He de reconocer que soy un admirador de Chomsky. Hace varios años lo invitamos para que acudiese a la marcha que anualmente organizamos contra la base americana de Rota, pieza clave en el dominio criminal que los Estados Unidos ejerce en todo Oriente Medio. Desgraciadamente, nos contestó diciendo que su agenda de viajes la tenía completa para casi un lustro completo, pero que a partir de una fecha concreta no tenía inconveniente en participar en nuestra romería anual. La verdad es que con esta antelación no solemos montar ninguna movida, por lo que desistimos de la idea de contar con la presencia de uno de los analistas más lúcidos de los avatares de la política internacional contemporánea.
Pero si hay algún aspecto donde Chomsky realmente destaca es en sus ensayos sobre los medios de comunicación, regidos por lo que el llama un modelo de propaganda dirigido a la fabricación del consenso necesario para apoyar decisiones y políticas gubernamentales de cualquier tipo. Recuerdo haber leído un episodio de un cara a cara de Noam Chomsky con Andrew Marr, un importante periodista político de la BBC, en el que este le increpaba diciéndole airado que si afirmaba que el se autocensuraba a la hora de ejercer su trabajo. La contestación fue bastante lapidaria: «Yo no digo que usted se autocensure, estoy seguro de que cree todo lo que dice, lo que yo digo es que, si usted creyera algo diferente, no estaría sentado donde está sentado». Esa es la tristeza de unos medios de comunicación en manos de las grandes corporaciones industriales e incluso militares como estamos viendo estos días en Francia. Son, parafraseando de nuevo al profesor, empresas que venden espacios publicitarios a otras empresas, donde se incluyen a los gobiernos manejados a su antojo por los grupos de presión que todos conocemos.
Chomsky es blanco de las iras más furibundas cuando habla de la grave desinformación que padecemos en esta época de la historia, conocida paradójicamente como era de la información. Pero el tiempo suele poner las cosas en su sitio. Hace poco más de un mes el New York Times se lamentaba de la cobertura informativa dada los días previos a la invasión de Irak. Pues bien, ahora le ha tocado el turno al conservador Washinton Post. Su corresponsal en el Pentágono, Thomas Ricks, ha afirmado que por aquel entonces las informaciones que ponían en duda las informaciones oficiales o bien se omitían, o bien se colocaban muy reducidas en las páginas pares interiores los domingos o los lunes.
Ciertamente han tardado en pedir disculpas, pero después del ridículo y la pérdida de credibilidad que han sufrido ante la opinión pública, es lo menos que podían hacer. A ver si algunos medios —y políticos— españoles van tomando buena nota.
Copyleft Juanlu González
La desgracia del mundo globalizado es que ha sido globalizado por un puñado de empresas y coorporaciones inescrupulosas que son los dueños y señores del 95% de los medios de comunjucación a nivel mundial. En estos medios no se informa de manera veraz y objetiva, se manipula, se tergiversa,se oculta, se crean matrices de laboratorios sucios, todo en función de la ganancia.
Los periodistas de stos medios no ganan un salario son tarifados para que digan lo que a la empresa le de la gana y favoerezca a sus intereses mezquinos y particulares.
Dejaron de ser periodistas poara convertrirse en bufones, PAYASOS DEL CIRCO IMPERIALISTA DE DOMINACIÓN MUNDIAL. «HOMBRES DE PAJA QUE USAN LA COLONIA Y EL HONOR PARA OCULTAR OSCURAS INTENCIONES,TIENEN DOBLE VIDA SON SICARIOS DEL MAL ENTRE SOS TIPOS Y YO HAY ALGO PERSONAL»