Decía una conocida canción de rock que «un rey no es rey por voluntad divina, sino porque sus antepasados se lo montaron divinamente». Y eso es algo que, aunque obvio, merece la pena que se recuerde en los banales y cargantes momentos que sufrimos y sufriremos los españolitos de a pie de aquí al verano. Imagino que el avispado lector sabe a qué me refiero, al ubicuo anuncio de boda del heredero de la corona real, y miembro de la dinastía borbónica, el príncipe Felipe.
Hace unos años cayó en mis manos una fotocopia de un libro inédito que recogía con fidelidad las tertulias de un café de mi pueblo, Los Barrios, allá por los años de la II República. Apenas recuerdo mucho del rápido vistazo que pude echarle, pero me llamó fuertemente la atención el análisis que un grupo de carboneros hacía del papel de la monarquía en las españas. Guerras, opresión, impuestos, dictaduras… eran algunos de los males que achacaban a la institución monárquica a lo largo de la historia de nuestro país. Eran unos simples trabajadores del campo, apenas sin formación, pero destilaban compromiso, sabían lo que eran y no renunciaban a su papel transformador de una sociedad meramente injusta.
Todo lo contrario de estos tristes momentos por los que atravesamos. La sociedad española se encuentra paralizada ante el anuncio del enlace del primogénito real con una periodista. La verdad es que no esperaba tanto consenso en torno a la figura de la novia. Por un lado por no pertenecer a alguna rancia saga de la nobleza europea y, de otro, por el hecho de haber estado casada anteriormente. Lo que en cualquier momento habría sido motivo de fuertes críticas, hoy se convierte en un signo más de modernidad. Parece que las ganas de casar al principito han pesado más que cualquier otra consideración sobre la idoneidad de la elegida.
El brutal pacto de silencio mediático sobre la casa real y sus inquilinos, pasará por alto lo que sea necesario para no cuestionar la institución de la monarquía. Los partidos políticos tampoco hacen mucho. El PSOE, de tradición republicana, apenas si es capaz de recordar sus raíces, Izquierda Unida sí suele enarbolar de vez en cuando la bandera republicana, esa tricolor que se ha agitado en multitud de manifestaciones contra la invasión de Iraq, en las demandas de los universitarios, en la lucha contra el decretazo o en cada una de las movilizaciones en la que hemos salido a la calle a ejercer nuestro derecho como ciudadanos.
Y ello a pesar de que motivos los ha habido y los sigue habiendo a diario. No me refiero a los escándalos sexuales que han agitado a la corona, con la publicada implicación de famosas coristas, diseñadoras y hasta con la aparición de una posible hija bastarda en la vecina Italia. Tampoco a los presuntos escándalos financieros que saltaron a la palestra y que luego fueron silenciados sincrónicamente por los medios de prensa de toda filiación que tenían como protagonista a Prado y Colón de Carvajal, quien fue calificado de testaferro real. Personalmente, lo que me parece bastante grave es el papel del jefe del estado en el golpe del 23F y su vinculación con la dictadura franquista, esa misma que nuestros actuales gobernantes se niegan a condenar.
Empezando por el final, recuerdo el escándalo de la primera visita de los reyes a Euskadi, cuando la extinta Batasuna editó un cartel en el que se veía al dictador y al hoy rey con el brazo derecho levantado en un balcón ataviados con sus ropajes militares. A cualquier persona que la policía o la Guardia Civil observaba colocando estos carteles se le detenía violentamente y se le incautaba el material, hoy verdadero objeto de colección entre los republicanos que se precien. A pocos observadores se le escapan que la monarquía fue una imposición de Franco, al igual que su propia condición de militar y de jefe de las fuerzas armadas. La carta magna pactada durante la transición fue el cierre en falso de una de las épocas más negras de la historia de nuestro país y la absolución sine die de los asesinos y torturadores. Nuestro juez estrella se dedica ahora con grandes alharacas a tratar de inculpar a los artífices de las dictaduras latinoamericanas, pero aún no ha movido un sólo dedo contra los opresores patrios. Las fosas comunes de gentes de la izquierda siguen apareciendo a pesar de los años, con el evidente descontento de nuestros actuales gobernantes, herederos de aquellos tiempos y de aquellas ideas.
Pero aún está sin resolver del todo el peligroso asunto del 23F, aquel evento en donde la imagen de la monarquía salió fuertemente reforzada a pesar de su probable implicación en una de las dos tramas golpistas paralelas. Al parecer, como han apuntado numerosos investigadores existía una conspiración militar junto a una que propugnaba un gobierno de concentración nacional presidido por el monarca junto a determinados políticos de varios partidos. Dicho de manera breve y simplificada, los primeros trataron de forzar la máquina precipitándose para arrastrar a la cúpula militar y poder así prescindir de los civiles en el gobierno. Esa fue la triste historia de Tejero. De cómo un posible golpista puede convertirse en el máximo defensor de la democracia en España puede parecer que hay un abismo, pero ese ha sido el artificio que han elaborado entre todos. Se dice que en estos momentos Polanco, Jesús del Gran Poder, propietario del Grupo Prisa, es la persona más influyente de España, sobre todo después de hacerse con algunas de las microfichas del CSID compradas a Mario Conde.
En fin, un cúmulo de dudas que puede hacer reflexionar al más pintado sobre la necesidad de poseer o no la figura de un rey en un país moderno y democrático. Y ello sin entrar a valorar consideraciones éticas sobre la igualdad entre las personas, sobre la discriminación de las mujeres en la institución a través de la Ley Sálica, el tamaño y la procedencia de los gastos de mantenimiento de la corte, la herencia de un puesto de responsabilidad independiente de la valía personal del individuo, etc, etc. Quizá este sea el momento para comenzar a plantearse estas y otras cuestiones ahora que el bombardeo informativo con la boda del príncipe con la perfecta relaciones públicas acapara toda la atención de las radios, periódicos y televisiones. ¡Menos mal que siempre nos quedará Discovery Channel y los leones del Serengueti!.