
Los cimientos del mundo temblaron aquel miércoles 11 de marzo de 2020, cuando el director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus anunció, tras una reunión extraordinaria del organismo, que el Covid-19 dejaba de ser una epidemia para pasar a ser pandemia. Hoy, dos años después, con más de 400 millones de infectados y casi seis millones de muertos, según el recuento de la Universidad Johns Hopkins, es hora de hacer balance, sobre todo político, del desastre que aún seguimos enfrentando con distintas intensidades en nuestros países de origen.
La internacional ultraliberal se percató pronto de que corrían malos tiempos para su causa. De hecho, al inicio de la pandemia protagonizó una dura campaña propagandística para advertir de posibles impulsos estatizadores en el seno de las democracias burguesas más asentadas. Y es que incluso las adormecidas formaciones políticas socialdemócratas apostaron, clara y públicamente, por revertir los procesos de deslocalización industrial y de reducción del gasto sanitario por habitante implementados en los últimos decenios y, especialmente, tras la penúltima crisis capitalista que comenzó allá en 2008. Y no es solo eso, la puesta en marcha de los escudos sociales para asegurar los salarios de los trabajadores y trabajadoras públicos y privados y las inyecciones económicas para compensar al sector privado para que el tejido productivo se mantuviese hibernado hasta la vuelta a la normalidad postpandémica, sufragados invariablemente con deuda pública, era otra evidencia del fracaso capitalista, que debe acudir al estado una y otra vez para solventar sus problemas privados cuando las cosas vienen mal dadas.
Eran tiempos donde en la Vieja Europa era imposible comprar una mascarilla sanitaria en una farmacia o donde los socios de la Unión Europea se requisaban unos a otros cargamentos en tránsito de respiradores en los aeropuertos. Nadie se acordaba del lema de la UE, «Unida en la diversidad”, sustituida por el más prosaico sálvese quien pueda. Todos miraban a China, ya no sólo porque se la señaló como inicio de la pandemia, sino porque del lejano oriente podrían venir esos insumos sanitarios tan necesarios para detener la propagación de la enfermedad o disminuir la mortandad en los casos más graves.
Pero una cosa quedó bien clara desde aquellos inicios, el mercado no era una herramienta válida para enfrentar la crisis. Todo lo contrario, se mostraba especialmente inútil en un momento tan crucial para toda la Humanidad. Muchos entendieron que esa providencial mano invisible descrita por Adam Smith, lo era porque, simplemente, jamás existió más que en su imaginación. Ese era el verdadero origen del nerviosismo de las derechas y extremas derechas del mundo. Un pequeño microorganismo de alrededor de 0,1 micras había sido capaz de desnudar nada menos que al capitalismo y mostrar sus contradicciones.
A medida que la infección avanzaba se iban haciendo patentes las diferentes maneras de enfrentar la pandemia. El día que una caravana militar rusa atravesó parte de Italia cargada de personal y material sanitario, muchos pensaron que se había helado el infierno. Recibir a la brigada «Henry Reeve» de médicos cubanos en Turín a pesar de la oposición del gobierno de Roma, también fue un duro golpe al liberalismo mundial. Una vez más, Cuba daba lecciones de solidaridad a todo el mundo durante una emergencia como no se había vivido nunca antes en la historia reciente de la Humanidad.
Para colmo, en la República Popular de China, epicentro declarado de la enfermedad, los datos de afección dejaban permanentemente en ridículo a los países occidentales. La respuesta política y mediática a los guarismos chinos, invariablemente, fue dudar de la veracidad de los datos y evitar así las comparaciones, que siempre resultaban vergonzantes para los regímenes capitalistas. En estas primeras olas de la pandemia, la elección dicotómica era situar a las personas o a la economía en el centro de la acción política, aunque pocos liberales tenían la valentía de decir abiertamente lo que realmente pensaban y disfrazaban su accionar como un supuesto equilibrio entre ambos paradigmas. Los pocos que se atrevían a valorar lo que sucedía en China, centraban su éxito en el espíritu asiático de situar lo colectivo frente a lo individual o en la imposibilidad de repetir la experiencia en Occidente en regímenes «democráticos» donde la economía está en manos del sector privado.
El discurso de la carcundia fue virando progresivamente hacia tesis negacionistas. Lo del virus chino venía realmente bien en el contexto geopolítico en el que se movía Donald Trump, en plena guerra comercial con el gigante asiático. Pero iban mucho más allá. Su máximo propagandista, Steve Bannon, difundía bulos sobre el Covid-19 como arma militar china escapada de laboratorios secretos para acabar con occidente. Esa era la vertiente geopolítica. En la esfera doméstica, los esfuerzos eran bien distintos: había que minimizar los efectos de la enfermedad para minimizar, a su vez, la derrota del capitalismo. De ahí que se opusiesen al uso de las mascarillas o que dijesen curar la enfermedad con unas pocas gotas de lejía. En ocasiones, algunos líderes de la derecha, mostraban su verdadero discurso: ¡qué más dan unos pocos viejos menos si lo que hay que salvar es la economía!, pero lo normal es que lo suavizasen convenientemente ante la opinión pública antes que demostrar su brutal y eugenésica ideología.
La celebración de la cumbre de Davos en 2021, proporcionó a la derecha y a la extrema derecha la munición geopolítica que necesitaba para mantener su postura cada vez más negacionista y conspiranoica, una vez agotada mediáticamente la pólvora acerca del origen de la pandemia. Sin embargo, la cuestión china sigue presente en los argumentarios de los ultraliberales, que no sueltan el bocado, en un intento de defender a la desesperada los restos de unilateralismo que aun subsisten a duras penas en la escena global. Como Xi Jinping fue invitado a la cumbre de «El Gran Reseteo», donde se trató de la finitud de los recursos del planeta y de planificar una salida ambientalmente sostenible a la crisis económica, infieren de ahí que China va a extender su modelo económico a todo el mundo, con la bendición de muchos líderes europeos y norteamericanos conservadores, supuestamente convertidos al marxismo por obra y gracia del SARS Cov2. No pueden ser más delirantes. Sin embargo, esta disparatada consigna es usada a diario por la ultraderecha de todo el mundo, desde España a Estados Unidos, desde Brasil a los Países Bajos, por miembros de Q-Anon y por algunos despistados altermundistas de izquierda…
Para colmo de males para el liberalismo, los países más progresistas de Nuestra América siguen dando ejemplo del éxito del buen gobierno con datos realmente espectaculares. Venezuela, Cuba o Nicaragua mostraban al mundo un camino del que no querían oír ni al norte ni al sur. Mientras observábamos atónitos las fosas comunes en Estados Unidos o Brasil o los cadáveres quemándose en las calles de Quito, los incontestables datos avalaban una exitosa gestión de la pandemia en medio de una exitosa gestión del país a pesar de embargos, bloqueos y terrorismo económico.
Si nos fijamos, por ejemplo, en datos de personas muertas por Covid-19, destaca sobremanera Nicaragua, con sólo 222 fallecidos; pero ni Venezuela ni Cuba se quedan muy atrás. La proeza cubana de desarrollar un pull de tres vacunas públicas operativas, algo que ni EEUU ni un solo país europeo ha sido capaz de emular, es un logro científico que sólo cabe calificar de heroico.
Si hablamos de población vacunada, las estadísticas son también esclarecedoras. Cuba ya tiene el 94% de su población con alguna dosis inoculada, Nicaragua el 80% y Venezuela el 77%. Si tenemos en cuenta situaciones como el secuestro de vacunas sufrido por Caracas en su intento de acceder al mecanismo Covax de distribución de vacunas, o la imposibilidad del acceso a jeringas en el mercado «libre» por parte de la isla caribeña, entenderemos cómo estas cifras son un éxito realmente impresionante. Baste si no compararlas con el porcentaje de población vacunada en Estados Unidos o la Unión Europea, donde no se sobrepasa el 75%.
Pero lo acontecido con la pandemia, lo que aún acontece, no es sino un reflejo de una forma de gobernar, de una forma de concebir la política desde abajo al servicio de las mayorías. No debemos desaprovechar la oportunidad que se nos brinda para sacar pecho ante una oportunidad histórica de esta naturaleza. La gestión global de esta crisis ha de servir para hacer ver al mundo que los estados que conservan su soberanía frente al poder de los mercados son más funcionales a su ciudadanía que aquellos que hacen dejación de funciones en pos de una mano invisible que ni está ni se la espera. Esa ventaja competitiva es un regalo que debemos brindar al mundo.
No es tarea fácil. Frente las dificultades que impone la dictadura de los medios de desinformación de masas que impera en el mundo, para que aflore la verdad, es necesario dar la batalla de las ideas con todos los medios a nuestro alcance en una doble vertiente. Por un lado, profundizando en la apuesta por medios de comunicación públicos, democráticos y libres de la tiranía del capital. La prensa libre de Occidente, la misma que se pone de ejemplo como consustancial a las democracias burguesas, es cualquier cosa menos independiente. Es extremadamente dependiente de la composición de sus consejos de administración, plagado de fondos de inversión, multimillonarios y empresas de todo tipo. Ninguno de ellas interesados en proporcionar información veraz, sino en mercadear con la información en su propio beneficio o en aumentar el reparto de dividendos a sus accionistas. Y nada más incompatible con el interés general que una junta general de accionistas.
En este sentido, es donde la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad (REDH) puede jugar un papel crucial. Su presencia internacional, formada por un nutrido grupo de personas de prestigio, influyentes, formadoras de opinión y comprometidas con “la necesidad de construir una barrera de resistencia frente a la dominación mundial” imperialista, es un batallón de auténtico lujo para afrontar la necesaria batalla de las ideas como punta de lanza que nos lleve a alumbrar definitivamente un mundo multipolar que permita la libre organización y expresión de los pueblos. Un mundo donde se respete por encima de todo la soberanía nacional emanada del poder popular, expresado mediante mecanismos de democracia participativa que abarquen todo el ámbito de la esfera pública, sin lugares oscuros donde no llega nunca la luz de la democracia. Un mundo en el que se respete el derecho de cada país a “escoger democráticamente su modelo de desarrollo” propio, donde no se ejerza la fuerza para la imposición de sistemas económicos ajenos que impidan la implementación de políticas de buen gobierno al servicio de las personas, de la vida y de la Humanidad.
Esa es la tarea histórica a la que Fidel y Chávez nos emplazaron y en la que se han alistado miles de personas de alrededor de medio centenar de países de todo el planeta. La Defensa de la Humanidad es nuestra misión histórica. El liberalismo está en crisis sistémica, el unilateralismo se tambalea, la opinión pública ha sentido en sus carnes durante esta pandemia que sólo el pueblo salva al pueblo y que la socialización de las pérdidas del capital es una aberración injustificable e inhumana. Es hora de propinar el tiro de gracia al capitalismo. Aquí estará la Red, prietas las filas, rodilla en tierra, para colaborar en el alumbramiento de un nuevo mundo que siempre fue posible.
Juanlu González
Capítulo Estado español REDH