Finalmente y a pesar de las ansias ejemplificadoras que apuntaban a la condena a muerte por inyección letal para el único acusado de los atentados del 11S en los EEUU de Norteamérica, Zacarias Moussaoui ha sido condenado a cadena perpetua. La falta de pruebas que lo relacionaran con los atentados y el hecho determinante que estuviese detenido antes de la realización de los mismos, ha pesado como una losa en los deseos de políticos, fiscales, opinión pública e incluso —parece ser— en los del propio acusado, quien parecía desear en ocasiones convertirse en un mártir de la yihad antiamericana.
Pero lo que más puede sorprender tras cualquier intento de análisis sosegado y alejado del bombardeo de falsimedia es cómo sólo hay un detenido por los atentados más importantes de la historia de la humanidad y cuya participación en los mismos es mucho más que dudosa por no calificarla de inverosímil. El aparato militar más poderoso del mundo, que se ha llevado dos países enteros con excusas relacionadas con el 11S no ha logrado ni una sola evidencia de que Al Qaeda fuese la autora de la masacre. Las cien mil personas dedicadas a labores de inteligencia y espionaje tampoco han logrado resultados concretos para presentar ante los jueces incluso después de aprobar leyes que sonrojarían a estados totalitarios y que permiten hurgar en la vida de las personas hasta extremos desconocidos en cualquier democracia.
¿Nadie se pregunta por qué? Me consta que la mayoría de los familiares de las víctimas sí, pero rara vez su opinión alcanza las rotativas importantes. La mayoría de ellas no cree en la versión oficial de los hechos. Pero ¿qué hay de la opinión pública de occidente? ¿acaso ha perdido la facultad para el raciocinio? Es posible que incomode la actitud diaria de puesta en duda de la realidad que nos sirven por delante en bandeja de plata, de permanente alerta contra la manipulación. Claro, se está mejor en Matrix que en Zion (joer con los Wachowsky! 😉 ) pero ello no quiere decir que sea más real, sino más bien todo lo contrario.