El voto del miedo

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Mucha gente en Europa y el mundo se pregunta cómo un garrulo con menos luces que un patinete y armado con un discurso político digno de cómic infantil, se ha convertido en el presidente más votado de la historia de Norteamérica. Los múltiples análisis que se están efectuando ya cuentan con un dato relevante: el perfil prototípico del votante republicano de estas elecciones. Se trata de un individuo que vive en los macroestados del interior, de la conocida como la América profunda. Evangelista, o sea, fundamentalista cristiano, de esos que piensan que el mundo se construyó en seis días con poco menos que una varita mágica, que no creen en la deriva de los continentes o en la evolución de las especies. Suele tener en casa un arma para la autodefensa frente a los malhechores que amenazan su privilegiado estatus o frente a los invasores comunistas e islamistas. Es creyente en los valores de la moral tradicional, de la familia clásica, por eso se opone al aborto, a las parejas de hecho o al matrimonio entre gays.

El lector se preguntará —con razón— si estoy queriendo llevar el razonamiento a la afirmación de que esos vaqueros y vaqueras no deben tener derecho al voto, o a si su voto tiene menos valor que el de las gentes de las urbes costeras, más letrada y cosmopolita. Nada más lejos de la realidad. Me interesa sobre todo poner de manifiesto el grado de maleabilidad que tienen esas mentes que se esconden bajo los sombreros. Porque también es de sobras conocido que el votante de Bush vive en el convencimiento de que su gran país y su gran presidente tiene la misión divina de expandir la democracia y acabar con el terrorismo islámico, y que eso es precisamente lo que están haciendo en Irak. Creen que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva y que daba refugio a al Qaeda amenazando a la seguridad de EEUU.

Si, como parece, esa ha sido la América que ha dado el triunfo a Bush, ha sido la victoria, no de la esperanza como osa decir Aznar en el Wall Street Journal, ha sido la victoria del miedo, de la manipulación, del engaño. Y es entonces cuando puede comenzarse a poner en duda la legitimidad de un proceso electoral y el bastardo papel de los medios de comunicación de masas en toda esta farsa disfrazada de democracia.

Copyleft Juanlu González
Bits RojiVerdes

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