Motín a bordo

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Un nuevo dolor de cabeza para el imperio. La primera vez que el nuevo ejército iraquí debe entrar en combate se niegan a hacerlo. En efecto, como ya hicieran en Afganistán,para no enfrascarse en el cuerpo a cuerpo, los americanos exigieron a un batallón iraquí que interviniera en Faluya. La respuesta de sus mando fue muy clara: «no nos alistamos para combatir iraquíes». A este interesante dato hay que unirle que se han producido alrededor de un 20% de deserciones o cambios de bando entre las nuevas fuerzas de seguridad entrenadas por el invasor, parece ser que motivadas por el levantamiento chií y por el desproporcionado uso de la fuerza de que han hecho gala los gringos contra la población civil.

Las recientes dimisiones en el seno del Consejo de Gobierno, e incluso la protesta que han efectuado tras los sucesos de Faluya ponen aún más difícil un desenlace feliz para los planes de los invasores que esperaban un camino de rosas en su dominio estratégico de la región y de sus reservas de crudo. Pero ¿qué esperaban? Si los integrantes del gobierno provisional aspiran a continuar tras unas supuestas elecciones libres en enero próximo no pueden volverse contra su propia población. Lo mismo sucede con el ejército: no debe ser visto como un cuerpo ilegítimo, represor y en manos de los norteamericanos.

Estas obviedades deben ser barajadas tanto por unos como por otros a la hora de planificar su estrategia de guerra y perpetuación en el poder. Si el enfrentamiento del Consejo de Gobierno y el ejército fuese frontal, EEUU no les dejaría rol alguno en el nuevo Irak que están diseñando a su medida. Pero esta posibilidad también los ata de pies y manos para operar en el país con la libertad —para masacrar— que a ellos les gustaría. Y las resistencias lo saben. De lo contrario, por ejemplo, podrían arrojar al gran Ayatollah Al Sistani en brazos de Al Sadr, lo que sería tanto como echar por tierra lo poco o mucho conseguido hasta la fecha.

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