De dioxinas, búfalas y seguridad alimentaria

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Incineración

Recuerdo hace años que el gobierno gibraltareño me invitó a conocer la nueva incineradora que estaba a punto de inaugurar. Habíamos protagonizado una fuerte campaña de oposición a la instalación de la planta y querían convencernos de sus bondades, entre otras cosas porque necesitaban la basura de parte del Campo de Gibraltar para que fuera medianamente rentable. Así las cosas, nos dirigimos a la roca una pequeña comitiva ecologista con ánimo de ser corteses y no rechazar una invitación al diálogo de nuestros vecinos británicos. En el control fronterizo, la policía se dio cuenta de que mi pasaporte estaba caducado pero cuando le comenté el motivo de mi misión, me dejaron pasar y me dieron todos los ánimos del mundo.

Una vez en la sede del gobierno, el primer ministro se disculpó porque no podía acompañarnos, pero nos prestó su chófer y su coche para desplazarnos hasta el lugar donde se encontraba la incineradora. Durante el paseo por la ciudad, era divertido observar cómo la gente nos saludaba efusivamente con la mano. Y es que, tras los cristales tintados de aquel coche de matrícula G00000, esperaban ver a Joe Bossano y no a un melenudo activista por el medio ambiente. Atendidos por un político –una especie de ministro de medio ambiente que en realidad era poco más que un concejalillo de una ciudad mediana– y un plantel de técnicos, visitamos la planta y todas sus instalaciones. Todo iba de maravilla hasta que les nombré la palabra mágica: DIOXINA, en ese momento dejaron de hablar castellano y en inglés se preguntaron si tenían forma de controlar las dioxinas que se producirían en el proceso de combustión con la esperanza de que no les entendiéramos. Como contestaron negativamente, ya en castellano se pusieron nerviosos, se enfadaron y dieron por concluido el encuentro. Sabían que era poco menos que imposible acabar con la emisión de ínfimas cantidades de este compuesto bioacumulativo y cancerígeno y que ese era uno de los talones de Aquiles de la  la incineración. 

Por eso cuando oí las noticias referidas a la contaminación de la mozzarella napolitana por dioxina, no pude más que recordar esta y otras batallitas sobre incineradoras para unir ambos temas. En algunos estudios en Centroeuropa se había encontrado el tóxico en la leche materna, ya que suelen ser las grasas los depósitos que concentran muchas sustancias que nuestro organismo es incapaz de eliminar. En un principio no se hablaba de incineración, sólo del depósito de basuras al aire libre, más tarde ya se habló de que en los vertederos incontrolados de Nápoles las basuras ardían permanentemente como verdaderas incineradoras. No es de extrañar lo sucedido, todo lo contrario, lo más normal es que en todas las zonas donde se incineren residuos, los niveles de dioxina y furano en la leche de vacas, cabras, búfalas o mujeres sean tan elevados que pongan en riesgo su salud y las de todos aquellos que las consuman. Ya nos iremos enterando. Es lo que sucede cuando el principio de precaución se obvia por intereses económicos o por falta de visión a medio plazo.

7 Comentarios

  1. Un abrazo.

    Tengo cerca de mi casa la incineradora de Valdemigomez ( 5 0 6 kilómetros ) y en su tiempo se montaron manifestaciones, pero ahí esta. Bueno, también tengo una deliciosa boina cubriendo mi cabeza y la de todas/os los madrileños. Seguramente lo más inteligente sea irse de Madrid porque no veo a la gente muy por la labor de no usar el coche o de moderar los residuos urbanos.

    Por cierto, te he dejado un mensaje y si me has mandado un correo, este sigue sin llegar a su destino. Veo que el proceso lo tienes muy avanzado.

  2. Si te he entendido bien, las incineradoras producen dioxinas al quemar los residuos que se desplazan por el aire de forma azarosa para acbar depositándose en cualquier lugar.
    Si es así, como dice MEzque, en mi barrio de vez en cuando huele a la quema de basura de la incineradora de Valdemingomez ¿Quiere eso decir que me pueden estar «lloviendo» dioxinas?

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