La memoria selectiva de la iglesia católica española

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Rouco quiere olvidar, allá él. Pero también quiere que todos y todas olvidemos lo sucedido en la mal llamada guerra civil española y en la posterior y eterna dictadura. Pretende que nos olvidemos que todavía miles de compatriotas están tirados en las cunetas de las carreteras o junto a las tapias de los cementerios a la espera de que este país tenga el arrojo necesario como para sacarlos a la luz y darles digna sepultura. Nuestras autoridades judiciales están abogando por la investigación de lejanos genocidios, por la derogación de las leyes de punto final que absolvían a los criminales contra la Humanidad redactadas por sus herederos en aras de falsas reconciliaciones y eso les honra.

Pero, hete aquí, que en el estado español no se puede investigar, no se pueden abrir las fosas comunes del franquismo, no se puede resarcir a las víctimas, hay que volver a condernarlas eternamente a la ignominia más atroz. Nadie merece un castigo así. Pero nuestros píos obispos quieren que seamos generosos; quieren que volvamos a echar más tierra sobre los polvorientos huesos innominados; quieren que, bajo ningún concepto, tengan nombre y apellidos; que tengan aún después de la muerte una historia que contar. Una historia que es probable que en muchas ocasiones relacione a la curia con los asesinatos, por acción u omisión, por complicidad o silencio, por anuencia o acusación.

Las continuas alusiones de la derecha —política y religiosa— al generoso espíritu de la transición, únicamente pretenden ocultar las leyes de punto final al más puro estilo de las repúblicas bananeras que otorgaban carta de naturaleza democrática al franquismo y a sus herederos. No se nos puede pedir que sigamos siendo generosos, no siempre a los mismos. El pueblo sabrá ser generoso cuando se le deje saber qué sucedió realmente en los años más negros de la historia española. Desde la verdad, desde el conocimiento, desde la restauración de la dignidad arrebatada por los uniformados de verde o de púrpura es posible decidir si perdonar o no a los autores. Pero ningún país puede pasar página cuando los paisanos caminan sobre los cadáveres de sus familiares. La reconciliación verdadera llegará desde la restitución de la memoria y la dignidad de todas y cada una de las víctimas. Ya apenas quedan verdugos que procesar pero aún restan multitud de heridas que no cicatrizarán hasta que aquellos que aún recuerdan a sus desaparecidos, aquellos que consagraron sus vidas a encontrarlos logren su cometido y hagan que sus restos descansen en paz.

Mientras eso no ocurra, mientras que la iglesia no se decida a apoyar la restitución de la memoria de las víctimas del franquismo, cada vez que vea a un prelado, a un nuncio o a un purpurado, mi memoria los asociará invariablemente con aquellos que aguantaban el santo palio con el que protegían de las inclemencias celestiales a su santidad el genocida dictador, Francisco Franco. Monseñor Rouco, su ilustrísima si lo desea puede hacer como el que olvida, nosotros seguiremos comiendo rabitos de pasas. Y recuerda que la Península Ibérica es tierra de vides desde tiempo inmemorial…