naturaleza autoafirmativa frente al otro. Son, por tanto, de carácter excluyente. De ahí la dificultad de coexistencia de nacionalismos españolistas de tipo centrípeto con los nacionalismos centrífugos, y de ahí las tensiones recientes que han surgido entre un Partido Popular que está mostrando su cara más preconstitucional y los partidos periféricos —con el inconstante concurso del PSOE— que tratan de superar el pacto de mínimos alcanzado durante la transición.

Sin embargo, el desencuentro entre españolistas y nacionalistas vascos posee la connotación grave de la existencia de una banda terrorista que enturbia sobremanera cualquier intento de debate sereno sobre el rumbo futuro de nuestro estado plurinacional.

Los populares acusan a PNV y EA de recoger las nueces que hacen los etarras con sus bárbaros y trasnochados actos de terrorismo. Pero el ruido de las nueces contra el suelo es usado por el PP para aturdir muchas conciencias e impiden ver con claridad otros árboles y otros bosques. Aunque sea crudo decirlo, el PP necesita de ETA para que no se hable del problema político vasco. Por eso no quieren ni oír hablar de treguas. Cuando callen las armas habrá que dar paso a la dialéctica y es ahí donde han demostrado que tienen poco que hacer.

En Euskal Herria existen no uno sino dos graves déficit democráticos. Uno y principal el provocado por la violencia terrorista y el otro el alimentado por políticos jacobinos que niegan la capacidad de decisión soberana a un pueblo como el vasco que, como todos los pueblos, debe ser dueño de su futuro. En medio de inamovibles posturas, PNV y EA están trabajando en el “Estatuto Político de la Comunidad Libre Asociada de Euskadi”, un proyecto que planean someter a referéndum en el transcurso de esta misma legislatura ante el pavor de populares y socialistas.

De alguna manera, antes o después, habrá que acometer reformas constitucionales. La Carta Magna no es un texto de inspiración divina. Es un producto humano y como tal es imperfecto. De su adaptación a las realidades sociales podrá ir afinándose y mejorándose. Como si de un árbol frutal se tratase, no basta con sembrarlo y regarlo. Para que produzca buenos frutos hay que podarlo e injertarlo, de lo contrario se asilvestrará y la fruta perderá calidad con el paso del tiempo.

Pero parece que Aznar, aquel que nunca ocultó su desagrado por la constitución democrática ahora se ha convertido en su máximo e inamovible defensor. Lo mismo sucede con el estatuto vasco, al que José Mari no para de defender con grandilocuentes palabras, pero que se niega a aplicar en los términos en los que está redactado. Claramente se trata de dos textos que no comparte en las formas ni en el fondo y, como no los puede derogar, se niega a hablar siquiera de la posibilidad de modificarlas, no vaya a ser que haga avanzar el estado de las autonomías con el que él y su partido nunca comulgaron de buen grado.

Este personaje “de estirpe e ideología fascista”, al igual que sus adláteres, herederos biológicos y doctrinarios del franquismo, miembros en buena parte de la reacción más recalcitrante del Opus Dei, han mostrado realmente su desnuda faz una vez consiguieron la mayoría absoluta en las urnas. Hasta entonces habían tenido que pactar con el ahora demonizado Arzalluz o con el contemporizador Pujol. Aliados contra natura en su vertiente nacionalista, pero representando al fin y al cabo a partidos de la derecha económica.

El argumento esgrimido hasta la saciedad por el PP contra su antiguo aliado, una vez disuelta Herri Batasuna con oscuras maniobras antidemocráticas, es que en vez de luchar contra ETA, el nacionalismo democrático se dedica a darle alas con proyectos soberanistas o con continuas peticiones de superación del estatuto de autonomía. Sin embargo, con su actitud autista ante el problema político vasco, es imposible poder buscar una solución perdurable que satisfaga a todas partes. Lo único que provoca son reacciones desaforadas, enroque de posiciones y un distanciamiento de posiciones que hará más difícil cada día que pasa encontrar salidas no traumáticas para nadie.

Personalmente, creo que es necesario avanzar hacia una estructura de estado federal. Un estado que contemple fondos de compensación interterritorial para equilibrar en la medida de lo posible las diferencias de desarrollo e infraestructuras entre las diferentes comunidades; con cierta representación ante organismos de la UE para evitar chantajes en los repartos de fondos comunitarios; con la transferencia de todas las competencias posibles salvo, prácticamente, las de defensa, exteriores; y con la capacidad normativa en asuntos relacionados con el desarrollo legislativo constitucional y la protección de los derechos fundamentales. El problema surge con el papel que la dinastía de los borbones podría tener es este nuevo marco, y a fe que seguro es uno de los principales problemas que el PP encuentra en cualquier modificación de la envenenada herencia
dejada por el franquismo.

Juanlu González
9/8/03