España no va bien

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La derecha española se encuentra enfrascada en una campaña de relaciones públicas para que creamos que, a la vuelta de la esquina, el valle de lágrimas en que han convertido a nuestro país, se convertirá en un paraíso terrenal por mor de las «reformas» que han emprendido en estos dos últimos años. Parece que quieren convencernos de que la penitencia que nos han impuesto sirve para expiar nuestras supuestas pecados —«hemos vivido por encima de nuestras posibilidades»— y que nos estamos ganando poco a poco el perdón del dios de los mercados. Convertidos pues en los sacerdotes de los nuevos dioses del liberalismo, nos piden, como todos, un acto de fe, que creamos en los dogmas en los que se basa su religión y que no discutamos sus planteamientos, por muy estrafalarios que nos parezcan.

Ahora andan empeñados en que estos años no se han producido recortes, sino reformas y que nuestra economía ha empezado a levantar cabeza, que la inversión extranjera ha vuelto de manera significativa, que el año que pronto comenzará será el de la creación de empleo neto y que en el siguiente el PP habrá cumplido por completo el programa electoral con el que «arrasó» en las últimas elecciones con un pequeño porcentaje de los votos posibles. Con total desfachatez, han virado desde los eufemismos más descarados, al puro neolenguaje orwelliano para situarse después claramente en la cruda mentira. Es ese deporte donde destaca Cristóbal Montoro, que es capaz de decir sin ruborizarse que los salarios en nuestro país están subiendo o que el milagro económico español está asombrando al mundo entero. Pero tampoco se queda corto el propio presidente cuando afirma que dejará menos paro que el que se encontró tras el gobierno de ZP cuando sus propios datos presupuestarios le desmienten sin paliativos. Por mucho que se quieran investir con poderes divinos, ya no convencen ni a los de su propia cofradía, aunque tampoco es que encuentren mucho más al otro lado donde depositar su irracional confianza.

Son muchas las pruebas que indican que su religión es falsa, que el becerro de oro es en realidad de puro latón, que la penitencia no va llevar a la redención y que todo es un burdo montaje para robar a los de abajo mientras aumenta el número de ricos, la desigualdad social y se protege a los potentados defraudadores mediante indultos o la mera destitución de los policías o los inspectores de hacienda que los investigan.

Pero hay muchos más indicios de que aún quedan muchas lágrimas que verter, si es que no nos atrevemos en las calles a expulsar a este gobierno impostor que nos han colocado con engaños y artimañas que llegaron a calar en un buen rebaño de ovejas crédulas. La anunciada ley de seguridad ciudadana, la de la bendición de la represión, es un claro síntoma de que lo peor está aún por venir. La derecha ultramontana que nos gobierna nunca ha asumido plenamente ni la libertad ni las garantías democráticas para el pueblo y es manifiesta su voluntad de cambiar la legislación para criminalizar las protestas  en la calle y proteger los «excesos de celo» policiales escopeta o porra en mano. Si me aplicaran retroactivamente las sanciones por asistir a manifestaciones y concentraciones de acuerdo con el proyecto de ley, necesitaría varias vidas de trabajo constante solo para hacer frente a tanta multa.

La ley anti huelga, «de servicios mínimos» la llaman, tiene por objeto complicar aún más el ejercicio de los derechos de los trabajadores, los pocos que quedan vivos tras la reforma laboral del PP. En el plano mediático ya se cargaron la independencia de Televisión Española al inicio de la legislatura en previsión de las toneladas de propaganda que iban a necesitar para intentar hacer blanco lo negro. Los manejos con los periodistas de la corte en las ruedas de prensa, las comparecencias sin preguntas o a través de monitores, indican que tienen bien poco que decir y afloran el miedo escénico que le provocan el ser interpelados a pecho descubierto, sin preguntas pactadas o sin posibilidad de censura como vimos en el triste espectáculo de Bloomberg.

No acaba ahí la cosa, la subida en el presupuesto de 2013 del 1800% en el material policial antidisturbios es otra señal inequívoca de por dónde van a ir los tiros —nunca mejor dicho— en lo mucho que queda aún de la peor legislatura de la historia de la democracia. Cuando hasta el PSOE quiere avanzar en una reforma sustancial de la obsoleta Constitución (esta vez sin nocturnidad ni alevosía) para emparejarla con la realidad social del país, el PP se ha posicionado radicalmente en contra. No en vano la Carta Magna se ha convertido en la mayor enemiga del tsunami involucionista que asola todos los rincones de nuestro castigado país. Triste paradoja, sin duda, tener que aferrarnos a unos textos redactados bajo la atenta supervisión de los militares y los poderes fácticos del franquismo como defensa frente a la ofensiva contrarreformista de la derecha. Eso solo da idea de la verdadera magnitud de la afrenta que está sufriendo estoicamente el pueblo español… hasta que ya no pueda más y recuerde viejos eslóganes laicos como aquel que decía que «la única iglesia que ilumina es la que arde» mientras derriban las sacrosantas estructuras neoliberales que están construyendo a base de golpes legislativos con un rodillo mayoritario imparable que  representa solo al 30% de la población de nuestro país.

2 Comentarios

  1. Querrás decir que «No en vano la Carta Magna se ha convertido en la mayor EXCUSA del tsunami involucionista», ¿no?

  2. No, qué va, digo que lo único que nos defiende de la voracidad pepena es la constitución: mira hoy lo que dice Julio Anguita en Público: «Con la Constitución en la mano, las políticas de Rajoy estarían fuera de la ley», por eso hablo de ironía, que sea uno de los pocos asideros. Por eso se están cargando la justicia y están montando un estado policial, entre otras lindezas, porque los jueces, a pesar de que son fachas en su mayoría, no les dejan hacer lo que ellos quieren

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