Las noticias aparecidas en los últimos días acerca del espionaje británico a Kofi Annan y el de los Estadis Unidos a Hans Blix, ponen de manifiesto algo muy peligroso aunque ya sabido: la desconfianza que las grandes potencias tienen de las instituciones internacionales. A pesar de estar totalmente controladas por las superpotencias, el resquicio de funcionamiento democrático que tienen que mantener para que no pierdan la poca credibilidad que les resta ante la opinión pública mundial, las convierte en incómodas en contadas situaciones. Si además la idea preconcebida era saltarse cualquier limitación derivadas de la inexistencia de unanimidad en el Consejo de Seguridad de la ONU, la cosa se complica.
Esa es la razón por la cual los enemigos de los invasores, más que el paupérrimo estado iraquí —al que invadieron porque sabían que no poseía armas para defenderse—, eran las opiniones del presidente de la ONU y las averiguaciones del jefe de los inspectores. Es necesario recordar que la invasión se aceleró cuando más cerca se estaba de concluir que Irak no poseía ADM. En ese momento, Blix pedía sólo un mes más para concluir su ansiado informe, pero como los resultados no iban a ser los deseados, la máquina militar se dedicó a tapar cualquier resquicio de salida negociada o acorde con el derecho internacional. En este escenario, debían ser retiradas inmediatamente las sanciones que tanto daño y dolor causaron a la población y permitiría a Irak renacer de sus cenizas con la estructura de un estado más o menos intacta. Tal posibilidad debía ser literalmente volada bajo las bombas de los B52. Y eso fue lo que hicieron. Para robar el petróleo iraquí y facilitarle a Israel su sangriento dominio en Oriente debían impedir que Naciones Unidas y sus inspectores pudieran atraer a más países a la causa de la solución negociada a la crisis creada artificialmente por los norteamericanos. No olvidemos que Irak había sellado la paz con sus vecinos y no presentaba una amenaza para nadie, contra lo que nos hicieron ver con el despliegue mediático que lanzaron antes, durante y después de la guerra, y que todavía perdura.