Hace un par de días me encontré con una de esas noticias que sobrecogen, se te quedan en la mente y te dejan mal cuerpo. Una mujer había sido lapidada en Afganistán por haber sido condenada por adulterio sin que nadie hiciera nada por evitarlo. Fue su marido quien tiró la primera piedra. Con el vecino adúltero, el affaire se solucionó con 100 latigazos, pero con Amina se ensañaron hasta la muerte en una ejecución para escarnio y aleccionamiento público. Así se las traen cuando de las inseguridades atávicas masculinas se trata.
Se me viene a la memoria una denuncia de un grupo feminista afgano que tildaba a los señores de la guerra que EEUU colocó en lugar del gobierno islamista como talibanes con menos barba. Parece que tenían toda la razón. Imagino que tras el salto a las rotativas de la noticia, Kharzai y los suyos habrán recibido más de una reprimenda a pesar de que los medios de manera más o menos unánime han tratado de exculparlo de lo sucedido. Pero aún en el caso de que sea sólo responsable por omisión, denota que la administración de títeres afganos formados o refinados en los EEUU únicamente controla Kabul y algunas de las ciudades más importantes del país que aún parece acoger a Osama Bin Laden y al Mullah Omar. Patético.
Como título de este post venía como anillo al dedo haberlo llamado Nuestros hijos de puta, en alusión a la famosa frase de Kissinger refiriéndose a algún sátrapa dictador latinoamericano pillado in fraganti, pero hablando de lo que hablamos, me parece una trampa del lenguaje y una falta de respeto más hacia las mujeres.
Juanlu González
28/4/05