Relato: De cucarachas y hombres

2
282

La verdad es que no he colocado ningún relato en los biTs, tampoco es que tenga mucho escrito pero algo sí que hay desperdigado por ahí. Amenazo con rescatar viejos textos con pretensiones pseudoliterarias y colgarlos en estas páginas muy de vez en cuando. Incluso si tiene la suficiente entidad haré una sección específica para ello en el futuro.

De cucarachas y hombres

John, así era al menos como le conocían sus amigos, estaba sentado en el suelo. Se apoyaba contra la pared de una casa en una estrecha callejuela para combatir el calor, húmedo, eterno, que reinaba en el pueblo. Por todos lados había signos de desolación, viviendas semiderruidas, señales de balazos y metralla conformaban el paisaje habitual de aquella aldea olvidada del favor de los dioses.

Pero no, no era sólo la reciente guerra la causa del lamentable estado de abandono del entorno de John. No había ninguna señal de pasados esplendores, no había trazas de digna senilidad, de lenta decadencia. Más bien daba la sensación de ser una población de fortuna, provisional, aunque tornada en permanente por el negro sino de la historia.

Todo estaba desierto, el último bombardeo cambió el habitual bullicio matutino, el jaleo del mercado, los juegos de los omnipresentes niños por una fantasmagórica estampa de cientos, de miles de ojos escudriñando aterrados el cielo, de oídos prestos a escuchar desde sus escondrijos el letal sonido de los motores acercándose en una suerte de ruleta rusa. ¿Nos tocará a nosotros hoy? —se preguntaban en cada chabola sus indefensos habitantes.

Había demasiada calma. De vez en cuando, una balasera, una explosión lejana rompía el cansino ritmo de John golpeando la pelota contra la pared. Él no tenía miedo, no tenía mucho que perder, lo había perdido todo demasiadas veces, quizá por eso se sentía descreídamente a salvo. Desde su alto oteadero divisaba un enorme descampado en ruinas explanado por un bulldozer que era el escenario de la mayoría de los enfrentamientos de los últimos días.
Esta vez sonó mucho más cerca que de costumbre, John agarró la pelota, la apretó fuertemente con la mano y se tumbó instintivamente en el suelo con los brazos cubriéndole la cara. Al poco suspiró aliviado. Sólo era una ráfaga perdida, otra vez será —pensó.

Cuando alzó la vista, un grupo de hombres armados corría calle abajo con las caras tapadas con pañuelos y pasamontañas disparando sus fusiles de asalto contra otro grupo de combatientes que se parapetaba entre los escombros. Al poco los rodearon y, ante la imposibilidad de hacerlos salir por las buenas, los frieron con granadas de mano. En cuestión de segundos volvieron a desaparecer. La paz de los muertos dominó unos segundos más la aldea.

Al poco rato, primero tímidamente y masivamente después, gentes salidas como de la nada se acercaron al lugar. Llantos, gritos y consignas de venganza inundaron la aldea. Los cadáveres enfundados en banderas sobre parihuelas eran paseados en una improvisada y ruidosa procesión.

John lo observaba todo impávido. Están locos. Luchan entre sí por las migajas de poder que nos dejan nuestros carceleros dentro del gueto —se dijo.

¿Qué creen? ¿que así se ganarán el favor de una población hambrienta? Décadas de confinamiento, de promesas incumplidas, de falsas esperanzas han conseguido imponer la incredulidad y el escepticismo entre la gente que permanece encerrada ya demasiado tiempo en esta especie de macrocárcel —pensó.

Lo habían conseguido, lo habían conseguido —se repetía una y otra vez con el gesto desencajado. Le venían a la mente las declaraciones de un responsable militar que dijo una vez que lograría encerrar a sus enemigos como cucarachas en una botella, en la que darían vueltas y vueltas sin rumbo ni futuro. ¡Y desde luego que lo había logrado! Ahora los encerrados, sin otra perspectiva, se dedican a matarse los unos a los otros para conseguir controlar el culo de la botella, olvidando por momentos quién les metió allí y hasta el sabor de la verdadera libertad.

Él hasta podía comprenderlo, pero sabía que no dejaba de ser una aberración. Siempre decía que era el producto de la alienación unida a la impotencia lo que les impedía reconocer al enemigo real, unirse en un sólo ser y dirigir todos sus esfuerzos a liberar el gueto, a luchar contra sus carceleros o a perecer en el intento.
Por eso hacía tiempo que John se había desligado de todo, por eso era incómodo para unos y otros, para carceleros y prisioneros. Mientras seguía con estas disquisiciones, volvía a golpear la pelota contra la pared en medio de un cada vez más asfixiante sopor.

Los gritos de las mujeres lanzados al viento habían cesado o sonaban como un liviano eco en las afueras del pueblo. De vez en cuando, su mente parecía apagarse para entregarse en exclusiva a las fragancias de las plantas aromáticas que florecían en aquella generosa primavera.

Todo lo incitaba a tomarse una reparadora siesta. Quizá por eso no se percató de una luz roja que apuntaba delatora desde una desvencijada ventana hacia el lugar donde él yacía tranquilamente. Quizá por eso no oyó el zumbido como de un mosquito gigante que se acercaba furtivamente desde detrás de los muros de la cárcel. Sonó un corto silbido. Ya nunca más despertó.

19 de mayo de 2007
Juanlu González

2 Comentarios

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.