Tras el asesinato en atentado terrorista del ex-primer ministro libanés, Rafik Hariri, uno de los hombres más ricos del planeta, últimamente conocido por sus declaraciones en favor de la retirada Siria y en favor de tesis estratégicas norteamericanas, Washington ha iniciado una escalada de amenazas militares —otra más— contra Damasco. Si a ella le unimos la agresiva política que lleva adelante contra Irán, que recuerda enormemente a la que precedió a la invasión de Irak, tenemos una peligrosa combinación de hechos que puede desembocar en un conflicto regional de insospechadas consecuencias.
Sobre todo, porque los países amenazados por la maquinaria imperial están acercando relaciones para enfrentar juntos la amenaza. Irán posee sofisticado armamento soviético para combatir a la VI Flota (misiles tipo Exocet), plantar cara a una eventual invasión e incluso atacar a Israel, el aliado estratégico al que parecen ir encaminados muchos de los esfuerzos bélicos norteamericanos para eliminar físicamente a todos sus adversarios. Y Siria, a pesar de que no es un país muy potente militarmente, tampoco es un estado vencido de antemano como Irak tras dos guerras y un brutal cruel embargo.
Rusia, lejos de achantarse por las presiones de EEUU, ha anunciado que va a seguir colaborando con el programa nuclear iraní en una especie de segunda guerra fría que se va congelando a cada día que pasa (Ucrania, Venezuela, …). El reactor nuclear de la república islámica de 1.000 MW comenzará a funcionar en unos pocos meses y es previsible que los gringos traten de impedirlo por todos los medios. Algunos analistas hablan incluso de riesgo de guerra mundial…
Pero lo cierto es que el hecho desencadenante de todo este último embrollo, el asesinato de Hariri, presenta aún suficientes dudas como para culpar a Siria así, sin más. Sólo hay que preguntarse ¿a qué intereses sirve el atentado?
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