
Que Nicaragua está siendo objeto de una campaña de desprestigio global dirigida por Estados Unidos, sus aliados y las grandes corporaciones mediáticas de todo el mundo, no es un secreto para nadie. Cualquiera que tenga ojos y un poco de sentido común puede verlo enseguida. Basta mirar la prensa de la derecha y la de la «izquierda» socialdemócrata para darse cuenta de ello. Hasta ahí todo normal, es lo mismo que sucede con Cuba, con Venezuela o con Bolivia desde hace mucho tiempo. De hecho, ocurre con cualquier gobierno que quiera poner sus recursos naturales y estratégicos a trabajar para su propia población y no para las oligarquías propias y el capital transnacional.
Es una constante muy repetida en la historia contemporánea. Como también que grupos de la izquierda real, de la izquierda alternativa o el anticapitalismo en general, se vuelvan aliados de estos gobiernos revolucionarios que, para el establishment, inmediatamente pasan a ser considerados «regímenes» y sus líderes demonizados y deshumanizados.
Sin embargo, el sandinismo sufre un doble acoso. Por un lado, el acoso de las fuerzas del imperialismo capitalista y, por otro, esto es quizá menos frecuente, el rechazo de parte de las izquierdas consideradas radicales o revolucionarias. No quiero caer en acusaciones fáciles acerca de la conveniencia de esta convergencia antinatural para con los intereses del liberalismo, pero sí que trataré de ahondar en el origen de la desafección y la inquina hacia los actuales líderes sandinistas que antaño fueron, por ellos mismos, sacralizados y entronizados. Por supuesto, tampoco voy a perder un minuto analizando la postura defendida por muchos trostkos, pues, como decía Fidel:
«si en un tiempo el trostkismo representó una posición errónea, pero una posición dentro del campo de las ideas políticas, el trostkismo pasó a convertirse en los años sucesivos en un vulgar instrumento del imperialismo y de la reacción».
Así que, en cualquier caso, me centraré especialmente en determinados sectores de la ortodoxia comunista internacional, de movimientos socialistas libertarios y del altermundismo en general.
Es innegable que la revolución sandinista de 1979 concitó una inmensa ola de solidaridad por el mundo. Brigadas de voluntarios y voluntarias se dirigieron allí desde todos los rincones del planeta para ayudar a la reconstrucción de un país y su tejido social, destrozado por años de dictadura. La posterior creación de la Contra y la subsiguiente guerra de agresión contra Nicaragua, organizada por los EEUU, con la colaboración de las oligarquías locales, consiguió revertir muchas de las conquistas sociales del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Decenas de miles de muertos, la destrucción de infraestructuras, el desvío de los esfuerzos del gobierno en contener a los mercenarios gringos y no poder seguir profundizando en la revolución, provocaron que la derecha cómplice de Estados Unidos ganase unas elecciones consideradas «democráticas», aunque realmente estaban totalmente amañadas desde su concepción misma.
La oposición tardó poco en desmontar la mayor parte de los logros del sandinismo, que permaneció organizado y activo como fuerza de oposición durante las tres legislaturas neoliberales. Cuando el pueblo se olvidó de la guerra y probó las mieles del capitalismo más salvaje, volvió a mirar mayoritariamente al FSLN como solución a sus problemas. Y así ha venido sucediendo hasta el día de hoy, en lo que podemos considerar una década prodigiosa de crecimiento, estabilidad y paz. Pero en 2018, el vecino del norte decidió que esta Nicaragua comenzaba a ser un peligro para toda la región como ejemplo extrapolable y decidió organizar un golpe suave, una revolución de color o como se la quiera llamar. Comenzó así una oleada de violencia y tierra quemada que acabó con la senda de crecimiento ininterrumpida desde la llegada de Ortega al poder y recuperada desde meses atrás. Como en Venezuela, Occidente y sus divisiones mediáticas culparon de cada muerte al gobierno cuando fue el sandinismo quien puso la mayoría de los mártires, mensaje que muchas personas compraron tal cual, en crudo, sin digerir ni contrastar debidamente. Ahí empezó la fase más dura de la campaña de propaganda contra la Nicaragua popular.
Quizá la génesis oculta de la revuelta tuvo mucho que ver la posibilidad de la construcción de un canal interoceánico por el río San Juan que podía acabar con el monopolio del Canal de Panamá, controlado por Estados Unidos. Cierto es que el movimiento ecologista internacional se había movilizado contra este proyecto de infraestructura, aunque había olvidado por completo los coetáneos y brutales impactos ambientales de la ampliación del canal de Panamá y la inundación de miles de hectáreas de pluvisilva virgen alrededor del lago Gatún. Lamentablemente, no es la primera vez que el imperio marca la agenda y las ONGs y movimientos sociales supuestamente de izquierdas bailan a su son.
También el movimiento feminista internacional se había opuesto al gobierno sandinista por su intención de no tocar el derecho al aborto, muy restringido desde que el presidente liberal Bolaños, en 2006, decidiera acabar con el aborto terapéutico, vigente en el país desde el siglo XIX. Las feministas burguesas apoyaron las guarimbas violentas de 2018. Sin embargo, esos mismos movimientos obviaban conscientemente que Nicaragua, de manos del sandinismo, había llegado a ser el quinto país más igualitario de todo el planeta, solo superado por algunos países nórdicos, según el Índice Global de Brecha de Género de 2020 del Foro Económico Mundial, muy por encima de otras naciones como Estados Unidos (53), un logro espectacular si tenemos en cuenta que Nicaragua antes de la vuelta del sandinismo al poder, en 2006, estaba en el puesto 62.
Pero ambos casos no justifican la animadversión que profesan algunos militantes de la izquierda revolucionaria hacia el sandinismo 2.0. Desde sus filas defienden que los dos movimientos sociales citados —feminista y ecologista— suelen estar bastante cooptados por la socialdemocracia, como para ser los causantes de su visión negativa sobre Nicaragua. En ocasiones forman incluso parte de las fuerzas de la reacción, como pudimos comprobar, por ejemplo, durante el golpe de estado de Bolivia. Sigamos pues adelante explorando otros caminos para comprender qué sucede con parte de la opinión pública de izquierdas.
Hay que reconocer que a muchos y muchas en Europa les ponen las revoluciones solo si son armadas. Cambiar las balas por las urnas no es glamuroso, ¿verdad?, más bien es algo propio de reformistas socialdemócratas descafeinados. La pregunta que se hacen es ¿cabe una revolución en una papeleta? Bueno… respondamos a la gallega ¿qué otra alternativa había? ¿querían que en 1990 el sandinismo no entregase el poder a Chamorro y se hubieran alzado en armas de nuevo? ¿No comprenden que la institucionalidad democrática en la que juega la derecha, no deja de ser un logro revolucionario que no consiguieron derribar. El pueblo nica ha dado libremente su respaldo mayoritario al proyecto sandinista en tres ocasiones diferentes y consecutivas ¿con qué derecho nos atrevemos a poner en duda su soberana decisión? Los datos, por ejemplo, de reducción de la pobreza reconocidos por el Banco Mundial o la CEPAL son lapidarios. Los avances sociales del sandinismo son inapelables y jamás hubieran sido protagonizados por los gobiernos de la derecha liberal centroamericana. Así lo reconocen ahora incluso algunos antiguos dirigentes militares de la Contra.
¿Podría ser ese el problema? Quizá estén molestos porque las políticas de reconciliación nacional han dados sus frutos y que las relaciones con la iglesia y parte de la oposición han llegado a normalizarse hasta desenvolverse en niveles de corrección aceptables. Yo, desde luego, no consideraría eso como una debilidad, sino como un activo. La estabilidad es necesaria y es parte de los grandes éxitos del sandinismo en estos últimos años. Pasear por las calles sin peligro, recibir a turistas, montar negocios o atraer inversiones es poco menos que imposible sin seguridad ciudadana y jurídica. Mantener un clima eterno de guerra es siempre contraproducente.
Nos quedan otros dos factores clave por sopesar. Por un lado, la opinión de antiguos sandinistas que hoy no militan en las filas del Frente y las acciones en el plano personal de Daniel Ortega y Rosario Murillo. En cuanto a la primera de ellas, por mucho predicamento que tuviesen fuera del país, la «disidencia» sandinista jamás ha sido tomada en consideración por el pueblo nicaragüense, por algo sería. Su techo, yendo en coalición con otras fuerzas políticas, apenas superó el 5%.
Algunos de ellos se pasaron a las filas gringas sin ningún tipo de disimulo, por lo que no merecen respeto alguno para las gentes de la izquierda. Otros, como el fueron más cautelosos en su deserción y gozaron de gran publicidad fuera del país, como sucedió conel Movimiento de Renovación Sandinista (MRS), que se usó como ariete contra el sandinismo, al presentarse como los verdaderos guardianes de las esencias de la revolución, cosa que creyó más de un incauto en las izquierdas. Creado en los 90 tras la derrota electoral contra la UNO de Violeta Chamorro, por compañeros del Frente que habían quedado fuera del poder orgánico por disputas internas, el MRS abjuró del socialismo y del antiimperialismo, se declaró abiertamente socialdemócrata, de centro izquierda, y no dudó en aliarse con la derecha liberal para impedir las victorias del sandinismo. ¿No es eso suficiente?
Aún hay más, están financiados por fundaciones norteamericanas y protegidos por conglomerados mediáticos como PRISA. Quien pertenezca a estos grupos, desde luego, carece de la credibilidad necesaria para que sus opiniones sean tomadas en cuenta, por mucho que tuvieran predicamento en el pasado y fueran queridos por su militancia revolucionaria. Si ellos son la base de las críticas actuales al sandinismo por descafeinados, apañados estamos. En los cables de Wikileaks de la CIA sacados a la luz recientemente, queda demostrado como los líderes del MRS se coordinaban con la embajada norteamericana, les servían como espías y formaban parte de su estrategia abyecta contra el sandinismo.

Por último, reconozco abiertamente que no voy a entrar en el debate sobre los cotilleos acerca de la vida Daniel Ortega y Rosario Murillo. Atravesar al plano personal es puro amarillismo o, en todo caso, cometido de la prensa rosa. Sin embargo sí que conozco perfectamente los patrones de deslegitimación de líderes de países molestos al imperio, para luego justificar agresiones económicas y militares. Lo que oigo a cada momento de uno u otro lado, encaja perfectamente en esa manida estrategia. Las permanentes acusaciones a la vicepresidenta traspasan de lleno en el más rancio de los machismos y descalifican especialmente a quienes las emiten. Pero hay algo más. Si el pueblo refrenda una y otra vez las políticas sandinistas lideradas por Ortega-Murillo a pesar de la presión mediática mayoritaria que tienen en su contra, dentro y fuera del país, debe ser por una fuerte razón: las cosas deben marchar muy bien en Nicaragua bajo su dirección. Eso es lo realmente importante.
Personalmente no soy reformista, al contrario, me identifico mucho más con los movimientos revolucionarios anticapitalistas de todo el mundo, pero no me cabe duda de que lo conseguido en la última década en el país centroamericano, es espectacularmente beneficioso para la inmensa mayoría de la población, especialmente la más desfavorecida. Y eso es más de lo que podemos esperar de cualquiera de nuestros gobiernos. Quizá yo sólo sea un simple pragmático, antidogmático e iconoclasta pero, desde luego, no soy quien para dar o quitar carnés revolucionarios a nadie. Afortunadamente, a pesar de todo, Nicaragua, la Nicaragua Sandinista, no está sola, ni muchísimo menos. Ni dentro, ni fuera de sus fronteras. Y cada vez menos.
Juanlu González