La implosión de Estados Unidos

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Cosas veredes. El protagonista del primer intento de proclamación del flamante presidente de Estados Unidos en el Capitolio no fue, como cabía esperar, Joe Biden, sino un tipo descamisado, con cuernos y megáfono, que atrajo la atención de los reporteros y televisiones de todo el mundo, sobre todo cuando ocupó el asiento de la presidencia del Senado. El bizarro aguafiestas se llama Jake Angeli, un viejo conocido de las revueltas de extrema derecha, al que apodan el chamán de QAnon, una tarjeta de presentación que ya lo dice todo. 

El saldo conocido de los actos violentos de ayer es de cuatro muertos, decenas de heridos, miles de manifestantes y el congreso vandalizado. Muchos congresistas fueron evacuados a una base militar cercana, otros fueron sacados a través de la red de túneles del Congreso.… ¿Hablamos de Caracas? No, allí el reciente traspaso de poder entre las asambleas legislativas entrante y saliente fue absolutamente pacífico y normalizado, es Washington el 6 de enero de 2021.  

¿Qué está sucediendo en el pleno corazón del imperio? ¿cómo es que EEUU se parece cada vez más a una república bananera de esas a las que Estados Unidos gusta de invadir y explotar? ¿qué ha pasado para que nos ofrecieran tan lamentable espectáculo en el país que se considera como la esencia de la democracia y el garante de la libertad en todo el mundo? ¿es ese el famoso excepcionalismo estadounidense que los hace superiores al resto de naciones del planeta?

Aunque lo sucedido ayer fuera realmente sorprendente, no deja de ser esperable. De hecho, muchos llevamos mucho tiempo pronosticando la implosión en Estados Unidos, no como expresión de un deseo –que también–, sino como la consecuencia de una fractura interna que se agrava cada año y que nadie parece querer enmendar. Ha bastado que un líder político, un auténtico outsider del establishment, haya conectado con la “escoria blanca” y la haya lanzado contra el sistema para que este muestre sus costuras y jirones. 

Algunos hablan de que una guerra civil es inevitable, que sólo es cuestión de tiempo. Pero ya hubo una de carácter fundacional, su pecado original. Precisamente uno de los problemas que arrastra EEUU es que las dos américas siguen siendo irreconciliables a pesar del tiempo transcurrido. Hay una brecha cultural evidente entre el norte y el sur (con excepciones geográficas conocidas) pero en los últimos años se ha tornado en abismo social y económico insalvable. Las políticas neoliberales han ido erosionando a las clases medias hasta minar las bases de un estado que siempre estuvo cosido con retales. 

Con los recortes sociales derivados de la implementación del neoliberalismo y de la crisis financiera, en vez de cuestionar al sistema o a los bancos, se logró intencionalmente desviar la protesta a una guerra entre el último y el penúltimo. El blanco pobre contra el negro pobre, el latino pobre y el inmigrante. Se los culpó del crash provocado por los préstamos hipotecarios, de recibir todas las ayudas oficiales… todo ello cementado con una campaña cargada de dosis de racismo, de supremacismo y de un conservadurismo moral sin precedentes. Por eso coser las heridas no es cuestión de semanas o meses. Hay toda una generación imbuida de estas ideas y se necesitarán muchos años de trabajo en la buena dirección para subsanar tantas mentiras, tanta propaganda, tanta fake news.

Pero no todo es falso en el discurso de la extrema derecha encarnado por Trump y su entorno, las medias verdades pueden ser tan peligrosas como las mentiras. Es cierto que la política norteamericana es cosa de una clase cerrada que no trabaja para sus votantes, sino para los lobbys que les pagan las campañas. Es cierto que estos lobbys, junto con el aparato del estado (militares, judicatura, inteligencia…) maneja los hilos del país independientemente del partido que gobierne sin que queden sometidos al escrutinio democrático. Quien piense que las leyes las redactan los congresistas es un iluso, son los grupos de presión organizados quienes se las dictan a «sus» representantes. Desde luego no son ejemplo de nada ni un modelo a exportar a ningún sitio.

Ese ha sido el juego del régimen, una sucesión entre dos partidos que se dedican a contentar a sus lobbys, muchas veces compartidos entre ambos. Pero de ahí a culpar de los problemas del país a los progresistas o a las minorías étnicas, a la inmigración, a las familias monoparentales de color o a los gays, hay un enorme abismo.

El sistema electoral no es que ayude mucho a evitar la polarización. Es tan sumamente mayoritario que, en la práctica sólo permite la alternancia de los dos partidos del establishment sin que sea posible que otra formación obtenga representación parlamentaria. En teoría, por un solo voto de diferencia se pueden obtener todos los votos electorales de un estado. Puedes tener el 49,9% de los votos y quedarte sin representantes. No hay un sistema democrático menos democrático en todo el mundo. Y luego se atreven a criticar alegremente a otros sistemas de gobierno mucho más abiertos que el norteamericano, donde desde luego no hace falta ser millonario o representar a enormes fortunas como condición sine qua non para llegar al poder. 

Sin embargo, la prensa al unísono lamenta lo que denominan golpe de estado o ataque a las instituciones de la cuna de la democracia mundial (sic), culpando de todo a Trump y apostando a que mañana todo esto será una pesadilla pasajera que acabará con la toma de posesión de Biden. Donald Trump tiene en su haber 72 millones de votos con la inmensa mayoría de la prensa y todos los poderes en contra. Biden, a pesar de que ha prometido gobernar para todos los norteamericanos, lo hará para los que lo han puesto donde están. No es de esperar que se produzcan cambios sociales de calado durante su mandato, sencillamente porque este hombre lleva como medio siglo siendo parte del mismo poder que ha llevado a Estados Unidos hasta esta  lamentable situación. 

Que nadie se extrañe, pues, si dentro de unos meses o años, este conato de implosión llega a mayores.