Israel se parece cada día más a una dictadura de una república bananera que a un estado moderno y occidental. Quizá también se asemeje a los fundamentalistas religiosos esos que a la mayoría de la gente nos parecen tan ridículos, esos que pretenden prohibir caricaturas de su profeta favorito o cerrar exposiciones fotográficas que dan una imagen no convencional de su dios. Es lo que tiene la libertad, a veces nos gusta lo que pueden decir por ahí y otras no.
Pero los que alzan la voz contra opiniones librepensantes y manifestaciones artísticas cuando no les son favorables quedan retratados de inmediato como lo que son, en este caso una teocracia fundamentalista intolerante situado a nivel de cualquier estado fundamentalista de esos que tanto le gusta criticar, un estado fallido incapaz de soportar la más leve crítica porque —según sus prohombres— atenta contra el derecho de existencia de un estado artificial basado en el crimen, el robo y el saqueo de tierras y recursos de todos sus vecinos. Muy mal deben ir las cosas para las relaciones públicas del estado judío si se ponen así por dos obras de arte de las que se exponen en esta edición de ARCO.
Aquí os dejo las obras de Eugenio Merino que han causado la polémica. Como siempre, juzgar por vosotros mismos (los libros sagrados de las tres religiones monoteístas están cambiados entre ellos).
