Se reanudan las conversaciones de paz entre el gobierno colombiano y las FARC

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FARC

La pasada semana comenzó en La Habana una nueva ronda, la novena, de conversaciones de paz entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y el gobierno de aquel país. Aunque el proceso se prevé lento y aún no se está en condiciones de anunciar grandes avances, el solo mantenimiento del mismo ya es una buena noticia, pues indica que ambas partes están interesadas en mantener viva la esperanza de la paz. Obviamente no es tarea fácil, basta echar un vistazo a las noticias de estos días para darse cuenta que la guerra sucia contra el pueblo no cesa, la propia ONU ha denunciado que los principales líderes campesinos que luchan por la restitución de las tierras robadas a sus legítimos dueños por los paramilitares —apoyados por los cárteles de la droga y el propio gobierno— están siendo asesinados impunemente. Solamente en los dos últimos meses han muerto 8 dirigentes en una espiral acrecentada por el propio diálogo por la paz al esperarse que se restituyan muchas de los robos y crímenes que se perpetraron al amparo de la supuesta lucha contra el terrorismo.

Y es que ese es justamente el principal problema que enfrentan las negociaciones. Los gobiernos anteriores robaron o permitieron el robo por la oligarquía de muchos millones de hectáreas de tierras fértiles que tendrán que devolver tarde o temprano, algo que los narcoparamilitares están tratando de evitar por todos los medios y cuya puesta en práctica pone en cuestión sus seculares lazos con la dirigencia oficialista colombiana. En Europa o Estados Unidos apenas si se profundiza en las noticias sobre las negociaciones en Colombia. La inmensa mayoría de la gente —como los medios dominantes— opina que un grupo terrorista latinoamericano de izquierdas va a dejar las armas y anda negociando la entrega de armas y el destino de sus prisioneros. La elección de la Habana no es casual, ya que los comunistas de Castro siempre los han apoyado. Punto final.

Sin embargo, nada más lejos de la realidad, más bien todo lo contrario. Un grupo terrorista que persigue como objetivo principal el desarrollo agrario y rural del país o la soberanía alimentaria es, cuando menos, extraño y la sola formulación del enunciado anterior haría dudar al más pintado sobre la imagen que ha tan costosamente ha labrado el mainstream mediático sobre las FARC durante todos estos años de mentiras, calumnias y manipulaciones. No podemos olvidar que las FARC surgieron como un movimiento de autodefensa campesina frente a la barbarie de un estado latifundista que usaba la violencia para desposeer a los más pobres de lo único que tenían, sus pequeñas explotaciones agrarias, que eran entregadas a los oligarcas vinculados a las cúpulas del poder.

Además de la reforma agraria, un tema pendiente en Colombia por más de 50 años, otros puntos importantes que están sobre la mesa de negociación son la profundización democrática, la solución al problema de las drogas mediante la búsqueda de alternativas económicas reales a decenas de miles de familias cocaleras, cerrar todos los flecos restantes para el fin del conflicto (presos, entrega de armas…), la dignificación de las víctimas incluidas las del terrorismo de estado, la justicia social, una nueva fiscalidad redistributiva, la participación de una guerrilla desmovilizada en la política y la creación de una Asamblea Nacional Constituyente entre otros mecanismos de refrendación popular de los acuerdos bilaterales.