Cada día me alegro más de que Aznar haya dejado de ser presidente del gobierno. Esa es la conclusión que he sacado después de oír algunos trozos de la comparecencia de ayer de Aznar en la comisión del 14M. El clima de crispación que este hombre imprimió a la vida del país ya es cosa del pasado. La época de la chulería, de la prepotencia, de la mentira, de la sordera, del paternalismo despótico… son parte de la historia negra de España.
A pesar de quedar claro que el atentado se cometió delante de las narices del gobierno, como resultado de una sucesión de errores de inteligencia reconocidos por todos los responsables —e incluso por Ánsar en sus memorias—, este señor no asumió ni una sola falla de previsión de los servicios de inteligencia, que ni siquiera se coscaron de nada tras los atentados de Casablanca contra intereses españoles. Claro que reconocerlo suponía poner en solfa toda la política exterior del gobierno, que se realizaba en contra de toda la opinión pública del país, y eso era algo que el orgulloso de José Mari no podía hacer bajo ningún concepto.
Pero, en vez de homenajear a las víctimas de los atentados, se dedicó a presentarse él como la víctima de una conspiración mundial en la que trabajaban juntos los etarras, los islamistas, el PSOE, la Guardia Civil, los servicios secretos españoles y marroquíes y hasta el mismísimo Tato. ¿Alguien se imagina a este interdisciplinar e interracial y multiconfesional comando liderado por Rubalcaba?. Pues esa es la perla más destacada del «claro» y «brillante» discurso interpretado por el ex-presidente ayer en el parlamento. Qué nivel!