República bananera

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Un presidente llega al poder con un pucherazo que pone en duda la separación del estado es reelegido con la ayuda del sector empresarial, principalmente el ligado a los sectores militares y con buena parte de los medios de comunicación literalmente comprados para colaborar en una mascarada democrática. Con algunos años de impass, el cargo fue heredado de su padre, aunque algunos miembros de su familia ocupan puestos clave en la administración del estado.

Militares y gentes de los servicios de espionaje forman parte del nuevo gobierno, y es que la república está en guerra. Ya se sabe, durante una contienda, no se puede cambiar de comandante en jefe. Los problemas internos son bastante graves, para eso lo adecuado es crear mayores problemas y cuanto más lejos mejor. Para celebrar la investidura del líder, se preparan unos fastos que ríete de las fiestecitas de Bokassa. 40 millones de dólares gastados mientras su población muere por no poder acceder a la atención médica necesaria.

Las protestas de sus contrarios son dificultadas hasta la saciedad por los cuerpos represivos. Miles de militares y policías protegen la fiesta por tierra, mar y aire. Mucha gente rara vestida de pistoleros pulula por la capital del imperio. El presidente se esconde en una urna de cristal, está amenazado y no se fía de nadie. Antes de comenzar la celebración, para investirse de legitimidad divina, le da gracias a dios en una confesión fundamentalista amañada en la que se escuda para cometer las más brutales atrocidades con mercenarios y escuadrones de la muerte. La economía, en plena crisis, se hace cada vez más y más dependiente de las aventuras militares que tratan de pagar con fuertes devaluaciones de la moneda.

Cualquiera que analice lo que ha sucedido y se ha dicho hoy en la capital del imperio no puede creer que haya sido algo serio, ¡ya no quedan repúblicas bananeras como la de EEUU!

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