El certificado de defunción del Ejército Libre Sirio se emitió el día en que su líder, el coronel Selim Idriss huyó a Qatar tras la toma de sus bases militares en el norte de Siria por yihadistas del Frente Islámico apoyados por Arabia Saudí. Occidente se escandalizó al conocer que sus armas habían pasado a manos de terroristas de la órbita de al Qaeda y decidió suspender la ayuda —la no letal, en principio— a lo que quedaba de su engendro paramilitar. Pero no era nada nuevo, hemos visto a líderes terroristas alojados en tiendas de la USAID, el organismo de cooperación internacional de Estados Unidos y no nos son ajenas las denuncias de que las armas enviadas a la oposición «buena» contra el presidente al Assad acababan en manos, tanto de los grupos de al Qaeda, como incluso de Hezbollah. Durante años hemos tratado de mostrar cómo los vasos comunicantes entre los distintos grupos de la oposición, a pesar de los múltiples vaivenes, alianzas y desavenencias sufridas, han sido continuos y permanentes en el tiempo que dura la larga agresión internacional contra Siria.
Nunca hubo opositores buenos y malos, siempre fueron lo mismo. Estados Unidos trató de diferenciarlos para justificar que su apoyo militar y logístico sólo se dirigía a rebeldes legítimos con caché democrático, pero sólo era una ilusión mesdiática. Los acuerdos de supuestos laicos con milicianos terroristas han sido puestos de manifiesto en multitud de ocasiones, incluso están grabados en vídeo como sucedió hace alrededor de medio año en Aleppo. Sin embargo, en los últimos meses, el invento organizado por la OTAN entró en franca descomposición. Al Qaeda le ha ido disputando con evidente éxito las tierras «liberadas» hasta el punto de que los ha situado al borde la de extinción misma. El momento más surrealista en todo este sainete aconteció en el momento en que el ESL se ofreció a aliarse con los ejércitos regulares sirios de Assad para enfrentar juntos a los yihadistas. Muy mal debían pintar las cosas para pedir una alianza con el enemigo al que juró destruir y que es el motivo único de toda su existencia.
Hoy conocemos por la prensa que, desde los restos del propio ESL se culpa a Idriss de corrupción por venta en el mercado negro de las armas entregadas por occidente —con el inestimable apoyo de Turquía y Qatar, principalmente—, a uno y otro bando. Es obvio que quieren reconciliarse con sus patronos, recuperar su favor y ser destinatarios de más contingentes de armas, suministros y milicianos. Sin embargo, es posible que ya sea tarde para ellos. Informaciones apuntan a que Estados Unidos quiere apadrinar al recién surgido Frente Islámico en sustitución de sus antiguos peones. Aunque estén convencidos de que, tal como están las cosas, es imposible una victoria militar, necesitan al menos un representante sobre el terreno en Ginebra que pueda ejercer algo de presión en las negociaciones. Ya han admitido a la fuerza que Assad tendrá un papel relevante en el futuro gobierno y así se lo han hecho saber a los aliados, pero necesitarán ponerle músculo al chiringuito político que montó la Clinton. Y es que, de lo contrario, no tendrán a nadie que pueda sentarse a la mesa de negociación. Lo malo es que, por de pronto, parece que han recibido una negativa por respuesta, aunque es cierto que puede pasar cualquier cosa en los días venideros, no pueden permitir una victoria total de Assad, por mucho que opinen ahora que él es ahora la solución menos mala de cuantas son posibles en Siria.
Que el ESL se ofreciera a aliarse con el gobierno para enfrentarse a los yihadistas me deja boquiabierto.
Ahora que los terroristas están perdiendo terreno, el Gobierno sirio debe hacer todo los posible para evitar un más que probable atentado que acabe con la vida de Al Assad.