Siento contradecir la ola de euforia que el acuerdo Abbas-Sharon ha despertado en los medios occidentales. Y ojalá me equivoque, pero es que el escepticismo me puede cuando se trata el conflicto palestino. Recuerdo el famoso apretón de manos entre Arafat y Rabin con Clinton haciendo de maestro de ceremonias que desembocó en los acuerdos de Oslo que Israel incumplió sistemáticamente hasta enterrar del todo. Y es que lo que se abre ahora es la posibilidad de hablar, pero poco más. Cuando Israel se niegue a abandonar Cisjordania y Jerusalén este, tal y como ordenan las resoluciones de la ONU a las que nunca renunciarán los palestinos, volverá a fracasar el diálogo. Entonces Abbas será un terrorista peligroso y los convertirán en un obstáculo para la paz al que habrá que sustituir por cualquier medio por un títere del tipo del iraquí Alaui.
Paz por territorios, el lema de Oslo habrá que recuperarlo nuevamente, como recoge la 242. Las fronteras son únicamente las conocidas como la Línea Verde, por tanto habrá que expulsar de la nueva Palestina a centenares de miles de colonos integristas y fuertemente armados que invaden desde el 67 tierras internacionalmente consideradas como árabes. Será necesario dejar las aguas robadas a los palestinos, derribar el muro de la vergüenza y pagar por las tierras confiscadas, las casas destruidas o los cultivos arbóreos arrancados de cuajo.
Qué queréis que os diga. No me creo nada. Únicamente se podría avanzar si EEUU abandona su política de alineación incondicional con Israel. Tácticamente, con el fiasco de Iraq, le puede convenir un acercamiento a los países árabes y recuperar parte de la credibilidad perdida ante el mundo por las mentiras que usaron para justificar la invasión del país mesopotámico. Pero el lobby judío pesa demasiado en los gobiernos americanos como para que puedan pedir libremente un poco de justicia a los sionazis de Israel si ello supone algún tipo de renuncia para acatar las leyes internacionales y los dictados de la ONU.