Demo Versus Kratia

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Parece que estemos parados ante un semáforo en rojo que no está autorizado a recobrar el color de la esperanza, dijo o escribió Tomás Borge en una ocasión refiriéndose al peligroso impass en el que se encuentran las alternativas de cambio global al orden mundial establecido. Por esta razón y aprovechando un momento oportuno —la caída del telón—, el Imperio estrenó una nueva función escénica con más tintes de manifiesto propagandista que de rigurosa obra documental que es de lo que aparece disfrazada. Se titula El Fin de la Historia, su autor, Francis Fukuyama todavía consigue mantener innumerables representaciones simultáneas en los principales circos académicos de todo el planeta, invadidos por una pertinaz sequía de ideas que amenaza con desertizar aún más el monocorde paisaje del pensamiento contemporáneo.

El argumento de la obra no es otro que una encendida proclama sobre el supuesto fin del marxismo y el triunfo por siempre del capitalismo como forma de organización planetaria. Premisa errónea derivada del ombliguismo y la prepotencia de un ciudadano del norte que piensa que el mundo es ese tercio rico de ciudadanía que vive en las más vacía e insolidaria de las opulencias, armado hasta los dientes para que nadie ponga en duda sus conquistas aún en el caso de debérselas a flagrantes robos efectuados durante la época colonial u obtenidos actualmente con las políticas asesinas de guante blanco realizadas bajo el palio del Fondo Monetario Internacional, que no están trayendo como consecuencia sino el trasvase de ingentes cantidades de dinero del sur al norte de la manera más continua y vergonzante.

Cuando esas masas de desheredados reclamen abiertamente su parte del festín habrá que ir a una confrontación masiva o avanzar en la Historia renovando en Nuevo Orden Internacional, nuevo sólo en su fachada, pero con el savoir faire de los viejos tiempos del Bogart de Casablanca. Una cosa es bien cierta, nuestra aldea global no podrá soportar el impacto ambiental de la industrialización del Tercer Mundo, de la misma manera que tampoco existen recursos en el planeta como para ofrecer los niveles de consumo actuales a todos los que ahora no disfrutan de ellos.

Ya en los años sesenta, muchos políticos y militantes de izquierda e intelectuales progresistas pusieron nuestras propias esperanzas de cambio en lo que pudiera ocurrir en los países del sur. Cómo no mencionar los exacerbados internacionalismos de la juventud europea y norteamericana de aquellos años, la mitificación del Che Guevara o las campañas de solidaridad con los regímenes revolucionarios de América Latina. A veces ello no significaba sino una proyección externa de lo que deseábamos para nuestro entorno inmediato. Huida hacia delante que decían otros. Desesperanza, desilusión, decepción, agotamiento para algunos más.

Pero aquí también, poco a poco pero de manera continua, las máquinas democráticas no paran de chirriar. Para cualquier analista imparcial, la abstención, ganadora absoluta de la mayoría de las elecciones, debería ser un fenómeno tan preocupante como para replantear las bases de la democracia misma y de los sistemas de representación parlamentaria, que precisan de la abulia permanente de los ciudadanos y ciudadanas excepto en ese día de cada cuatro años en que, como hipnotizados por el encantador de serpientes, acudimos a depositar el voto creyéndonos libres y conscientes de ejercer un derecho sagrado e inalienable ganado a pulso tras años de lucha contra el Tirano.

Pero, ¿podrá seguir manteniéndose la farsa por mucho tiempo?. Si se nos impone la apatía y la abulia ¿podrá la política mantener el interés en las elecciones?. Decía Savater cuando la transición que “la política es el opio del pueblo”, que no servía sino para distraer la atención de los temas de verdad trascendentes y relevantes para el pueblo —derecho al trabajo, a la vivienda, a un medio ambiente sano, a una calidad de vida digna, etc.—. Los políticos están abocados a jugar una partida todos con la misma baraja de cartas, mezclando naipes raídos de tanto usarlos, ordenándolos y presentándolos de una u otra manera según se sea de un partido de izquierdas o de derechas. ¡Como si ello fuese hoy una diferencia sustancial dentro de una economía de mercado!

Analicemos unas elecciones “democráticas” dentro de un país como el nuestro denro de la esfera occidental:

• Se presentan dos candidatos con posibilidades de éxito, a veces tan sólo uno. Los programas básicamente coincidentes. No se ofrece nada nuevo. Es prácticamente imposible colar a un tercer partido en la pugna. Si ocurriese así, éste debería ser un auténtico calco de los anteriores y debería estar respaldado por una buena parte de la banca o por un lobby del mundo empresarial, que al fin y al cabo son los que financian las campañas. Posteriormente, veremos con qué se les resarce, si con leyes, exenciones o con adjudicaciones de obras y trabajos.

• Los medios de comunicación, controlados por el aparato del estado o por grandes empresas, escogen a su partido antes del comienzo mismo de la campaña e inician actos de promoción y propaganda. Entrevistas, ruedas de prensa, debates…

• La ley D´ont o sistemas electorales a varias vueltas, verdaderos azotes de las minorías impiden un reparto proporcional de los votos. Aquello de “una persona, un voto” sólo es así dependiendo de las circunstancias, hay votos que sí sirven y votos que se desechan y sólo se computan en las estadísticas. Puede ocurrir que un parlamentario o parlamentaria de un partido mayoritario se consigue con unos pocos cientos de votos, mientras que, con unas decenas de miles, un partido pequeño no consiga absolutamente ninguna representación.

• Los electores, los que todavía conservan la cualidad de asombrarse, están cada día más perplejos. Observan cómo los partidos conservadores parecen más de izquierda que los partidos tradicionalmente progresistas. En tiempos de relevo, el trasvase de cargos y militantes de unas formaciones a otras no hace sino embrollar más el panorama.

• Marcuse, en un célebre ensayo sobre el estado, escribió que “la libre elección de los amos no suprime a los amos ni a los esclavos”. Pero, ¿podemos de veras elegir a nuestros amos?. Sin duda esa es otra ilusión. Como mucho podemos elegir a los heraldos de los grandes señores, a aquellas personas que están en contacto con la divinidad y traducen sus deseos a los mortales ignorantes que desconocen cuestiones tan básicas como la razón de estado o el interés general. La democracia es únicamente la fachada social necesaria para mantener un orden económico. Cuando se habla, por ejemplo, de democratizar a un país latinoamericano desde fuera, lo único que se pretende es eliminar la participación interna en el control o dominio de los recursos naturales e industriales de ese país y el sometimiento del mismo a los designios del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o a sus grandes artífices: los lobbys del Imperio. Si ello ocurre, no importa que la población coma o deje de comer todos los días, si posee vivienda, acceso a la educación, a la sanidad o, en suma, a una vida digna. Con que la población adquiera formalmente el derecho al voto, nada más importa, hemos arreglado sus problemas.

• Una vez elegidos los representantes, por muy novedosas que fuesen las propuestas presentadas en campaña, hay que rendir pleitesía a los intereses de los financiadores y, sobre todo, habrá que estudiar el margen de maniobra que se posee para hacer política de acuerdo con las imposiciones de los dioses del Olimpo. Internacionalmente no hay nada que hacer, es el imperio quien dicta las normas que ni un bloque como el europeo se atreve siquiera a poner en duda. De fronteras hacia dentro, en un país como el nuestro hay que sopesar, en materia económica, la Política Agraria Común, los cupos para producciones agropecuarias, las imposiciones proteccionistas norteamericanas —que establece cupos, aranceles y subvenciones cuando lo cree conveniente—, las inversiones extranjeras, el Sistema Monetario Europeo y el papel asignado a la peseta en ese contexto, etc., etc. Obviamente el margen de maniobra es más estrecho de lo que parece a simple vista. Hemos llegado a un punto en que los políticos son meros gestores de un sistema totalmente cerrado, que manejan unos restos de dinero sobre los que realmente pueden decidir qué hacer con él. La Tecnocracia sustituye a la Democracia con el consentimiento de una población que permanece impasible en el mejor de los casos, llevando una vida entregada a ganar para consumir, o en el peor de los casos aguantando pobreza, paro o marginación en el Cuarto Mundo.

• Es aquí donde entra en funcionamiento la máquina de propaganda del Sistema: los medios de comunicación de masas. Amén de crearnos más y más necesidades para las que nos vemos obligados a trabajar toda la vida, la misión aleccionadora que ejercen es de vital importancia para el mantenimiento del statu quo. Nos presentan a las más grandes y atroces tiranías del planeta para contraponerlas a nuestra forma de organización. Es entonces cuando todos y todas pensaremos que la democracia es el menos malo de los sistemas posibles. En raras ocasiones nos muestran a qué son debidas esas tiranocracias y cuál es el papel de occidente en este tinglado del que somos los únicos culpables. Hoy es Somalia, mañana Etiopía, pasado mañana India, según modas o intereses. Es ahí cuando interiorizaremos que aquí, por lo menos se come, mal o bien. Pero tampoco se ahonda en las razones de esas hambrunas endémicas, consecuencia de políticas coloniales, de guerras de “baja intensidad” diseñadas para deshacerse de armamento desfasado, de ajustes fondomonetaristas obligados para lograr la adaptación a nuestro sistema económico internacional o a veces por la misma explotación pura, simple y directa de los recursos del país por potencias extanjeras. Con todo, aún subsisten algunas mentes rebeldes que no se sienten a gusto viendo la injusticia que los rodea y pueden soñar con la posibilidad de cambio. Las crudas imágenes de guerras, desórdenes y violencias con que nos regalan diariamente el almuerzo, les harán pensar en que todo cambio drástico es peligroso o, muchas veces, imposible.

Una vez adormecida la población hay que mantenerla en estado de nirvana —no en cuanto a necesidades materiales se refiere, obviamente—. Los tratamientos directos, morbosos e inmorales de los crímenes, los concursos en los que se ganan millones por decir cualquier tontería, la moda, el fútbol, los culebrones, la música enlatada, los juegos de azar… harán el resto.

Claro que todavía puede existir un poso de rebeldía supina que no quiere ser sometida a nada ni a nadie. Será convertida en ese toque de exotismo, de diferencia, de individualidad que el Sistema permite que exista para hacer creer que la libertad es un hecho constatado. No es sino una pieza más del control mental a que nos tienen sometidos sin posibilidad alguna de salida.

Mientras, los ejércitos se reorganizan en el viejo continente para construir otro telón de acero que divida la opulencia de la miseria más absoluta. La amenaza de occidente es ahora el flanco sur. Otro triste acto de la Historia no ha hecho sino comenzar.

Juan Luis González Pérez
Revista “La Fundación”, nº 2, Fundación Municipal de Cultura “José Luis Cano” Ayuntamiento de Algeciras

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