Franco y los franquistas

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Decía Séneca que algunos pequeños hombres sólo son considerados grandes porque les cuenta el tamaño del pedestal, pero si además del pedestal lleva debajo un caballo, todavía se les considera mejores.

Ya he comentado muchas veces que la transición española, lejos de ser un episodio ejemplarizante, fue un cierre en falso de la dictadura. Además de colarnos por la puerta falsa a un rey, cuya figura es de todo menos democrática —además de militar—, supuso una especie de ley de punto final por la que los asesinos y dictadores pueden descansar tranquilamente en sus casas sin que sobre ellos recayera el peso de la ley.

Los fascistas siguieron paseando libremente por las calles, muchos de ellos se convirtieron a la democracia de toda la vida para seguir cerca del poder. No creo que sea necesario poner ejemplos de ello, son demasiados y bien notorios. Desde púlpitos mediáticos aún hoy se atreven a amenazar con retornos guerracivilisitas a un gobierno como el presente cuando pretende reconocer ciertos derechos a ciudadanos de segunda o proclama el laicismo del estado, bien consagrado por otra parte en la Constitución, ese documento de consenso escrito bajo el chantaje de las armas involucionistas.

Abjuradores de su pasado golpista y antidemocrático, se buscan a revisionistas de la historia para que les eximan de sus culpas. Ahora los golpistas son los nacionalistas y socialistas y los defensores del orden democrático los militares de Franco. De miedo.

Esa burbuja fantástica es su manera de vivir mejor. Mejor hasta que les tocan sus sacrosantos… símbolos. Y es que la que se ha montado alrededor de la retirada de la estatua ecuestre del dictador de las calles de Madrid no tiene nombre. La sarta de argucias que esgrimen los herederos del franquismo para tratar de justificar la permanencia de este homenaje continuado a la figura de este prohombre son como para echarse a llorar.
Siempre desde la asepsia calculada para que no se les vea el plumero, los portavoces del Partido Popular y sus hooligans radiofónicos dicen que ese acto equivale a remover viejas heridas, a querer borrar una parte de la historia —buena o mala, arguyen— de nuestro país, que en los EUA no retiran las estatuas de Lincoln ni de ningún otro presidente. Desgraciadamente no he estado nunca en Alemania o en Italia, pero dudo que las plazas estén llenas de Hitlers a caballo o de ecuestres del Duce. Únicamente Piqué, en un acto que le honra, ha estado a la altura al recordar que aquello que no cabe en la Constitución no cabe tampoco en las plazas y jardines de nuestro estado.

Las relaciones de los populares con el franquismo son y serán estrechas. No me voy a referir, como ellos han hecho vilmente, a vínculos de parentesco de tal o cual persona. El dulce periodo que han vivido en la Fundación Francisco Franco durante los pasados gobiernos de la derecha es un hecho constatable como los son el cúmulo de subvenciones que les otorgaron. Ya sabemos cómo era Aznar, con que saña criticaba en si día la Constitución y el Estado de las Autonomías. Pero es que Mariano va por el mismo camino. ¿Cuándo se atreverán a condenar al franquismo en el Parlamento? ¿Por qué han rechazado en distintas ocasiones hacerlo? ¡A quién querrán engañar!, los mismos que se regocijaban con la caída de la estatua de Sadam, se niegan ahora a que trasladen la de Franco. Lo que subyace tras sus flojos argumentos es que Sadam, Hitler o Mussolini no son personajes comparables a la del general español, consideran que hizo un gran favor a la patria con la eliminación de la democracia y las vidas de centenares de miles de paisanos, decenas de miles de ellos asesinados impunemente tras el fin de la guerra durante la dictadura. Pero son tan cobardes que ni se atreven a decirlo abiertamente. Ahí les duele.

Copyleft Juanlu González
Bits RojiVerdes

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