Tras el fin de la guerra fría y después, sobre todo, de la Guerra del Golfo, los líderes mundiales de occidente pronosticaron la llegada del “Nuevo Orden Mundial” donde las Naciones Unidas tendrían un papel relevante en la resolución de conflictos y disensiones entre los pueblos y países del orbe planetario. Sin embargo, sólo se trataba de una maniobra más para justificar la intervención multinacional y el aplastamiento del pueblo y el ejército iraquí en la “mas cobarde de las guerras”. Si algún bienintencionado ha creído por un momento en otra posibilidad, no cabe duda que tardará poco en desengañarse. Ahí tenemos todavía a los palestinos, ¿por qué no envían allá una fuerza multinacional para hacer cumplir las resoluciones de la ONU?. No hay nada nuevo bajo el sol. Asistimos a la consolidación brutal del papel de los EE.UU. en el contexto mundial, llámese como se quiera.
Fukuyama había denominado “El Fin de la Historia”, colocándoles preventivamente un signo de interrogación, a la universalización del liberalismo moderno y la supresión de toda alternativa como motor de progreso y cambio. Calificativos todos alusivos al gravísimo punto muerto en el que se encuentran todas las ideologías y sistemas, caídas a manos de la exaltación de lo material y el individualismo.
Esta analista, asesor del Departamento de Estado norteamericano, afirma que, bajo el capitalismo se han resuelto con creces las tensiones de la lucha de clases. El socialismo real ya no asusta a nadie. Y no le falta razón, aunque las clases siguen existiendo y entre ellas se abra un abismo cada vez mayor. Como opinaba Marcuse “la libre elección de los amos no suprime a los amos ni a los esclavos”.
El hijo menor del marxismo, la socialdemocracia, también ha fracasado en su intento de suavizar y humanizar de manera sustancial al liberalismo. Olof Palme pagó con su vida su intento de llegar a una sociedad de pleno empleo neutral, solidaria y redistributiva. En estos días, los suecos se hallan inmersos en un proceso de acercamiento al capitalismo más salvaje mediante la reducción de impuestos y la disminución progresiva de la presencia del estado en la vida de la ciudadanía.
El último bastión de la socialdemocracia más pura está en aras de desaparición. El capital no puede permitir que todos los trabajadores tengan asegurado su puesto de trabajo. Ello, según la ley de la oferta y la demanda, supondría pagar importantes salarios y la mejora continua de las condiciones de vida y trabajo de los obreros, con las reducciones de la plusvalía empresarial. Y es obvio que la empresa necesita ingentes masas de desempleados para pujar a la baja por su fuerza de trabajo. El pleno empleo en una sociedad liberal es, por tanto, una falacia. A la socialdemocracia le resta muy poco margen de maniobra dentro del capitalismo.
Todo indica que no hay salida posible, la Historia parece que muere de veras. Sin embargo, en su célebre y polémico ensayo, Fukuyama prestó poca atención a los movimientos verdes occidentales, a los nacionalismos y, principalmente, al Tercer Mundo como posibles motores de la Historia. Y esa importancia es la que sí le dan los ejércitos del norte a tenor de los planes de reforzamiento del flanco sur de la OTAN. La amenaza viene del sur, dicen ahora los estrategas. El Mediterráneo, más que nunca, es frontera de desigualdad, de injusticia y explotación. Gracia, Turquía, Italia y, cómo no, España planifican el reforzamiento de sus defensas ante la bomba demográfica de relojería del Magreb.
El Plan Estratégico Conjunto, herramienta clave para la planificación de defensa del Estado Español, habla de la amenaza norteafricana a toda la OTAN y de la necesidad de una redefinición defensiva del sur de la Alianza por causa de la inestabilidad del Magreb.
Ello, los gerifaltes de la política y de la guerra en el mundo, saben muy bien que es su misión defender a sangre y fuego, si es preciso, el bienestar de occidente, conseguido en gran parte con la explotación de las riquezas del sur, robadas literalmente de las manos de sus legítimos dueños que mueren de hambre, enfermedades, miseria y guerras, mientras que aquí se paga por dejar de cultivar la tierra o se destruyen toneladas de alimento para evitar que su precio caiga en los mercados.
Las corrientes revolucionarias nacionalizadoras del Tercer Mundo son actualmente denominados “nuevos desafíos”. Hay que lograr a toda costa la protección de nuestras materias primas, apelativo con el que George Kennan, artífice de la política norteamericana en Centro y Sudamérica, aludía a las riquezas naturales de Latinoamérica.
Cuando triunfa una corriente revolucionaria en un país del sur hay que aplastarlo, y si ello no es posible, asfixiarlo. Si como muestra vale un botón, ahí están los casos de Cuba, Nicaragua, Granada o Laos, estados todos insignificantes como “amenaza a la seguridad norteamericana” como pretendían hacernos creer, pero sí muy importantes por su efecto de demostración y ejemplo que pudieran suscitar para las naciones vecinas, las cuales podrían verse animadas a adoptar modelos de desarrollo económico al servicio de sus poblaciones y no a los intereses del Gran Norte. “Lo que brilla con luz propia nadie lo puede apagar —dice una conocida canción de la trova— su brillo puede alcanzar la oscuridad de otras costas”. ¿Por qué si no se produjo en Laos uno de los bombardeos más salvajes de la historia contra una población que nunca había visto ni siquiera un avión?. Simplemente porque era un pueblo campesino que emprendía una reforma agraria más o menos democrática con claras mejoras sanitarias y educativas que empezaba a dar sus frutos. Mal ejemplo para los países vecinos, sumidos en el más absoluto de los subdesarrollos con la complicidad occidental y la de sus títeres, tiranos y corruptos gobernantes.
Puede aducirse que todo esto es pasado, pero como decía Ricardo de la Cierva “el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Nada va a cambiar en la esfera de lo económico que pueda suponer más justicia planetaria. Ahí están si no las páginas internacionales de los diarios.
Mientras tanto, analistas de pacotilla se deslumbran con la llegada de la uniformización del mundo a manos del imperio y pregonan a los cuatro vientos la llegada del Fin de la Historia. Tal y como le sucedió a Hegel cuando en 1806 Napoleón y su revolución derrotaron a la monarquía prusiana y se “universalizaron” los principios aquellos tan lejanos de “Liberté, egalité, fraternité”.
Juan Luis González Pérez
Publicado en la revista “Alimoche” nº4. 1/10/91
Publicado en Europa Sur el 24 de mayo de 1991
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