El Golfo y la Energía Nuclear

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Son muchas las voces que en estos días se alzan a favor de la energía nuclear como forma de paliar la dependencia del estado español frente a conflictos político-económicos procedentes de la siempre inestable área del Oriente Medio, que puedan desembocar en cambios bruscos de los precios del petróleo. Baste recordar a este respecto la guerra árabe-israelí que provocó la crisis energética de 1973 o el triunfo del fundamentalismo en Irán a finales de aquella nefasta década de los 70, de la que hasta hace apenas unos años no se ha podido recuperar el mundo occidental.

La mayor parte de los voceros pronucleares proceden del ámbito de la derecha o de las neutrales cúpulas tecnocráticas. Tal es el caso del nuevo presidente del Club de Roma, quien además de usar el affaire del Golfo Pérsico, arguye razones de índole ecológica para justificar la necesidad del cambio en los sistemas de producción de energía eléctrica procedente de combustibles fósiles —causantes en buena parte del efecto invernadero—, por otra supuestamente menos contaminante y peligrosa: la energía nuclear.

Desechando la pronta aplicación de la revolucionaria fisión nuclear en frío, la cual sólo será posible desarrollar a finales del siglo XX o a principios del XXI según los cálculos más optimistas, todo occidente está de acuerdo en que es necesario buscar fuentes alternativas de energía. Precisamente ahora es el momento más adecuado para ello, dado el incremento desorbitado de los precios del crudo y la posibilidad de que la escalada ascendente continúe durante meses hasta la resolución definitiva del conflicto que enfrenta a Irak con la mayoría de los países del Primer Mundo y con algunos de los aspirantes a formar parte en los próximos años del club de los privilegiados.

Pero la adopción masiva de la energía nuclear, además de no solucionar los problemas de dependencia exterior, no haría sino agravar determinados déficit ambientales que afectan a la calidad de vida del ciudadano medio, una de las más ansiadas conquistas de nuestra civilización alcanzado ya en mayor o menor medida un cierto estado de bienestar.

En cuanto a la disminución de las causas que provocan el efecto invernadero, es necesario puntualizar que el CO2 proveniente de la quema de combustibles fósiles sólo es responsable de una pequeña parte del recalentamiento global del planeta que en estos momentos ya se está haciendo notar. El mencionado fenómeno no es tan fácil como quieren hacernos ver. Presenta, por el contrario, un origen múltiple derivado de problemas de deforestación, desertización, de las emisiones de los CFCs de los sprays, del ozono troposférico procedente de la contaminación industrial y el tráfico rodado, de determinados gases emitidos por los millones de cabezas de ganado doméstico, etc.

Eliminar, de un plumazo, el CO2 producido por la quema de combustible de origen fósil para la producción de energía, sólo serviría para disminuir mínimamente los graves cambios que la actividad humana está infringiendo a los ciclos hidrológicos de la atmósfera aumentando, por otra parte, la posibilidad de que un nuevo Chernobyl pudiera repetirse.

La propuesta del movimiento ecologista ante la nueva situación creada por el conflicto del Golfo es muy diferente a la explicitada tanto por el Club de Roma, como por partidos y gobiernos conservadores y alguna que otra formación socialdemócrata. En primer lugar, apuesta por una política de ahorro energético. Las sociedades industriales avanzadas fueron las que con este tipo de estrategias lograron en parte hacer bajar el precio del petróleo hasta límites insospechados.

Pasadas y superadas las crisis, hemos vuelto a entrar en una nueva etapa de despilfarro y consumo que ha abocado en un recalentamiento general de las economías occidentales que, de una forma o de otra, con Sadam o sin él, tenía que estallar para volver a reajustarse.

Por otro lado, es necesario seguir investigando, desarrollando y extendiendo el uso de las fuentes alternativas de energía como forma de descentralización del consumo frente a los grandes emporios eléctricos. Multitud de pueblos pequeños de zonas rurales vivían de su minicentral hidráulica hasta que fue comprada y desmantelada por una gran compañía del sector. Hoy ya es posible y técnicamente viable que, en determinadas zonas, una población pueda abastecerse de la energía eólica; o que núcleos de viviendas aisladas se nutran de grupos autónomos a base de energía solar y eólica…

Somos conscientes que las energía renovables no van a poder sustituir a medio plazo a las tradicionales, y menos aún con los actuales niveles de consumo y las previsiones futuras. No obstante, existen formas de disminuir los impactos ambientales de las centrales eléctricas no nucleares sobre las que hay que incidir mientras que se desarrollan a gran escala otras menos lesivas para el medio.

Lo que es inadmisible es la huida hacia adelante que significa la energía atómica. La tecnología es incapaz de mantener la seguridad de las centrales nucleares, que en caso de siniestro pueden llegar incluso a afectar a seres vivos situados a miles de kilómetros de distancia. Por si fuera poco, existen otros problemas irresolubles que las desaconsejan: los riesgos sanitarios de los trabajadores y la población cercana a la planta; los residuos que permanecen en activo duranlenios constituyendo auténticas bombas de relojería; las evidentes conexiones con el armamento nuclear; la inevitable, peligrosa y acuadiación que se integra en las cadenas alimentarias de los ecosistemas; y el permanente riesgo de provocar accidentes de pequeñas dimensiones como los ocurridos hasta ahora en el Estado Español —no obstante han revestido cierta importancia— o los catastróficos de Winscale, Harrisburg o Chernobyl.

Tampoco en el terreno económico las centrales nucleares se desenvuelven con soltura, pues producen un kilowatio hora casi el 20% más caro que el procedente del carbón, y ello sin tener en cuenta los gastos de desmantelamiento e inactividad de la central una v corto periodo de vida.

En suma, y aunque parezca inoportuno en la actual coyuntura, es necesario continuar con el parón nuclear iniciado en 1982, así como evitar que en la revisión del Plan Energético Nacional se revise tal posición —como parece que puede hacerse atendiendo a las declaraciones de algunos destacados dirigentes socialistas— y, llegando aún más lejos, abolir para siempre esta forma nefasta de producir energía. Para ello, el movimiento ecopacifista llevará a cabo próximamente una campaña a nivel nacional de recogida de firmas para presentar una Iniciativa Legislativa Popular ante el Congreso de los Diputados mediante una propuesta de ley relativa al cierre de las centrales nucleares.

Juan Luis González Pérez
Publicado en la Tribuna Abierta de Europa Sur
14/10/90

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