
Estamos tan acostumbrados al uso de la mentira por parte de nuestros representantes, que la palabra de un político en nuestro país vale menos que el dólar de Zimbabwe. En los países anglosajones la mentira en boca de un responsable público es un grave delito, ya que conlleva la inmediata pérdida de confianza de la población y la instantánea incapacitación para ejercer un cargo de estas características. Por contra, en el estado español, faltar a la verdad, parece incluso que está hasta bien visto, dada la absoluta impunidad en la que se desenvuelve a nivel político y el poco castigo que sufren los embusteros entre la opinión pública de nuestro país. Incluso se ha popularizado el término orwelliano de neolengua para referirse a las habituales engañifas de los políticos, a los eufemismos extremos que usan o a los rodeos interminables que dan para no llamar a las cosas por su nombre.
Traigo esto a colación por el desafortunado papel de nuestro ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación, José Manuel García-Margallo, durante el lamentable episodio del secuestro del presidente boliviano Evo Morales hace ya un par de semanas. El canciller afirmó en su momento que ”España no tiene que pedir ninguna disculpa, el espacio aéreo nunca ha estado cerrado y la escala inicial no se anuló nunca”, cuando se le obligó a volver a Austria por los impedimentos —ilegales— puestos por Francia, Italia y Portugal, para sobrevolar sus países aunque previamente lo habían autorizado.
Posteriormente, ya en Viena, tras ponerse entre todos en grave riesgo la vida de Morales, el embajador de España en Austria, para arreglarlo aún más, solicita un registro del Falconpresidencial por orden de Estados Unidos para comprobar si Snowden se encontraba en su interior, petición absolutamente humillante y contraria a derecho. La contrapartida —siempre negada por Margallo— era el permiso de sobrevuelo de España y la posibilidad de repostaje en Canarias, contraviniendo así la legislación internacional aplicable a la materia y recordando negros tiempos de colonias y vasallaje.
Pues bien, tras un amago previo de estar dispuesto a disculparse ante Bolivia dada la reacción de la OEA, el ALBA y buena parte de países latinoamericanos, el pasado día 15, a través de una carta de la embajada en La Paz, España por fin ofrece sus disculpas formales para superar el conflicto diplomático con Bolivia. ¿Qué dice esa nota? Veamos algunos entresacados:
(…) QUIZÁ LOS PROCEDIMIENTOS UTILIZADOS POR NUESTROS REPRESENTANTE NO FUERON LOS MÁS EFICACES Y TAL VEZ SE PUDO ACTUAR CON MAYOR ACIERTO, LAMENTAMOS ESE HECHO Y PRESENTAMOS NUESTRAS EXCUSAS POR ESE PROCEDER QUE NO FUE ADECUADO.
(…) LA INVIOLABILIDAD ES SAGRADA Y ESPAÑA LA RECONOCE Y RESPETA. ESPAÑA DESEA QUE CON ESTAS GESTIONES QUEDE ZANJADO LA SITUACIÓN.
(…) HEMOS LAMENTADO MUY SINCERAMENTE LAS INCIDENCIAS POR LAS QUE TUVO QUE PASAR EL PRESIDENTE (MORALES), LAS INCOMODIDADES, LAS MOLESTIAS QUE SINTIÓ. ESPAÑA LAMENTA PROFUNDAMENTE ESTE HECHO Y SENTIMOS EFECTIVAMENTE QUE HAYA PODIDO SUCEDER.
Queda claro que el «culpable» de todo es el embajador español en Austria, Alberto Carnero. Él ha sido el chivo expiatorio del «malentendido» como se diría en neolengua. Reconocen explícitamente el intento de humillación del presidente boliviano y se siguen aferrando a que no cerraron nuestro espacio aéreo cuando, afortunadamente para ellos, fue cerrado anteriormente por Francia e Italia y el Falcon no podía llegar a España por ningún lado, por lo que no hacía falta que el gobierno del Partido Popular se retratara tan pronto como súbdito o esclavo de Norteamérica.
También queda claro que Margallo ha tenido que tragarse sus grandilocuentes palabras y que mintió deliberadamente para exculparse y exculpar a su gobierno. Pero como decía anteriormente, nada nuevo bajo el sol, es lo mismo que nuestros patéticos gobernantes hacen tantas veces todos los días.
Sinvergenzas Margallo y el embajador en Austria