No cabe duda de que nos encontramos en una de las fases más decisivas de la guerra de agresión contra Siria, a la que podríamos llamar de muchas maneras, salvo con el término guerra civil, que –cómo no– parece ser el favorito de los medios de comunicación occidentales. De seguir así, la tercera fase de la contienda es muy probable que finalice en este año que acabamos de comenzar, al menos en su vertiente más generalizada y sanguinaria.
Las monarquías absolutistas del Golfo, Turquía e incluso Israel habían apostado mucho a la carta del Ejército de la Conquista (Yaish al Fath), una amalgama de grupos yihadistas radicales en el que pretendían diluir al Frente al Nusra, la rama local de al Qaeda, para así tratar de etiquetar al conjunto como de “rebeldes moderados”, demócratas de toda la vida y supuestos merecedores de la ayuda militar y política occidental. En un principio, el Ejército de la Conquista hizo honor a su nombre y logró expandirse por muchas zonas del norte y el occidente de Siria. Su empuje era tal, con al Qaeda como «punta de lanza» que políticos del bando agresor y analistas especulaban con la segura caída del gobierno o hacían cábalas con las líneas fronterizas de la balcanización del país.
Pero en esto llegó Vladimir. En pocos días la aviación rusa dejó en absoluto ridículo a una coalición de más de 50 países liderada por EEUU, que llevaba alrededor de un año violando el espacio aéreo sirio sin resultados visibles que mostrar al mundo; todo lo contrario, bajo sus bombardeos, el Estado Islámico no dejo de ocupar más y más suelo sirio, lo que ponía en duda la efectividad e incluso la voluntad real de lucha contra el terrorismo.
Las críticas de todo tipo hacia Putin no tardaron en inundar las rotativas. Se trató de culpar a Rusia de todos los males que acontecían en Siria desde hacía más de 4 años. Para lograr su objetivo, no dudaron en usar duras imágenes de otros conflictos o tomadas en el país antes de la operación rusa, lo de siempre.
La contundencia y efectividad de los ataques, junto con el apoyo en tierra de Hezbollah e Irán, de milicias kurdas y de batallones de voluntarios, han dado nuevos bríos al Ejército Árabe Sirio, que ha sido capaz de recuperar provincias enteras y cientos de pueblos y aldeas en manos de los terroristas. El empuje es de una magnitud tan decisiva que Raqqa y, sobre todo, Alepo, están siendo objeto de una potente ofensiva que puede acabar por derrotar a toda la oposición armada en los próximos meses.
Es en este contexto en el que Turquía y Arabia Saudí, incluso Francia, han entrado en un punto de histeria tal que están dispuestos a lanzar una masiva operación terrestre supuestamente para acabar con el Estado Islámico, con el coste que ello les supondrá en vidas humanas y dinero. ¿Qué ha sucedido? ¿Por qué cuando el devenir de los frentes de batalla conduce inexorablemente a la eliminación de los terroristas es cuando deciden entrar en acción tras años de complicidad y de hacer la vista gorda al yihadismo en Siria?
Obviamente, los motivos aducidos públicamente son absolutamente falsos por puramente extemporáneos, ¿acaso no han tenido tiempo de plantearlo con anterioridad cuando el Daesh podía incluso conquistar Damasco? Si nadie duda de que van a ser derrotados en cuestión de meses ¿qué pintan ahora planificando una invasión ilegal?
Es cierto que podría tratarse de una medida de presión, una baza negociadora con la que contrarrestar los éxitos recientes producidos en el teatro de operaciones. Los últimos movimientos de tropas y equipamiento saudí a la base aérea de Incirlik en Turquía, sólo demuestran la intención de colaborar nuevamente con los bombardeos de la coalición norteamericana, nada más. Las declaraciones de generales de su ejército, advirtiendo de nefastas consecuencias de una guerra directa contra Siria y sus aliados, han sido más que clarificadoras. Si a ello unimos el desastre sin salida en el que se ha convertido la agresión a Yemen y el inaudito déficit en el que han incurrido las cuentas públicas saudíes durante los últimos ejercicios, tenemos un cóctel de acontecimientos que apuntan en la dirección del envite de farol en la partida de cartas de Medio Oriente.
Sin embargo, por otro lado, tenemos unos líderes en Riad, y también en Turquía, bastante impredecibles, poco lógicos y cegados por fobias ancestrales. Serían capaces de todo en aras a satisfacer sus profundas obsesiones personales. Más de 50.000 soldados otomanos ya están en la frontera con Siria y los ataques artilleros contra suelo damasceno se suceden con asiduidad. Se han citado varias incursiones en la región de Alepo y, de manera pública, también en las fronteras de Irak. Cualquier cosa podría pasar, aunque la disuasión aérea rusa (una zona de exclusión de facto) y el incremento de ayuda militar persa pueden servir de dique de contención frente al aventurerismo del eje agresor. Tampoco nos olvidemos de China, que lleva amagando con una intervención directa durante mucho tiempo, algunas fuentes hablan de la autorización del envío de 5.000 militares de su fuerza de élite a combatir en favor del gobierno sirio.
Estados Unidos también está jugando a la estrategia de la presión, una presión que se hace más fuerte cuanto más débiles son sus aliados sobre el terreno. En este caso, juega la baza de una ofensiva militar si fracasan las enésimas conversaciones de Ginebra o la frágil tregua acordada con Rusia y recién implementada estos días. Sin embargo, Obama no lo tiene nada claro, tras una ardua búsqueda de rebeldes “moderados”; al final sólo se han podido quedar con los kurdos, a la postre aliados también de Siria y Rusia, pero enemigos acérrimos de Turquía, quien ha puesto al Pentágono ante una elección excluyente.
Lo que sí se ha acordado en el Consejo de Seguridad es que no será violación de la tregua atacar a Daesh ni, finalmente a al Nusra, por lo que las ofensiva sobre Alepo y Raqqa podrán continuar a buen ritmo durante las dos semanas que están previstas de alto el fuego. Todo parece indicar que esta fase de la guerra será también un fracaso para los agresores y sus patrocinadores. Si no ponen en marcha una nueva estrategia, al menos la vertiente de alta intensidad y de combates generalizados directos podría pasar a la historia en algunos meses.