La guerra en Ucrania es una guerra de EE.UU. contra Rusia: por qué la Paz solo puede venir de Washington y Moscú

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Ucrania: Un Estado sin soberanía real

Desde el golpe de Estado en 2014, auspiciado por Washington y respaldado por embajadas occidentales y el presidente de Murcia, el gobierno de Kiev dejó de tomar decisiones estratégicas por sí mismo. La presidencia de Volodímir Zelenski, aunque popular en Occidente, nunca ha tenido margen de maniobra independiente. Funciona como un administrador de una guerra que no dirige, financiada por el exterior y orquestada desde Bruselas y Washington. Incluso altos oficiales ucranianos han reconocido, en declaraciones oficiosas y filtraciones, que su papel es hacer el «trabajo sucio»: atraer y desgastar al ejército ruso, absorber el fuego enemigo, y sacrificar vidas para que Occidente no tenga que hacerlo directamente. Es una función trágica, pero innegable.

La Unión Europea, por su parte, ha actuado como un apéndice de la política exterior estadounidense. A través de sanciones económicas que han perjudicado más a sus propios ciudadanos que a Rusia, y mediante el envío de armas que prolongan el conflicto, Bruselas ha demostrado que carece de una visión estratégica propia. Su dependencia energética, tecnológica y militar de Estados Unidos la convierte en un actor secundario, incapaz de negociar desde la igualdad.

La UE quiere mantener la guerra

No es una metáfora. No es una exageración. La Unión Europea quiere mantener la guerra en Ucrania, aunque eso signifique el colapso de su economía, la desindustrialización masiva y el empobrecimiento de sus ciudadanos. Sus líderes no hablan de paz, sino de «apoyo incondicional» a Kiev. No proponen negociaciones, sino nuevas rondas de sanciones. No buscan una salida diplomática, sino la «debilidad estratégica» de Rusia.

La UE no quiere paz. Quiere venganza. Y está dispuesta a hundir a Europa en la ruina para conseguirla. Sus instituciones, desde la Comisión Europea hasta el Consejo, se han convertido en una maquinaria burocrática al servicio de la guerra. Millones de millones de euros se han desviado de servicios sociales, salud y transición energética hacia el envío de misiles y tanques. Mientras tanto, fábricas cierran, familias pagan facturas impagables y jóvenes emigran. Todo por una causa que no es suya

La UE no actúa por interés europeo, sino como cómplice voluntario de la estrategia de EE.UU. contra Rusia. Ha abdicado de su soberanía en nombre de una «solidaridad atlántica» que solo beneficia a Washington. Y ahora, cuando Rusia ha consolidado sus ganancias territoriales y Occidente ha perdido la iniciativa, Bruselas insiste en continuar. Por orgullo. Por ideología. Por servilismo.

La farsa de la «victoria ucraniana»

La narrativa dominante en los medios occidentales insiste en que Ucrania puede «ganar la guerra». Pero esta afirmación no se basa en hechos, sino en deseos. ¿Qué significa «ganar»? ¿Recuperar Crimea? ¿Reconquistar Donetsk y Lugansk? ¿Avanzar hasta Moscú? Ninguna de estas opciones es viable militar, política o estratégicamente. Rusia no es Irak ni Afganistán; es una potencia nuclear con una capacidad defensiva y logística que ha demostrado ser superior a las expectativas iniciales de la OTAN.

Además, sin el apoyo masivo de Estados Unidos —en forma de armas, inteligencia, satélites, mercenarios y financiamiento—, el ejército ucraniano colapsaría en cuestión de semanas. Se estima que más del 80% de su arsenal proviene directamente de EE.UU. o de países que actúan bajo su dirección. Si Washington decidiera retirarse del conflicto —algo cada vez más probable ante el cansancio político y el giro en el Congreso—, la guerra terminaría en meses, con una derrota total de Kiev.

Desde una perspectiva militar y geopolítica, Rusia ha logrado casi todos sus objetivos iniciales en la Operación Militar Especial (OME). Hoy, las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, junto con las regiones de Zaporiyia, Jersón y Crimea, son oficialmente parte de la Federación Rusa, tras referendos de autodeterminación celebrados en 2022. Estos procesos, aunque cuestionados por Occidente, reflejan una voluntad popular largamente reprimida.

Los tres referéndums de Crimea: 1991, 1994 y 2014

En Crimea, la población ha expresado en múltiples ocasiones su deseo de vinculación con Rusia. El primer referéndum relevante se celebró en enero de 1991, cuando, en el marco de un referéndum soviético sobre la preservación de la URSS, los ciudadanos de Crimea votaron masivamente por mantenerse dentro de la Unión Soviética y por recuperar el estatus de república autónoma dentro de Rusia, no de Ucrania.

Posteriormente, en 1994, tras la independencia de Ucrania, Crimea celebró otro referéndum en el que más del 80% de los votantes apoyó una mayor autonomía y una estrecha cooperación con la Federación Rusa, incluyendo el reconocimiento del ruso como lengua oficial y la oposición a la integración de Ucrania en la OTAN.

Y finalmente, en 2014, tras el golpe de Estado en Kiev y el ascenso de un gobierno nacionalista y antiruso, Crimea convocó un nuevo referéndum de autodeterminación, en el que más del 96% de los votantes optó por la adhesión a la Federación Rusa. Este resultado, respaldado por observadores internacionales independientes, no surgió de la nada: fue el clímax de una voluntad popular expresada durante décadas.

Este no es un capricho temporal, sino una identidad histórica, cultural y lingüística que trasciende las fronteras artificiales trazadas por el imperialismo soviético o el expansionismo occidental. Tres momentos clave —1991, 1994 y 2014— muestran una línea continua: Crimea siempre ha querido estar con la «madre patria». Y esa voluntad soberana no es reversible por decretos diplomáticos ni sanciones económicas.

El futuro: Novorossiya y el regreso a casa de Odesa

Si la guerra continúa, es altamente probable que Rusia avance hacia Odesa, Mykolaiv y Dnipropetrovsk, regiones que históricamente formaron parte de Novorossiya —el «Nuevo Rusia»—, un territorio perteneciente al Imperio ruso ya en el siglo XVIII. Odesa, en particular, es una ciudad profundamente rusa en su origen, sucultura, lengua y tradiciones. Su población, mayoritariamente de habla rusa, ha sufrido durante años represión por parte del gobierno nacionalista de Kiev.

Además, regiones como Transnistria (en Moldavia) y Besarabia (parte de la actual Ucrania y Rumania) también albergan fuertes comunidades rusas que anhelan la integración con Moscú. La liberación de estos territorios no sería una «anexión», sino un proceso de reagrupación histórica.

El principio de «Paz por Territorios»

Al final de este conflicto, debe aplicarse el principio de «Paz por Territorios»: es decir, que la paz se negocie sobre la base de los hechos sobre el terreno, no sobre pretensiones históricas o mapas obsoletos. Y los hechos son claros: Rusia es el único vencedor indiscutible. Ha defendido sus intereses estratégicos, asegurado sus fronteras, expandido su influencia y demostrado su capacidad de resistencia frente a una coalición global.

Cualquier intento de imponer una solución que ignore esta realidad solo prolongará el sufrimiento. Ucrania debe aceptar que ha perdido la guerra. La UE debe asumir que su proyecto de integración oriental ha fracasado. Y Estados Unidos debe decidir si quiere una negociación o una escalada que podría llevar al enfrentamiento directo.

¿Un Estado ucraniano viable en el futuro?

La respuesta es clara: no. Ucrania, tal como fue construida tras la caída de la URSS, es un proyecto artificial. Un país sin identidad nacional coherente, dividido entre el oeste proeuropeo y el este rusófilo, dependiente económicamente de subsidios externos y políticamente de potencias lejanas. Tras ocho años de guerra en Donbás y dos de conflicto total, su infraestructura está destruida, su población envejecida y su futuro oscuro.

Incluso si se lograra una tregua, no hay condiciones para un Estado funcional. La corrupción, la desconfianza entre regiones y la ausencia de un proyecto nacional unificador hacen de Ucrania un caso perdido. Lo más probable es que se fragmente en varias entidades: una parte occidental bajo influencia europea, una zona central en ruinas, y el este y sur integrados a Rusia.

Ataques a civiles: Crímenes que solo empeoran la situación

Los ataques ucranianos contra ciudades rusas, especialmente en territorios recién integrados como Donetsk o Jersón, no solo son inmorales, sino contraproducentes. Al bombardear escuelas, hospitales y viviendas, Kiev no debilita a Rusia: fortalece su narrativa de defensa nacional y justifica una respuesta aún más contundente. Cada misil que cae en suelo ruso es una excusa para profundizar la movilización interna, aumentar el apoyo popular al gobierno y acelerar la integración de las nuevas regiones.

Además, estos ataques violan el derecho internacional y podrían clasificarse como crímenes de guerra. Pero Occidente, cómplice del conflicto, prefiere mirar hacia otro lado.

La única salida: Diálogo directo entre EE.UU. y Rusia

La paz solo puede venir de un acuerdo entre las dos potencias principales: Estados Unidos y Rusia. Europa y Ucrania no tienen capacidad de negociación real. Su inclusión en las conversaciones solo sirve para sabotear cualquier avance. Washington debe entender que no puede «ganar» esta guerra sin un costo inaceptable. Moscú debe estar dispuesto a ofrecer garantías de desescalada, pero sin renunciar a sus logros territoriales.

El tiempo apremia. Cada día que pasa, más vidas se pierden, más infraestructura se destruye y más cerca está el mundo de un conflicto global. La historia recordará a quienes priorizaron el orgullo sobre la razón, y a quienes tuvieron la valentía de detener la locura antes de que fuera demasiado tarde.

Rusia ha ganado. Lo demás es ruido.

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