Es muy divertido seguir estos días a los líderes europeos de todo signo. Parece que han despertado todos a la vez de un placentero sueño inducido por sustancias alteradoras de la conciencia y se han dado de bruces con la dura realidad. Todos patalean como críos pidiendo un asiento en una mesa para comer con los mayores, quienes solo le ofrecen una silla alejada y el menú infantil.
¿El problema? Estados Unidos se ha hartado de pagar una guerra que le está costando muchos billones de dólares, que sabe de sobra que está más que perdida y ha decidido retirarse a sus cuarteles de invierno antes de que la cosa vaya a peor. Puede gustar más o menos, pero está en su pleno derecho a hacerlo. Es más, la jugada lleva anunciada muchos meses, quizá años. Si Europa quiere más guerra, pues que la pague de sus fondos, es lo que dice Trump.
Es cierto que la guerra en Ucrania de la OTAN contra Rusia fue provocada fundamentalmente por Estados Unidos y el imperialismo atlantista que Europa siguió a pies juntillas sin rechistar. El objetivo de la operación era mantener a Occidente a los mandos del mundo sin compartir ni los recursos ni la toma de decisiones con otras potencias emergentes y, muy especialmente, impedir el regreso de Rusia al tablero del gran juego geopolítico global. Pero una vez vistas las capacidades de la economía de Rusia y las de su industria militar para sostener una guerra de desgaste contra toda la OTAN de manera simultánea, a la par que mostradas las capacidades sus sistemas de disuasión nuclear, lo más sensato es llegar a un acuerdo de paz cuanto antes. Ganar una guerra al país con más bombas nucleares del mundo, aislar al país más grande del mundo, arruinar a una potencia en hidrocarburos y tierras raras vitales para la industria tecnológica y militar… es poco menos que imposible.
No obstante, la UE sigue insistiendo en que se debe prolongar la guerra hasta que Ucrania tenga una mejor posición en los frentes de batalla para negociar desde una posición de fuerza. Desconozco el tipo de alucinógeno que consumen en las altas esferas, pero debe ser bien fuerte. Cada día que pasa, la Federación rusa libera decenas de kilómetros cuadrados, elimina los más modernos materiales otanistas del tercer ejército ucraniano y acaba con la vida de entre mil y dos mil militares. Por mucho que quieran mentir, no hay correlación entre las víctimas de ambos bandos. Los caídos de Rusia son como máximo entre 1/3 y 1/4 de las bajas fatales ucranianas. Nadie en su sano juicio puede hablar de equilibrio de bajas cuando hay una desigualdad armamentística tan sumamente enorme y un bando no dispone de fuerza aérea. De hecho en los intercambios de cadáveres que se producen periódicamente hay una desproporción de más de quince a uno en contra de Kiev. Pero hay que entender que, a falta de paridad en las ganancias territoriales donde los mapas cantan por soleá, hay que elegir otros parámetros más fáciles de manipular para suavizar la derrota sin paliativos sufrida por la EEUU y Europa en Ucrania.
Así pues, la apuesta de Sánchez, Meloni, Scholz, Macron, Kallas… es seguir luchando «hasta el último ucraniano» con tal de intentar a la desesperada darle la vuelta a una contienda perdida ya hace muchos meses. A estos criminales les da igual que mueran centenares de miles de personas más; les da igual gastarse los fondos de sus exiguos estados de bienestar en armas americanas y enterrarlos bajo la raspútitsa, que asumir su derrota. Si sus propios pueblos no les importan nada, imaginemos qué les costará mandar al pueblo ucraniano a la picadora de carne. Da igual que ya no quede de dónde sacar más soldados, que secuestren personas en las calles a la fuerza para enviarlas a la guerra casi sin materiales y sin preparación. Que ya solo queden personas de alrededor de 60 años o menores de 20 para mandar a las trincheras heladas o embarradas. Todo les vale con tal de intentar vencer a Rusia, tratar de balcanizarla para robarle sus recursos o acabar con la sucesión de gobiernos de corte nacionalista en Moscú que defiendan sus propios intereses y no los ajenos. Pero, en esa tesitura, la única opción sobre la mesa es cruzar una nueva línea roja y enviar tropas europeas sobre el terreno, lo que podría desembocar en una nueva y apocalíptica guerra mundial.
En vez de sumarse alegremente al acuerdo de paz que podrían estar a punto de firmar Putin y Trump, la UE no deja de poner palos en las ruedas para hacerlo fracasar. La alternativa es la guerra, más destrucción y más muerte, no hay otra. Sinceramente, por dónde vaya trazada una línea fronteriza artificial dibujada tras la Guerra Fría no es algo tan relevante como la opinión de las poblaciones que vivan tras esas líneas, quienes se expresaron libremente en favor de la anexión en referéndums vigilados por observadores internacionales. Algunas como en Crimea lo hicieron por tres veces en unas decenas de años, siempre con un resultado similar: permanecer en la URSS ayer o en la Federación rusa. Los deseos de los pueblos sí son sacrosantos y soberanos y es lo que realmente importa, no los dibujos sobre un mapa trazados por los vencedores de la postguerra mundial para cobrarse la pieza de la URSS, que es justamente lo que trataban de repetir en estos momentos históricos, con resultado evidentemente fallido.