Que lo que han llamado «primavera árabe» derive invariablemente en la llegada al poder del islamismo, ya sea producto de la casualidad o de la causalidad, es un hecho indiscutible. Para algunos ha sido EEUU quien ha trazado el plan para acabar con los gobiernos laicos de la región, algunos de ellos de marcado carácter socialista a la antigua usanza pero, para otros, se trata de una simple evolución natural, ya que el islamismo se encontraba agazapado pero bien organizado a la espera de que se dieran las condiciones para llegar al poder por la fuerza del impulso popular mediante las elecciones o incluso las armas. En el primero de los casos, tampoco son pocos los datos que apuntan a un financiamiento externo de múltiples ONGs con dinero occidental e incluso el entrenamiento con técnicas noviolentas para atizar y dirigir un descontento popular subyacente hacia posiciones como las profesadas por los hermanos musulmanes.
Algunos —muchos— ilusos de izquierda, incluso de la llamada alternativa, se apuntaron al nuevo amanecer árabe a pesar de las múltiples precauciones que diferentes analistas apuntaban en aquellas supuestas revoluciones populares. Aún hoy, vemos como medios de contrainformación muy populares en el estado español y en Latinoamérica juegan un papel muy ambiguo en conflictos como el de Siria a pesar de que ya se sabe lo que sucedió de veras en Libia desde el inicio de las supuestas revueltas de Bengasi, alentadas por disparos de agentes italianos de los que se culpó al gobierno de Gadafi y el papel de al Qaeda durante toda la guerra y en el gobierno y la administración libia. Parece como que la rebelión podría ser asumida ideológicamente porque haya una parte de razón en las ansias de libertad popular de un pequeño grupo del pueblo aunque el resultado final, con la OTAN y los wahabistas de por medio, vaya a derivar indefectiblemente en una dictadura religiosa de corte medieval.
Eso exactamente es lo que vamos teniendo en Egipto. Con la constitución express aprobada por Morsi, la sharía, la ley islámica, es la fuente de todo el derecho del influyente país islámico. Algo que básicamente se contradice con cualquier espíritu democrático, entre otras cosas, por el papel que dicha ley otorga a la mujer y porque es incompatible con el respeto a otras confesiones religiosas como la cristiana copta o con otras ramas del Islam, como por ejemplo la sufí, ampliamente practicadas ambas en el Egipto de hoy.
Pero es que la forma de redacción del nuevo texto de la carta magna del país de las pirámides ha sido totalmente antidemocrática. el presidente se blindó para que la justicia no pudiera interferir en su composición, proclamando un decreto constitucional por el que asumía, de hecho, los poderes legislativo, ejecutivo y policial. Cristianos y progresistas abandonaron la Asamblea Constituyente, dejada en manos del islamismo y del salafismo, cuando vieron el grave cariz que estaba tomando el asunto. Mohammed Morsi se enrocó ante las protestas de la plaza Tahrir y provocó incluso algunos muertos más en las calles. No se movió ni un ápice de sus pretensiones iniciales. Ya tenemos una nueva república islámica en el mundo, antidemocrática, a imagen y semejanza de las saudíes y qataríes, que no en vano han sido las que han sufragado esa supuesta revolución por orden o con la anuencia de Estados Unidos.
Para los que tenían esperanzas en que la cosa podría cambiar, por ejemplo, en relación al pueblo palestino, ahí van unas cuantas cuestiones. ¿Qué hace cerrado a cal y canto o abierto con cuentagotas el paso de Rafah que permitiría libertad de movimientos a las gentes del gueto de Gaza? ¿por que se sigue enviando gas natural a precio por debajo de mercado a Israel a través de sus gasoductos? ¿Qué hacen aún en vigor los acuerdos de Camp David si Israel ha incumplido una a una todas sus condiciones desde el momento mismo de su firma? ¿Se trata sólo del dinero de las asignaciones norteamericanas? Personalmente pienso que no, tampoco son tan cuantiosas como para dirigir toda la política exterior de un país tan grande y poblado como Egipto. Es obvio, que con la influencia de EEUU en franco retroceso y con el progresivo aislamiento de Israel, los Hermanos Musulmanes provocarán algunos cambios en relación con el vecino sionista, como además piden su bases, pero no serán demasiado significativas ni romperán la dinámica de Mubarak. Y ojalá que me equivoque, pero en lo básico todo va a seguir como estaba…