A pesar de lo que pueda parecer, es probable que en Occidente primero y en el resto del mundo después (a poco que se hagan las cosas medianamente bien) estemos cerca del fin de la fase más virulenta de la pandemia. Es cierto que con el Sars-CoV-2 es muy complicado hacer predicciones, pero si nos aislamos del ruido que provoca la histeria actual y nos ceñimos a la letalidad de las últimas cepas dominantes, al número y porcentaje de personas vacunadas y a la inmunidad que otorgan las millonarias infecciones que se manejan estos días, todo indica que nos encontramos cerca del inicio de la domesticación del virus.
De confirmarse tal tendencia, imagino que será motivo de regocijo general, lo veremos en poco tiempo. Sin embargo, a muchas de las tribus conspiranoicas que han surgido como setas coprófilas, se les acabará su minuto de gloria y tendrán que volver al terraplanismo, a los astronautas de la antigüedad o a las fumigaciones masivas desde aviones para cambiar nuestro comportamiento social; todas ellas bastante menos populares entre el público general. La cosa es que han dicho tantas sandeces, que me encantará ver cómo saldrán del atolladero ante sus hooligans. Pero una cosa es segura, la realidad les estropeará esos titulares de los que tanto han disfrutado estos meses atrás.
¿Qué dirán, por ejemplo, aquellos que defendían que la vacunación era la manera del gobierno en la sombra para reducir la población mundial a un tercio del número actual? Es tan obvio que las vacunas han salvado millones de vidas en este periodo, que poco tendrán que hacer mejor que callarse. Aunque se dediquen a magnificar esas supuestas cifras de muertos ocultos por los malvados gobernantes en sus estadísticas de efectos secundarios manipulados, no podrán confrontarlas frente a hechos reales. Pero aún negando la mayor, no sé cuánto tiempo podrán esperar a que todos los vacunados y vacunadas nos muramos a una orden telemática dada por el Fu Manchú de turno.
¿Qué dirán ahora los que afirmaban que nos habían colocado a todos un «chis» informático para manejarnos mejor de lo que ya lo hacen? Es curioso, pero después de decir tantas tontadas, ahora se empeñan en demostrar, para justificarse, que los chips existen y que pueden ser subcutáneos. ¡Como si los perros no se marcaran con ellos desde hace años!. Ahora incluso están de moda en algunas tribus urbanas de nerds colocarse micros NFC para poder hacer pagos o identificarse pero, de ahí a que puedan controlar nuestra forma de pensar o actuar, van muchos muchos lustros de tecnología por desarrollar.
Si aún ni sabemos cómo funciona el cerebro ¿cómo vamos a manipularlo? Hoy, para mover con la mente una bolita en un videojuego prehistórico todavía hacen falta cascos enormes, sensores y un montón de cables conectados a un ordenador. Pensar en meter todo eso de manera inadvertida para su huésped, mediante una aguja hipodérmica, con su batería y todo, colocado dentro de un músculo y que, desde ahí, controle el cerebro por wifi, es de pura traca; haría falta una tubería de varios decímetros de diámetro para hacerlo y la pata de un elefante para soportarlo.
Queda mucha tipología de apocalípticos conspiranoicos por ver, o quizá todos son el mismo, les cabe un buque. Están los de la dictadura mundial, aquellos que se quejan de una mascarilla o de un pasaporte covid, pero permanecen geolocalizados las 24 horas por el móvil, publican toda su vida en las redes sociales, llevan un micrófono que les oye todo el tiempo, operan con tarjeta y compran por internet. Luego, les suele dar igual que existan la leyes contra la libertad de expresión, asociación o protesta como la ley mordaza o incluso les resbala la desinformación que reciben por los medios controlados por las corporaciones, salvo si se trata de su monotema sobre la pandemia, claro. Cuando se acabe o se normalice la vida postpandémica y decaigan las medidas excepcionales adoptadas… ¿habrá finalizado para ellos la dictadura? ¿Tanto ruido para tan pocas nueces? ¿O dirán que solo era un experimento para lo que vendrá en el futuro?
Tenemos también a los antichinos. Como Xi fue invitado a la cumbre de «El Gran Reseteo» de Davos en 2021, donde se habló de la finitud de los recursos del planeta, resulta que, como resultado de la plandemia, vamos a vivir en una dictadura comunista donde se va a abolir la propiedad privada y, lo peor de todo, ¡siendo felices! Así que el Covid era su arma secreta definitiva. China venció y el marxismo se expandirá sin control como nunca antes por la tierra. Es el argumento político más popular del negacionismo, surgido de la extrema derecha, pero realmente me consta que preocupa también a muchos en la izquierda. Cómo si China pretendiera extender un imperio hasta las fronteras europeas…
Hay un grupo que defenderá que al menos ha salido de la pandemia con la «sangre limpia», para contrastar con aquellos a los que nos la han ensuciado con las vacunas. Parecen ignorar que la sangre se filtra completamente cada dos días y que, en un organismo sano, cualquier elemento extraño será eliminado del torrente sanguíneo a las primeras de cambio. No obstante, seguro que siguen diciendo que tenemos material genético extraño en el cuerpo y que podrá inducir mutaciones genéticas futuras por causa de las vacunas de ARNm. Olvidan que, cada vez que nos comemos un plátano, introducimos sus genes en nuestro cuerpo y, hasta la fecha, no vi a nadie con piñas de plátanos saliéndole de la cabeza. No sé cuánto tiempo pedirán de gracia para que se cumplan sus disparatadas teorías y mantener intacta su delirante discurso.
No podemos dejar de hablar de los adictos a la lejía. El timador de la lejía, que ha ido intoxicando y estafando a gentes durante años por afirmar que curaba trastornos incurables genéticos como el autismo, encontró al fin un filón de crédulos con el Covid. Supuestamente ha curado a miles de personas, especialmente gentes sanas que se autodiagnosticaron y se autocuraron como por arte de magia, o simplemente pasaron la enfermedad como la mayoría lo hace, con apenas síntomas serios. Es como los curanderos esos de los herpes que tratan incluso a sus pacientes por teléfono: saben de sobra que desaparecen solos y les sacan los cuartos a los crédulos por nada.
¿Y los antifarmacéuticas? Sí, esos que dicen que todo es un invento para vender vacunas. Abundan mucho en esa izquierda que compra los argumentos de la extrema derecha. Soy consciente de que a veces lo hacen sin conocimiento de ello, pero otras lo justifican con argumentos tan peregrinos como el que en este caso ni hay derechas ni izquierdas, que es un tema global y transversal (¿os suena la retahíla?). Es la manera de justificarse ante la evidencia de que quien organiza y promueve en el mundo las protestas es el fascismo y el trumpismo en sus muchas variantes locales.
En el Estado español, del abanico parlamentario, sólo Vox mantiene un discurso antivacunas ambiguo y ha aprovechado la coyuntura para movilizar a sus bases contra el gobierno. Ninguno de la izquierdita cobarde lo ha hecho. Pero tampoco ninguna formación de la izquierda extraparlamentaria ha convocado manifestaciones contra la vacuna o la plandemia. Las farmacéuticas son malas, sí, lo sabemos. Tienen mucho poder, como todos los grandes lobbies, pues claro. Influyen en las decisiones de gobiernos, también. Pero de ahí a que hayan montado todo este embrollo para ganar dinero con lo que dice la conspiranoia, usando poco más que un simple resfriado, hay un abismo. Acusar de este mismo juego a países como Cuba, como hacen algunos izquierdistas antiimperialistas es un verdadero escándalo que desacredita a quien lo mantiene y lo inhabilita para ser creíble en este espacio político.
Todos conocemos a personas que han muerto de Covid, tenemos familiares afectados con graves secuelas, sabemos de gentes que lo han superado tras semanas o meses de internamiento en UCIs y de otras que lo han superado asintomáticamente… seguir llamando una simple gripe a lo que llevamos soportando estos dos años es un insulto a la inteligencia, pero también a la empatía, a la solidaridad y al decoro.
Pero entablar cualquier discusión racional con el negacionismo es poco menos que imposible. Si no han querido ver los muertos quemados en las calles, las fosas comunes en Brasil o Estados Unidos, las tropas médicas rusas en Italia, las morgues atestadas, los ancianos dejados morir a su suerte por falta de capacidad hospitalaria…, si menosprecian las estadísticas de mortandad en hospitales, las de muertes generales por países, si insisten en que los hospitales están vacíos… ¿cómo poder siquiera entablar una mínima conversación constructiva?
Es obvio que se han cometido graves errores de gestión en todos los países. La presión política tiene que ver bastante con ello, pero también el abandono secular del sector público, la incapacidad del mercado para afrontar la pandemia, la deslocalización productiva y, sobre todo, la total improvisación con la que ha habido que actuar, a menudo apoyados por informes incompletos o contradictorios. La práctica totalidad de los presidentes o primeros ministros que se han presentado a reelección en estas fechas han sido barridos por la oposición. Nadie está contento sobre cómo han ido las cosas. Es algo normal y comprensible. Con millones de muertos, con la subsiguiente crisis económica y el colapso de los sistemas sanitarios, lo raro es que sucediese otra cosa.
Lo que no entenderé jamás es cómo gente de izquierdas pueden comprar el discurso de la derecha y la extrema derecha. Desde que se inició la pandemia, empezando por Aznar, los ultraliberales han pedido que no se aproveche lo sucedido para pedir más estado o más gasto social. Sabían que el capitalismo iba a ser ineficaz para resolver el problema y que toda la ciudadanía miraría al estado como solución. Por eso menospreciaron desde el minuto uno su virulencia y su importancia. Asumir como propias esas tesis es un disparate científico, pero además es un error político y estratégico imperdonable.
Juanlu González